jueves, 21 de mayo de 2020

III Verona

En Verona (1)

Una habitación con vistas a los Jardines del Palacio Giusti
 Nuestra llegada a Verona coincidió con la celebración de la Pascua, así que esos días la ciudad rebosaba de visitantes. Cuando la mañana del Sábado Santo  cruzamos el Adigio por el Puente de la Victoria y accedimos al centro a través de la Porta Borsari


                        

se hacia manifiesto el ambiente festivo (tristemente habrá sido muy distinto este año del Covid 19) y desde luego todos los cambios que se habían producido en la ciudad desde que la visitamos en  junio de 2014 (4 Verona, Veneto. Cómo olvidar a Romeo Y Julieta). Había muchas novedades, y debo confesar que algunas me apenaron bastante.
 Teníamos muchos días por delante para recorrer sus calles y plazas, visitar sus monumentos, comprar en sus supermercados, utilizar el transporte público... en definitiva para sentirnos por un tiempo un poco veroneses.
 Pero lo primero que hicimos, estaba claro, fue dirigir nuestros pasos por el Corso Porta Borsari a la Piazza Erbe, contemplando los escaparates de las concurridas pastelería que lucían los tradicionales huevos de Pascua.


 Llegados a la Piazza, la primera decepción. Estaba llena de gentes, como no podía ser de otra manera, y de puestos de souvenirs y otros artículos de mayor calidad. Normal. Ha sido el lugar de mercado en la ciudad desde la época romana. Pero observé con gran disgusto que los puesto tenían ahora una perfecta estructura permanente. No se desmontaban a mediodía como habíamos visto en el anterior viaje y sólo permanecían cerrados durante la noche La perspectiva del lugar cambia por completo. A ninguna hora se puede contemplar libre el espacio maravilloso que acoge el conjunto de los viejos palacios: el de la Raggione con la Torre Lamberti; el Maffei (en restauración), la Casa dei Mercanti, sede en la Edad Media del gremio de las artes y oficios,


o la Casa Mazzanti con los hermosos frescos del XVI y su balconada llena de plantas.


 Me preguntaba, vista la situación, que opinarían de este nuevo entorno que contempla  desde las alturas de su fuente  Madonna Verona, 


o a la Virgen y los santos cobijados en su hornacina desde el siglo XIV,


por no mencionar al león de San Marcos, que, aunque símbolo de una república mercantilista, nunca pudo imaginar semejante espectáculo comercial en sus cercanías.



Al menos, en la Piazza dei Signore,  con su aire aristocrático y refinado, no en vano fue el centro político y administrativo de Veronano había puestos ni vendedores y los hermosos palacios que la conforman, como el del Podestá,  con su impresionante pórtico de mármol o



la Loggia del Consiglio, con su elegante arcada símbolo del renacimiento veronés,

  
que flanquean la estatua de Dante, sólo tenían en su entorno personas que no hacían compras. Simplemente paseaban admirándolos.

  
 Algo más concurrido estaba el frontal en el que se alzan el Palazzo del Capitanio, restaurado en el siglo XVI que aún conserva su torre medieval de ladrillo 


y el 
Palazzo dei Raggione, del siglo XII, situado entre las dos plazas comunicadas por el Arco della Costa. 
                                                 

  Ha sido este espléndido edificio, que contaba con cuatro torres defensivas, la sede histórica del poder municipal. En la actualidad alberga la Galería de Arte Moderno. Están construidos su paramentos alternando franjas de ladrillo y piedra lo que le proporciona una inusual belleza y dinamismo.


 
 Desde la Piazza dei Signori se accede directamente al Cortile del Mercato Vecchio, su hermosísimo patio, que sirvió de mercado en épocas pasadas (no en la actualidad afortunadamente). De forma rectangular y limitado por los cuatro cuerpos del edificio, tiene adosado en uno de sus laterales 

                                       
la famosa Scala della Raggione, construida en mármol rojo en el siglo XV y compuesta por dos tramos sostenidos en arcos que adaptan su forma y su luz a medida que se accede a la entrada al piso noble del palacio. Su belleza y armonía la convierten en una escalera impresionante, pero con una impresión mucho más delicada y sutil que la que me producen las grandes y fastuosas escaleras de los edificios barrocos.


 Conserva el edifico dos de las cuatro torres defensivas que remataban sus esquinas. Una, más modesta, más maciza, que guarda su primitiva estructura y otra que se eleva 84 metros  por encima de los tejados del corazón de la ciudad. Es la Torre dei Lamberti. Lleva el nombre de la noble familia que la mandó construir en el siglo XII. 
 Igualmente de ladrillo y piedra con remate octogonal, a lo largo de los siglos ha experimentado varias intervenciones, la primera de las cuales, en el siglo XV, fue una restauración para paliar los destrozos provocados por un rayo que la alcanzó y que sirvieron además para agrandarla. El reloj fue una incorporación de fines del XVIII.  Su función como torre cívica la ejercían sus dos campanas, la Marangona que daba las horas y avisaba de los incendios y la Rengo, que llamaba a los ciudadanos a las armas o al Consejo


 Siento una especial fascinación por las torres antiguas (menos por las modernas de acero y cristal, aunque sí por algunas) quizás se deba a que vivo en una ciudad, Sevilla, que tiene como símbolo una torre, la Giralda, que aúna en su fábrica las dos culturas, la cristiana y la musulmana, que le dieron forma y vida.  

