3 Las basílicas bizantinas de Ravenna. Emilia-Romaña
Contemplar los mosaicos de los edificios bizantinos del siglo VI en todo su esplendor es una impresión única. Se toma conciencia de que en ningún otro lugar puede encontrarse algo semejante. Bien es cierto que hay mosaicos en Turquía (maravillosos, pero incompletos por el devenir de los acontecimiento histórico), en Venecia, en Roma o Sicilia (mucho más recientes en el tiempo, lo que no les resta valor y belleza), pero Ravenna… Allí se siente la emoción de la obra única, del momento en el que acaba una época porque un tiempo nuevo se avecina, aunque este nuevo tiempo, por medio de estas obras, rinda homenaje al que lo precedió.
El viaje desde Bolonia hasta esta preciosa ciudad llena de historia transcurre por la Llanura Padana, fértil y rica gracias el río Po que le da su nombre y que se extiende hasta donde la vista alcanza... hasta que a lo lejos, muy lejos, se vislumbran las cumbres de los Apeninos Septentrionales.
Son muchos e importantes los hechos históricos que han tenido lugar en Rávena: Julio Cesar reunió en ella sus tropas antes de cruzar el Rubicón; Augusto construyó un puerto militar; Trajano un acueducto. Honorio la convirtió en la capital del Imperio Romano de Occidente en el 402 y Gala Placidia volvió a ella para siempre y desde allí ejerció su poder, cuando fue liberada por el caudillo visigodo Alarico. Fue capital del reino ostrogodo creado por Teodorico, hasta que el general Belisario, en cumplimiento de las órdenes de Justiniano el Grande emperador de Bizancio, la convirtió en sede de su gobierno en Italia: el Exarcado. Lombardos y francos acabaron con el dominio bizantino, que no con su presencia.
Sólo queda consignar en este apunte de carácter histórico que pretende explicar lo que en la ciudad puede encontrarse, que el arzobispado de Ravenna fue el más rico de Italia después del de Roma y tal era su prestigio, que su titular gozaba de autocefalia, es decir que no respondía ante ninguna otra autoridad eclesiástica superior.
La pequeña estación de ferrocarril me gustó. Nada comparable en tamaño, para bien según mi entender, a la de Bolonia y sobre todo a la de Milán que ya habíamos conocido. Desde allí, algo nerviosa e impaciente (sabía lo que me aguardaba en la ciudad) iniciamos nuestra recorrido.
Llegar a San Apolinar in Classe, fue en sí mismo una grata experiencia.
En el autobús nº 4, bajo las amables indicaciones de policía,
vendedora de billetes y pasajeros, nos encaminamos al lugar donde está situada,
un apacible entorno cerca de lo que fuera el puerto creado por Augusto
(presente en el lugar por una copia de su famosa estatua de Prima Porta) para
concentrar su flota.
Hoy el mar queda lejos, pero todo contribuye a la paz y la armonía que se respira en este lugar ocupado por una amplia y verde pradera en la que pastan negros búfalos de bronce, y en
la que se alza el edificio cuyo exterior de ladrillo y sencillo campanile, no pueden prepararte para lo
que vas a encontrar en el interior: la basílica bizantina del siglo VI sin apenas
intervención posterior.
Son muchos e importantes los hechos históricos que han tenido lugar en Rávena: Julio Cesar reunió en ella sus tropas antes de cruzar el Rubicón; Augusto construyó un puerto militar; Trajano un acueducto. Honorio la convirtió en la capital del Imperio Romano de Occidente en el 402 y Gala Placidia volvió a ella para siempre y desde allí ejerció su poder, cuando fue liberada por el caudillo visigodo Alarico. Fue capital del reino ostrogodo creado por Teodorico, hasta que el general Belisario, en cumplimiento de las órdenes de Justiniano el Grande emperador de Bizancio, la convirtió en sede de su gobierno en Italia: el Exarcado. Lombardos y francos acabaron con el dominio bizantino, que no con su presencia.
