En los momentos que empiezo a redactar las
impresiones de este viaje que realizamos a Estambul en abril de 2006, las
noticias día a día no son más que una crónica de la desesperación de tantos
miles de refugiados que huyen de la cruenta guerra que se está librando sobre
todo en Siria y que en cuatro años ha transformado sus vidas para siempre. Turquía,
(maravilloso país del que apenas entreabrimos la puerta de su antigua capital,
pero que fue suficiente para enamorarnos), constituye uno de los pasos hacia
una Europa ensimismada, egoísta e insensible que cierra sus fronteras y que
pretende soslayar un problema (de la que es en gran medida responsable, no hay
más que echar mano a la Historia) con visitas de estado y fondos que casi nunca
llegan a su destino porque casi nunca emprenden el camino. Mientras tanto
centenares de muertos en las costas griegas (¡qué distinto sería todo si la
Unión Europea hubiera mostrado en este caso sólo la mitad de la diligencia que
empleó para “acabar” con el problema de la deuda de este país!) y centenares de
miles de personas malviviendo en campos de refugiados turcos esperando una
solución que mucho me temo, tardará años en producirse.
Aunque
el objetivo de este blog sea contar mis experiencias de viajes pasados, no
puedo por menos que hacerme eco de una situación que debería tocar las
conciencias de todos. Y ahora paso a contar mi aventura estambulí.
Fueron en total cuatro horas de vuelo desde
Sevilla con escala en Barcelona. Dos despegues, dos aterrizajes… ¡Un horror!
Pero ni siquiera mi fobia a volar podía ser un impedimento. Los enormes deseos
que tenía de pisar el suelo donde hoy se asienta Estambul y que ha albergado tantos lugares
que ocuparon en la historia (y en mi imaginario particular) un lugar tan
especial, bien merecían la pena.
Estambul se sitúa en un lugar único. Entre tierras
europeas y asiáticas separadas, por el Bósforo
a cuyas orillas se despliega la gran metrópoli que es hoy. El Bósforo es
un canal estrecho de morfología complicada y cambiantes corrientes que dificultan
la navegación por sus aguas, pero que sin embargo no impiden que soporte una
enorme densidad de tráfico marítimo y que los grandes buques que lo surcan
parezcan en ocasiones acercarse peligrosamente a los edificios de sus orillas.
Me gusta pensar como los antiguos griegos quizá simbolizaron los riesgos del
Bósforo situando en él a las Simplégades, esas temibles rocas que
se unían según la suerte que acompañara a los navegantes y que Jasón y los argonautas lograron atravesar y dejar fijadas e inmóviles para
siempre.
Imagen tomada de Internet |
La llegada a Estambul no pudo producirse en
mejor momento. Primero se habían esfumado las multitudes que la habían visitado
en Semana Santa, pero sobre todo porque los tulipanes estaban en plena
floración y llenaban con sus infinitos colores todos los rincones de la ciudad.
Pero no quiero demorarme más en transmitir la enorme emoción, que sentí cuando en el paseo tras la cena, llegamos a Sultanahmet Meydani rebosante de tulipanes y de paseantes,
Y allí estaba yo . En el lugar que la
expedición encabezada por el legendario Bizas,
eligió para fundar en el 627 a.C una colonia, Bizancio, que pronto se convertiría en una de las polis más
importantes de la antigüedad.
En la ciudad que conquistaron los romanos en el
64 a.C. a la que llamaron Bizantium y
que sería asolada y luego reconstruida en el siglo II por Septimio Severo que la dotó del Hipódromo, que sus sucesores ampliaron hasta convertirlo en el
corazón de la urbe.
Moneda de la época de Marco Aurelio con la imagen idealizada de Bizas |
Grabado de Onofrio Panvinio de las ruinas del Hipódromo en el siglo XVI. |
Porque ocurrió que, tras la división del territorio
imperial entre sus dos hijos que llevó a cabo Teodosio I en el 395 y la
posterior conquista del Imperio de Occidente por los pueblos germánicos, comenzó
una nueva y espléndida etapa en el Imperio Oriental, apoyada en tres pilares fundamentales: la cultura y la lengua
griegas, el Derecho romano y el cristianismo. De este modo, como Imperio Bizantino
perduró mil años convirtiéndose Constantinopla su capital, sobre todo a partir del reinado de Justiniano el Grande, en
la ciudad más rica, más culta y más opulenta de la cristiandad. Encrucijada de
rutas comerciales terrestres y marítimas, se llenó de suntuosos edificios,
iglesias y palacios, protegidos todos por las imponentes murallas
que Teodosio II mandó construir en el siglo V… ¡Y yo estaba en el lugar donde aquellos acontecimientos se produjeron!
que Teodosio II mandó construir en el siglo V… ¡Y yo estaba en el lugar donde aquellos acontecimientos se produjeron!