Vista de la Giralda desde  la puerta del Patio de Banderas del Alcázar
Pero sigamos. Volviendo sobre nuestros pasos llegamos a la iglesia de Santa María Antica 


en cuyo atrio se levanta el extraordinario conjunto funerario de los Scaligeri. La misma impresión que experimenté en el anterior viaje: la de estar ante uno de los más bellos ejemplos de arte gótico.  

                

 No voy a repetir las palabras que describieron la emoción que me provocó la contemplación de la obra que ya quedaron descritas en la mencionada entrada ya citada. Como en esta ocasión la estancia fue más larga, tuvimos la oportunidad de disfrutar el monumento también al anochecer.


Por el Arco Scaligieri accedimos al interior del pequeño templo románico que constituía la capilla privada de la ilustre y poderosa estirpe y que fue construido en el siglo XII sobre un templo lombardo del siglo VIII. Sobre esta portada lateral, dentro de un arco lobulado, se encuentra el sarcófago de Cangrande I della Scala,


que como soldado y político consolidó el poder de la familia y de la ciudad, y como amigo y protector de Dante consiguió que éste le dedicara el último canto de su Divina Comedia.     
 El interior de tres naves separadas por columnas realzadas que soportan arcos de medio punto, está tenuamente iluminado por pequeñas ventanas. La atmósfera es recogida, alejada de las fastuosas decoraciones tan frecuentes en tantas iglesias. 


 
  Las tres naves terminan en sendos ábsides, donde se aprecian las bandas de piedra y ladrillo que conforman la decoración de los muros. Destaca el de la nave central que, con motivo de la festividad religiosa, estaba sobriamente decorado. 

   
  Contiene el templo varias obras que me llamaron la atención, así la placa del siglo XII que conmemora su consagración;  


un relieve de mármol de un Ecce Homo de un marcado expresionismo 


y de cuyo origen no he podido obtener noticias, así como de una hermosísima pila de mármol sobre dos potentes garras, que situada en una de las paredes laterales tiene esculpida las cabezas  de dos feroces leones venecianos. 



 Al parecer Santa María Antica está relacionada con la Orden del Temple, aunque no he podido encontrar información clara al respecto, sólo de su  dependencia del Priorato de San Zeno. En la puerta de la iglesia resultaba llamativa la presencia de  dos caballeros con hábito templario que repartían información sobre los cultos de la Pascua. También descubrimos que en  esta iglesia tienen su sede los Devoti Santa Rita. Una escultura de la santa, considerada en España patrona de lo imposible, decora uno de los ábsides laterales.


    Fue también una iniciativa de la familia della Scala la construcción de un monasterio y una iglesia para la comunidad agustina. Su consagración tuvo lugar en el siglo XIV, pero tanto la fachada de estilo gótico con algunos elementos renacentistas, sobria y de líneas puras,



como el interior, donde se mezclan elementos arquitectónicos y decorativos diversos, es el resultado de una serie de intervenciones que a lo largo del tiempo se han prolongado hasta el siglo XX. Se trata de la iglesia de Santa Eufemia, que visitamos con las últimas luces de la tarde.


 Tiene una historia muy interesante pues en dos ocasiones durante el siglo XIX, la primera con las guerras napoleónicas y la segunda con las de unificación de Italia, sirvió de hospital militar y durante la Segunda Guerra, cuando los alemanes volaron el cercano Puente de la Victoria, su fachada quedó muy dañada, así que el rosetón que la decora y por el que se filtra la luz fue una intervención que data de mediados del siglo pasado.


  El interior de una sola nave es renacentista y contiene en cada uno de sus muros una sucesión de siete altares ricamente elaborados con mármoles y decorados con esculturas, que enmarcan distintas obras pictóricas de aceptable calidad en la mayoría de los casos.

                                         


 Pero lo que me pareció más impactante es la magnífica bóveda de cañón de arco muy rebajado, de las denominada de barril, que constituye la totalidad de la cubierta y acentúa la grandiosidad del espacio.  


 Al final de la nave el arco que da paso al ábside dota si cabe, de mayor espectacularidad al interior. A ambos lados crucero, en los ábsides laterales se levantan diferentes capillas. Una de ellas está dedicada a Santa Rita a cuyos pies una urna estaba llena peticiones por escrito (al parecer tiene muchos imposibles que remediar). 


 En el lado opuesto se levanta la  Capilla Spolverini, una preciosa estructura gótica decorada con frescos de los siglos XV y XVI y con un tríptico ocupando el espacio central.







 Bajo los frescos renacentistas que cubren los muros se han hallado otros más antiguos dotados de una maravillosa ingenuidad.


  El primer día en Verona resultó muy emocionante. Recorrimos calles y lugares conocidos, nos acercamos al siempre presente Adigio y pudimos conocer dos iglesias perfectas cada una en su estilo.

 El camino de regreso casi siempre lo haríamos por el Puente de la Victoria


por lo que circulamos casi a diario por la Vía Armando Díaz y debo reconocer una, quizás pueril, satisfacción. Me gusta pensar que el general italiano más valioso y eficaz para su país en la Gran Guerra, que pudo arreglar en cierta medida, con su victoria en Vittorio Veneto, el desaguisado de Luigi Cadorna (me llama la atención que este militar tenga, que yo conozca, una plaza y una estación en el centro de Milán), aunque napolitano, tuviera un lejano origen español. 
  

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