Sólo queda consignar en este apunte de carácter histórico que pretende explicar lo que en la ciudad puede encontrarse, que el arzobispado de Ravenna fue el más rico de Italia después del de Roma y tal era su prestigio, que su titular gozaba de autocefalia, es decir que no respondía ante ninguna otra autoridad eclesiástica superior.
La pequeña estación de ferrocarril me gustó. Nada comparable en tamaño, para bien según mi entender, a la de Bolonia y sobre todo a la de Milán que ya habíamos conocido. Desde allí, algo nerviosa e impaciente (sabía lo que me aguardaba en la ciudad) iniciamos nuestra recorrido.
Llegar a San Apolinar in Classe, fue en sí mismo una grata experiencia.
San Apolinar in Classe |
De ahí que, los maravillosos mosaicos (a los que con gran pesar debo decir que mis fotos no hacen honor) que decoran el ábside (presidido por la cruz, donde aparece San Apolinar rodeado de un bucólico paisaje en el que pueden encontrarse representaciones alegóricas del Antiguo y del Nuevo Testamento) y sobre él la viga, con la figura de Cristo flanqueado por los símbolos de los evangelista...
no son con mucho los únicos elementos que me impresionaron.
La vuelta a Rávena en autobús urbano, al igual que la ida (pues Classe, un pequeño núcleo de población, dista cinco kilómetros) nos sirvió como visita panorámica. Pudimos contemplar calles, edificios, jardines, pero sobre todo la enorme vitalidad que había por todos lados y ¡aún sin turistas!
La siguiente parada fue San Apolinar Nuovo, con fachada abierta en un elegante nártex construida en ladrillo y mármol.
San Apolinar Nuovo |
Guarda esta basílica, que en tiempos de Teodorico era de culto arriano, el tesoro de sus famosos mosaicos que decoran al completo los muros de la nave principal. Están éstos divididos en tres franjas y en la primera de ellas, sobre los arcos, se despliegan las procesiones de santos mártires y de vírgenes, que terminan cerca del altar, en un lado con la Adoración
de los Reyes ante la Virgen y el Niño,
A los pies de la nave, antes de los luminosos cortejos, interesantes imágenes del palacio de Teodorico
y del puerto de Classe,
cierran la preciosa y elaborada composición. A continuación una sucesión de figuras intercaladas entre los vanos y, coronando el conjunto, cuadros con escenas de la vida de Cristo.
El brillo, el color, el preciosismo de la obra te dejan literalmente sin aliento, pero, pero... ¡Ay! El hermoso edificio de planta basilical ha sufrido (y nunca mejor dicho) una intervención con añadidos barrocos y frescos en la media naranja de los que, en ese lugar, es mejor abstraerse.
Más fácil resulta tal empeño (el de abstraerme cuando siento que algo no encaja, que rompe la armonía final) en San Vitale, uno de los templos más importantes del arte bizantino construido según los deseos de Justiniano, y financiado por su avispado banquero Juliano Argentario, bajo la supervisión del arzobispo Maximiano. Ambos tuvieron el honor de aparecer junto al emperador y al general Belisario, para su perpetuo reconocimiento.
San Vitale |
las columnas de hermosos capiteles con cimacios; los mármoles y la rica decoración, contribuyan a un juego de luces y sombras (producto de la sucesión de estos elementos arquitectónicos originales) que ayudan a olvidarse de las modificaciones.
Y además... los mosaicos. Cubrían éstos en el siglo VI toda la superficie del templo configurando un gran conjunto con el tema de Dios salvando a los hombres. En la actualidad se conservan todos los que del ábside, desde el arco que le da acceso, en cuyo intradós Cristo ocupa la clave y los apóstoles lo acompañan,
Vista desde el ábside. |
Vista desde la nave. |
y, para concluir, el despliegue de luz presente en la bóveda donde el espacio cuatripartito se articula en torno a la imagen del Cordero místico rodeado de ángeles.
