viernes, 1 de julio de 2016

Estambul VII

Estambul VII. Las mezquitas de Sinán.

 Solimán el Magnífico y Sinán ibn Adülmennan, conocido como Minar (en turco arquitecto) Sinán, se necesitaron y se complementaron en el preciso momento en que el Imperio Otomano alcanzó su mayor esplendor. El artista dependió del sultán para llevar a cabo los ambiciosos proyectos que ocuparon su larga vida, pero no fue menos cierto que Solimán necesitó del artista para que con su obra, dejara testimonio eterno de su brillante reinado.

 
 Sinán era de origen cristiano y como tantos otros muchachos, en sus primeros años fue convertido al islam para servir como jenízaro. La vida militar lo llevó a participar en diversas campañas por territorios europeos y asiáticos y esta circunstancia le puso en contacto con los diferentes estilos arquitectónicos de esos lugares. Así conoció la arquitectura europea, entró en contacto con el arte persa y desde luego, asimiló el bizantino con el que había convivido desde siempre. Además su talento para las matemáticas lo convirtió en un reputado ingeniero militar.
 Con este bagaje y siendo ya un hombre maduro (casi cincuenta años), Solimán lo nombró arquitecto oficial y responsable de las construcciones y del urbanismo de todo el Imperio. A partir de entonces aprovechó los más cuarenta años que aún le restaban de vida (alcanzó los noventa y siete y sirvió también a Selim II y a Murat III) para llevar a cabo una ingente labor constructiva recogida en 377 obras de todo tipo que se levantan desde Visegrado (Bosnia-Herzegovina)

Puente de Visegrado. Patrimonio de la Humanidad.
a Damasco (vaya con esta mención a la capital de Siria, el deseo y la esperanza de que se ponga fin de una vez por todas al sufrimiento de su población). Para Estambul diseñó un plan urbanístico que habría de convertir la antigua Constantinopla en un fiel reflejo del poder de su soberano bajo la inspiración del Islam.
 Siempre he sentido una profunda admiración por personajes que, como Sinán, poseen conocimientos técnicos, creatividad artística y una inusitada capacidad de trabajo, así que, aún sabiendo que sólo me podría permitir ver una mínima parte de su obra, me sentía feliz la mañana que comenzamos con la visita Sehzade Camii, la Mezquita del Príncipe, para continuar después un recorrido por el complejo de la Süleymaniye.
 La Shzade Camii


constituye el primer gran encargo de Solimán a su arquitecto para honrar al primero de los hijos habidos con Roxelana, el príncipe Mehmet que murió, al parecer de viruelas, a los veintiún años. En el patio exterior ajardinado



(que, como se aprecia en la imagen, no está exento de información práctica) se encuentran los edificios que se articulan en torno a la mezquita: la medrese, tres mausoleos, entre ellos el Mehmet, (cerrados durante nuestra visita), y un magnífico restaurante, el Sehzade Mehmed Sofrasi,





al que volvimos una noche y en el que nos sirvieron una lujosa cena turca que hubiera necesitado de la participación de al menos el triple de comensales, para empezar a pensar en darle fin. Fue una experiencia estupenda y muy divertida gracias a los camareros que nos sirvieron.
  A la mezquita se accede a través de un elegante patio porticado en el que se sitúa la fuente de las abluciones.


 Quiso Sinán recrear, que no imitar, la estructura de la basílica bizantina (grande era la fuerza de Santa Sofía) con la construcción de una cúpula capaz de articular una enorme y luminosa sala de oración.


 Sin embargo su genio introdujo dos importantes novedades: en el exterior construyó galerías para ocultar los contrafuertes,



y en el interior prescindió de ellas, al igual que de las columnas para obtener un amplio y despejado espacio.




  Además utilizó cuatro semicúpulas (no dos como tiene Santa Sofía) y cuatro enormes pilares que sostienen como en el aire, la ornamentada cúpula.




 Sinán
se ocupó también de la decoración de azulejos, vidrieras y pinturas  en un alarde ornamental


que no repetiría (y a mí me gustó que así fuera) en la
Süleymaniye. El modelo creado por el artista en este edificio terminado en 1548, sería adoptado desde entonces para todas las mezquitas imperiales.   



 Solimán tenía veinticinco años cuando llegó al poder en 1520 y gobernó durante cuarenta y seis, hasta su muerte en 1566. En palabras de
Evliya Çelebi, el escritor y viajero otomano del siglo XVII, buen conocedor del Imperio. “[…] conquistó el mundo y sometió a dieciocho monarcas. Estableció el orden y la justicia en sus territorios […] embelleció todos los países reducidos por las armas y salió airoso de todas las empresas”   
  A tal personaje debía por lo tanto estar dedicada una de las obras de arte más hermosas de Europa y esto, ni más ni menos, me pareció la mezquita que su arquitecto Sinán diseñó y construyó para él.
 La Süleymaniye, es un enorme y majestuoso complejo de edificios

Imagen tomada de Internet
que se sitúan en torno a la mezquita. Se halla ésta rodeada por un jardín y cercada por muros tras los que además se guardan el cementerio

