miércoles, 24 de junio de 2015

Mosaicos de Ravenna

3 Las basílicas bizantinas de Ravenna.  Emilia-Romaña

 Contemplar los mosaicos de los edificios bizantinos del siglo VI en todo su esplendor es una impresión única. Se toma conciencia de que en ningún otro lugar puede encontrarse algo semejante. Bien es cierto que hay mosaicos en Turquía (maravillosos, pero incompletos por el devenir de los acontecimiento histórico), en Venecia, en Roma o Sicilia (mucho más recientes en el tiempo, lo que no les resta valor y belleza), pero Ravenna… Allí se siente la emoción de la obra única, del momento en el que acaba una época porque un tiempo nuevo se avecina, aunque este nuevo tiempo, por medio de estas obras, rinda homenaje al que lo precedió. 
El viaje desde Bolonia hasta esta preciosa ciudad llena de historia transcurre por la Llanura Padana, fértil y rica gracias el río Po que le da su nombre y que se extiende hasta donde la vista alcanza... hasta que a lo lejos, muy lejos, se vislumbran las cumbres de los Apeninos Septentrionales.


 Son muchos e importantes los hechos históricos que han tenido lugar en Rávena: Julio Cesar reunió en ella sus tropas antes de cruzar el Rubicón; Augusto construyó un puerto militar; Trajano un acueducto. Honorio la convirtió en la capital del Imperio Romano de Occidente en el 402 y Gala Placidia volvió a ella para siempre y desde allí ejerció su poder, cuando fue liberada por el caudillo visigodo Alarico. Fue capital del reino ostrogodo creado por Teodorico, hasta que el general Belisario, en cumplimiento de las órdenes de Justiniano el Grande emperador de Bizancio, la convirtió en sede de su gobierno en Italia: el Exarcado. Lombardos y francos acabaron con el dominio bizantino, que no con su presencia. 
 Sólo queda consignar en este apunte de carácter histórico que pretende explicar lo que en la ciudad puede encontrarse, que el arzobispado de Ravenna fue el más rico de Italia después del de Roma y tal era su prestigio, que su titular gozaba de autocefalia, es decir que no respondía ante ninguna otra autoridad eclesiástica superior.           
 La pequeña estación de ferrocarril me gustó. Nada comparable en tamaño, para bien según mi entender, a la de Bolonia y sobre todo a la de Milán que ya habíamos conocido. Desde allí, algo nerviosa e impaciente (sabía lo que me aguardaba en la ciudad) iniciamos nuestra recorrido.    
Llegar a San Apolinar in Classe, fue en sí mismo una grata experiencia.

San Apolinar in Classe
 En el autobús nº 4, bajo las amables indicaciones de policía, vendedora de billetes y pasajeros, nos encaminamos al lugar donde está situada, un apacible entorno cerca de lo que fuera el puerto creado por Augusto (presente en el lugar por una copia de su famosa estatua de Prima Porta) para concentrar su flota.


 Hoy el mar queda lejos, pero todo contribuye a la paz y la armonía que se respira en este lugar ocupado por una amplia y verde pradera en la que pastan negros búfalos de bronce, y en la que se alza el edificio cuyo exterior de ladrillo y sencillo campanile, no pueden prepararte para lo que vas a encontrar en el interior: la basílica bizantina del siglo VI sin apenas intervención posterior.



 De ahí que, los maravillosos mosaicos (a los que con gran pesar debo decir que mis fotos no hacen honor) que decoran el ábside (presidido por la cruz, donde aparece San Apolinar rodeado de un bucólico paisaje en el que pueden encontrarse representaciones alegóricas del Antiguo y del Nuevo Testamento) y sobre él la viga, con la figura de Cristo flanqueado por los símbolos de los evangelista...




 no son con mucho los únicos elementos que me impresionaron.






Su tamaño, las columnas de mármol de distintos colores con capiteles sobre los que descansan preciosos cimacios que los conectan con los arcos, (sobre ellos se despliega una serie de retratos de los arzobispos de Rávena realizados en el siglo XVIII) la espléndida techumbre de madera, la magnífica serie de sarcófagos paleocristianos… 






y todo ello inundado por la luz blanca que entra por los vanos situados en el ábside y en el perímetro de las naves laterales, hacen de esta basílica un lugar inigualable. La belleza y la historia en un todo único.
La vuelta a Rávena en autobús urbano, al igual que la ida (pues Classe, un pequeño núcleo de población, dista cinco kilómetros) nos sirvió como visita panorámica. Pudimos contemplar calles, edificios, jardines, pero sobre todo la enorme vitalidad que había por todos lados y ¡aún sin turistas! 