Pero, la historia no se detiene y como nada
dura siempre, a partir del siglo X las presiones de los pueblos vecinos de
Europa y Asia sobre los territorios imperiales se hicieron más y más fuerte,
sin olvidar que en el siglo XIII, una expedición de cruzados, que no llegó a
Tierra Santa (no pudo y no quiso) se hizo con el poder (las relaciones con la Europa Occidental,
sobre todo desde la separación de las Iglesias, siempre fueron muy
problemáticas) y Constantinopla se
vio reducida y empobrecida por las hordas de cristianos occidentales que
distaban mucho de comprender el gusto y el refinamiento que encontraron a su
llegada. Por fin, con la ayuda de los genoveses, avispados comerciantes que
lograron establecerse en el barrio de Pera, (en la otra orilla del Cuerno de Oro, que hoy forma parte del populoso y cosmopolita barrio de Beyoglu. la ciudad volvió al Imperio Bizantino hacia 1261
Sin embargo, el verdadero peligro estaba en
las estepas asiáticas, en las fronteras de Anatolia,
donde se hacían fuertes desde principios del siglo XIV los turcos otomanos de religión musulmana, que en
algo más de sesenta años dejaron reducido Bizancio a su capital, rodeada por los territorios que habían ido sometiendo progresivamente, y a la
que esperaban asestar el golpe final. Éste llegaría cuando, sin ayuda de los muy
cristianos, pero muy interesados gobernantes occidentales,
abandonada a su suerte y pese a sus inexpugnables murallas, fue conquistada por
Memet II el 29 de mayo de 1453.
Imagen tomada de Internet. |
Comenzaba una nueve etapa para Constantinopla, que cambió su nombre
por el de Estambul. Los sultanes otomanos, sobre todo Solimán el Mágnifico, la dotaron de espléndidas construcciones y la
convirtieron en la capital de un nuevo imperio musulmán cuyos territorios se extendieron por Asia,
Europa y África.
Y de nuevo el declive que comenzó lentamente a partir
del siglo XVII. Los sultanes del XVIII intentaron reformas imposibles porque
atentaban contra la esencia del sultanato, y ya en el XIX, las potencias
europeas en plena expansión colonial, rivalizaron para arrebatar territorios al
“hombre enfermo” apelativo que recibió el otrora poderoso Imperio Otomano. La derrota en la Gran Guerra (se alineó con Alemania y Austria) provocó la caída del sultán cuando el movimiento
nacionalista de los Jóvenes Turcos se
hizo con el poder y Mustafá Kemal, llamado
Atatürk
(Padre de los turcos) fijó las fronteras de la actual Turquía y
modernizo al país a golpe de ley: estado laico, derechos políticos y sociales
para las mujeres, sustitución del alfabeto árabe por el latino, obligatoriedad
de escoger un apellido, adopción de la vestimenta occidental, prohibición del
fez… y traslado de la capital del nuevo estado a Ankara, en el interior del país.
La Estambul de hoy,
Imagen tomada de Internet |
que teníamos la oportunidad de recorrer, es una moderna ciudad que ha ido aumentando su población con la emigración procedente de todos los rincones de Anatolia. En sus calles y plazas conviven lo viejo y lo nuevo, los rasgos europeos y los asiáticos, en una mezcolanza muy del agrado de los turistas, pero que a mí me pareció que muchos de sus habitantes aún no habían asimilado del todo. No sé por qué tuve esa impresión, quizá por algo que no podía descifrar pero que percibía en su forma de mirar, cuando, con toda la amabilidad y toda la educación del mundo, se dirigen al visitante (no siempre con la intención de venderles algo). Tiempo después de aquel viaje leí Estambul Ciudad y recuerdos del escritor Orham Pamuk
y tengo que confesar que me complació haber
intuido (aunque por supuesto no supe definir ni explicar) lo que este autor
expresa y describe de modo admirable en su maravilloso libro.