                            

y los mausoleos o türbe, de Solimán y de su amada Roxelana.  Repartidos por las calles contiguas se encuentran los edificios restantes que albergaron las diversas medrese, una de las cuales acoge hoy la biblioteca más importante de Estambul; el antiguo asilo-hospital que alcanzó gran renombre; el imaret, la cocina, transformada en un moderno restaurante y el enorme caravasar, donde durante siglos, los viajeros encontraron alojamiento y comida, para ellos, sus caballos y dromedarios, además de un gran almacén donde guardar sus mercancías.   
 El exterior (su silueta se recorta majestuosa sobre el Cuerno de Oro)


presenta una hermosa panorámica y permite observar las variaciones que Sinán introdujo en su trazado, respecto a la Shezade Camii, pues al igual que Santa Sofía, en esta ocasión sí que diseñó la soberbia cúpula (casi podría ser considerada la “cúpula celeste”: 26,2 m. de diámetro por 49,5 de altura) flanqueada al este y al oeste por dos medias cúpulas mientras que al norte y al sur dos grandes arcos, cuyos tímpanos calados por ventanas permiten el juego de luces y sombras, ayudan a soportar sus empujes.




  A los gruesos pilares que sostienen la cúpula en el interior les prestan su apoyo en el exterior los contrafuertes laterales que Sinán disimuló (igual que había hecho en la Shezade) construyendo una doble y hermosa galería que presenta diferencias en el número y en el tamaño de sus arcos. 

     

 La entrada al avlu se efectúa por la Puerta de Imaret


e inmediatamente se toma conciencia de la magnificencia y armonía del lugar. Los cuatro esbeltos alminares situados en las esquinas son desiguales. Los más cercanos a la sala de oración son más elevados y poseen tres serefes (balcones).



 Las columnas que sostienen los estilizados arcos de dovelas bicolores, son de pórfido, mármol y granito. La fuente de las abluciones es una delicada pieza que semeja una preciosa joya.

Imagen tomada de Internet
  Todavía me encontraba abrumada por la visión del patio cuando entramos en la sala de oración y entonces quedé absolutamente anonadada. Creo que me faltan palabras para describir la impresión que  me produjo aquel espacio perfecto. Algo sin embargo tuve muy claro: sensaciones semejantes sólo las he percibido en unos pocos lugares. Podría citar la catedral gótica de Laón

 o la Capilla de los Pazzi obra de Bruneleschi en Florencia.
 Quizás también la Sacristía Nueva de la basílica de San Lorenzo debida a Miguel Ángel, también en Florencia o la iglesia románica de San Martín de Frómista, además de algunos otros templos de este estilo medieval. 

                                                                                                                                   

 Pienso que lo que hace estos lugares especiales (además de la ausencia de decoración superflua) es la sabia disposición de los elementos estructurales unida a la calidad y a la calidez  de los materiales empleados. De este modo, creo que el artista logra que sea el aire contenido en su edificio lo que constituya la verdadera obra de arte. Y de ahí la calma, la paz, la armonía, que reinan en su interior y de las que te sientes partícipe nada más cruzar las puertas.
 El gran espacio central de la Süleymaniye y las naves laterales están separados solamente por los cuatro pilares maestros y dos pares de columnas sobre las que se asientan los muros constituidos por una triple arcada, de los tímpanos.

Imagen tomada de Internet
 Las vidrieras, hermosamente coloreadas; los azulejos, primeros ejemplos del estilo que habría de popularizarse en Iznik (flores y hojas en turquesa, azul y rojo sobre fondo blanco) y el delicado mármol blanco con el que están construidos el minbar y el mihrab, contribuyen a la elegante sencillez de este conjunto absolutamente único.
 A espaldas de la sala de oración Sinán edificó el mausoleo de Solimán, el más grandioso de los construidos por el artista, que fue acabado a la muerte del sultán. Es un octógono rodeado por una galería porticada situado junto al cementerio.

Imagen tomada de Internet
 En el interior las paredes están cubiertas por completo de azulejos de Iznik, y bajo una soberbia cúpula decorada con frescos y sostenida por columnas se sitúa la tumba del sultán, coronada por el enorme turbante blanco símbolo su dignidad. Junto a él reposan algunos de sus hijos.

Imagen tomada de Internet (msegura76.es)
 La türbe Roxelana es más pequeña que la de su amante marido, aunque su decoración de azulejos es aún más hermosa. También descansa entre los suyos rodeada de toda la belleza que inspiró al gran Sinán.

Imagen tomada de Internet
Y a una discreta distancia de sus señores, fuera del recinto amurallado de la mezquita, puede verse la pequeña construcción que sirve de mausoleo al arquitecto. Está situada en el jardín de la casa donde vivió. Una galería de arcos soporta la pequeña cúpula de mármol bajo la que se halla el sarcófago coronado por el gran turbante que correspondía a su dignidad de arquitecto imperial.


 Del esplendor otomano de las obras de Sinán pasamos en nuestra siguiente visita a contemplar otra de las maravillosas obras de arte que esta ciudad nos ofrece: la iglesia bizantina de San Salvador en Chora, tan distinta en el estilo y tan distante en el tiempo. Otra impresión inolvidable.