 La siguiente parada fue San Apolinar Nuovo, con  fachada abierta en un elegante nártex  construida en ladrillo y mármol. 


San Apolinar Nuovo

  Guarda esta basílica, que en tiempos de Teodorico era de culto arriano, el tesoro de sus famosos mosaicos que decoran al completo los muros de la nave principal. Están éstos divididos en tres franjas y en la primera de ellas, sobre los arcos, se despliegan las procesiones de santos mártires y de vírgenes, que terminan cerca del altar, en un lado con la Adoración de los Reyes ante la Virgen y el Niño,






y en el otro con un Cristo en Majestad.  



A los pies de la nave, antes de los luminosos cortejos, interesantes imágenes del palacio de Teodorico 




y del puerto de Classe,




cierran la preciosa y elaborada composición. A continuación una sucesión de figuras intercaladas entre los vanos y, coronando el conjunto, cuadros con escenas de la vida de Cristo.    
El brillo, el color, el preciosismo de la obra te dejan literalmente sin aliento, pero, pero... ¡Ay! El hermoso edificio de planta basilical ha sufrido (y nunca mejor dicho)  una intervención con añadidos barrocos y frescos en la media naranja de los que, en ese lugar, es mejor abstraerse.  




Más fácil resulta tal empeño (el de abstraerme cuando siento que algo no encaja, que rompe la armonía final) en San Vitale, uno de los templos más importantes del arte bizantino construido según los deseos de Justiniano, y financiado por su avispado banquero Juliano Argentario, bajo la supervisión del arzobispo Maximiano. Ambos tuvieron el honor de aparecer junto al emperador y al general Belisario, para su perpetuo reconocimiento.   


San Vitale
Al igual que San Apolinar Nuovo fue modificada con posterioridad. Pero quizá su planta centrada con doble anillo octogonal por el que discurre el deambulatorio sobre el que se alzan las tribunas; el presbiterio, cubierto por una bóveda de arista; la cúpula con tambor (ahora decorada con pinturas barrocas);

las columnas de hermosos capiteles con cimacios; los mármoles y la rica decoración, contribuyan a un juego de luces y sombras (producto de la sucesión de estos elementos arquitectónicos originales) que ayudan a olvidarse de las  modificaciones.



 
Y además... los mosaicos. Cubrían éstos en el siglo VI toda la superficie del templo configurando un gran conjunto con el tema de Dios salvando a los hombres. En la actualidad se conservan todos los que del ábside, desde el arco que le da acceso, en cuyo intradós Cristo ocupa la clave y los apóstoles lo acompañan,
Vista desde el ábside.


Vista desde la nave.
hasta los muros laterales donde se despliegan escenas del Antiguo Testamento enmarcadas por figuras de santos y ángeles y rodeadas de una detallada decoración naturalista...




llegando a la media naranja del ábside donde un Cristo joven sobre la esfera del mundo, flanqueado por dos hermosos ángeles, entrega con una mano la corona del martirio a San Vitale, y con la otra recoge la maqueta del templo de las del arzobispo Eclessio


     
y, para concluir, el despliegue de luz presente en la bóveda donde el espacio cuatripartito se articula en torno a la imagen del Cordero místico rodeado de ángeles.



 Para el final queda el comentario de los famosos paneles situados a cada lado del ábside, desde los que Justiniano y Teodora, acompañados de sus respectivos séquitos, encuentran un lugar cerca de Cristo, rodeados de brillo y esplendor y



contemplando con imperial e indiferente dignidad, a los visitantes que no pueden más que devolverles una mirada cargada de emocionada admiración por este lugar maravilloso.

Si alguien alguna vez imaginó (algo extrañó a decir verdad) que puede sentirse dentro de una cofre de lapislázuli, no tiene más que entrar el Mausoleo de Gala Placidia.

Mausoleo de Gala Placidia
  El austero exterior indica solamente que estamos ante un pequeño edificio con planta de cruz griega, pero, cuando entramos en él... la mirada se desliza por los muros, por la bóveda vaída que lo corona,

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por las de cañón que cubren los arcos laterales,


  



y percibimos como todo el espacio brilla con el aura azul, que le proporcionan las innumerables teselas que los cubren y que le confieren  una luz casi celestial. Sobre la puerta una composición de Jesucristo como el Buen Pastor rodeado de sus ovejas (ninguna fotografía medianamente presentable).
El conjunto de mosaicos, transición entre el arte paleocristiano y bizantino, es de una belleza abrumadora, a la que contribuye la tenue iluminación del espacio. No cabe duda de que es un lugar fascinante, tanto como  la  vida de la inteligente y poderosa mujer al que está dedicado, y que, es posible que nunca fuera enterrada en él.