Para el final queda el comentario de los famosos paneles situados a cada lado del ábside, desde los que Justiniano y Teodora, acompañados de sus respectivos séquitos, encuentran un lugar cerca de Cristo, rodeados de brillo y esplendor y
contemplando con imperial e indiferente dignidad, a los visitantes que no pueden más que devolverles una mirada cargada de emocionada admiración por este lugar maravilloso.
Si alguien alguna vez imaginó (algo extrañó a decir verdad) que puede sentirse dentro de una cofre de lapislázuli, no tiene más que entrar el Mausoleo de Gala Placidia.
Mausoleo de Gala Placidia |
por las de cañón que cubren los arcos laterales,
y percibimos como todo el espacio brilla con el aura azul, que le proporcionan las innumerables teselas que los cubren y que le confieren una luz casi celestial. Sobre la puerta una composición de Jesucristo como el Buen Pastor rodeado de sus ovejas (ninguna fotografía medianamente presentable).
El conjunto de mosaicos, transición entre el arte paleocristiano y bizantino, es de una belleza abrumadora, a la que contribuye la tenue iluminación del espacio. No cabe duda de que es un lugar fascinante, tanto como
la vida de la inteligente y poderosa mujer al que está dedicado, y que, es posible que nunca fuera enterrada en él.
La siguiente visita fue al Baptisterio de los Arrianos, austera construcción de ladrillos (lo que no le resta ni un ápice de belleza), que data de finales del siglo V y se construyó durante el reinado de Teodorico. Cuando se impuso la ortodoxia católica fue convertido en oratorio. Tiene planta octogonal con cuatro exedras.
Baptisterio de los Arrianos |
En el interior sólo la cúpula está cubierta con una preciosa composición musivaria que representa, como no podría ser de otra manera, a Cristo recibiendo el bautismo de manos de San Juan, sumergido hasta la cintura en el río Jordán también representado a su derecha como un dios pagano, en presencia del Espíritu Santo. Rodeando la escena los doce apóstoles y una gran pila bautismal. La desnudez de los muros, no exenta de belleza, se compensa con creces con la sola existencia de esta composición.
Y para acabar este increíble recorrido el Baptisterio de los Ortodoxos, llamado también Neoniano en honor del obispo Neon que lo consagró. Es el edificio religioso más antiguo de Ravenna, pues data de finales del siglo IV y principios del V.
Baptisterio de los ortodoxos |
También de planta octogonal, formaba parte de una basílica ya desaparecida. En el exterior sus cuatro exedras le dan un perfil cuadrado. En el interior toda la superficie de los muros, de los tres arcos (símbolos de la Trinidad) y de la cúpula (con una representación del bautismo de Cristo de iconografía similar a la de los arrianos), están cubiertos de mosaicos donde no faltan los detalles naturalistas y geométricos encuadrando pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Fascinante es la palabra que mejor puede describir estos monumentos Patrimonio de la Humanidad que atesora la ciudad.
No pudimos ver la tumba de Dante, ni el Mausoleo de Teodorico. Se nos fue el tiempo paseando y contemplando las hermosas casas y palacios de sus calles, respirando el ambiente de la Piazza del Popolo, comiendo en el Mercato Cuperto en plena restauración. Sí visitamos en cambio el museo ubicado en el Palacio Arzobispal, un espléndido edificio del siglo XVII que guarda una interesante colección de restos paleocristianos y bizantinos, junto a lujosos objetos litúrgicos, a los que, tengo que confesar, no soy demasiado aficionada. Lo más interesante de esta visita fue poder contemplar en la Capilla de San Andrés, un hermoso mosaico de la Virgen con el Niño y unos tondos con cabezas de santos. Al encontrarse estas obras a la altura de los ojos, se puede observar con detenimiento la pericia técnica de estos artista anónimos.