 La siguiente visita fue al Baptisterio de los Arrianos, austera construcción de ladrillos (lo que no le resta ni un ápice de belleza), que data de finales del siglo V y se construyó durante el reinado de Teodorico. Cuando se impuso la ortodoxia católica fue convertido en oratorio. Tiene planta octogonal con cuatro exedras.

Baptisterio de los Arrianos 

 En el interior sólo la cúpula está cubierta con una preciosa composición musivaria que representa, como no podría ser de otra manera, a Cristo recibiendo el bautismo de manos de San Juan, sumergido hasta la cintura en el río Jordán también representado a su derecha como un dios pagano, en presencia del Espíritu Santo. Rodeando la escena los doce apóstoles y una gran pila bautismal. La desnudez de los muros, no exenta de belleza, se compensa con creces con la sola existencia de esta composición.  

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 Y para acabar este increíble recorrido el Baptisterio de los Ortodoxos, llamado también Neoniano en honor del obispo Neon que lo consagró. Es el edificio religioso más antiguo de Ravenna, pues data de finales del siglo IV y principios del V.


Baptisterio de los ortodoxos
 También de planta octogonal, formaba parte de una basílica ya desaparecida. En el exterior sus cuatro exedras le dan un perfil cuadrado. En el interior toda la superficie de los muros, de los tres arcos (símbolos de la Trinidad) y de la cúpula (con una representación del bautismo de Cristo de iconografía similar a la de los arrianos), están cubiertos de mosaicos donde no faltan los detalles naturalistas y geométricos encuadrando pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento. 









 

 Fascinante es la palabra que mejor puede describir estos monumentos Patrimonio de la Humanidad que atesora la ciudad. 

No pudimos ver la tumba de Dante, ni el Mausoleo de Teodorico. Se nos fue el tiempo paseando y contemplando las hermosas casas y palacios de sus calles, respirando el ambiente de la Piazza del Popolo, comiendo en el Mercato Cuperto en plena restauración. Sí visitamos en cambio el museo ubicado en el Palacio Arzobispal, un espléndido edificio del siglo XVII que guarda una interesante colección de restos paleocristianos y bizantinos, junto a lujosos objetos litúrgicos, a los que, tengo que confesar, no soy demasiado aficionada. Lo más interesante de esta visita fue poder contemplar en la Capilla de San Andrés, un hermoso mosaico de la Virgen con el Niño y unos tondos con cabezas de santos. Al encontrarse estas obras a la altura de los ojos, se puede observar con detenimiento la pericia técnica de estos artista anónimos.


miércoles, 10 de junio de 2015

Los italianos y Milán


Impresiones italianas. Primera parte. 
Lombardia, Emilia-Romaña y Véneto. Mayo-junio 2014.

1 Los italianos.

Puede decirse sin lugar a duda que constituyen el pueblo europeo con mayor capacidad para crear y admirar la belleza. No podría explicarse de otro modo, el extraordinario patrimonio artístico que se extiende a lo largo de los siglos y que está presente en todos los territorios de la península y en las islas. Esta sensibilidad especial, e innata en mi opinión, con la que se relacionan con las cosas hermosas,  ha quedado materializada en miles de obras de arte que no podrían, ni pueden encontrarse, en ningún otro lugar de Europa. 
En la actualidad, ese afán estético tiene continuidad en todas las manifestaciones de su vida cotidiana, de ahí la manera como cuidan su aspecto personal, por eso cuando veo a un italiano, las mayoría de las veces de género masculino, elegantemente vestido y posando inconscientemente… ¿o no? me vienen a la cabeza los retratos de los maestros del Quatrocentto. Sólo cambia la indumentaria. También son hermosos los bodegones que conforman con los productos que con tan gran habilidad saben vender (sentido artístico y negocio no son incompatibles… no hay más que observar), expuestos en los escaparates de las tiendas de las grandes firmas de lujo y también de aquellas más asequibles al común de los mortales, pero sobre en los improvisados mostradores de los puestos callejeros, sean estos de verduras, de carne o de pescado. En una charcutería de Bolonia, pude ver una maravillosa composición realizada a partir de cuñas de queso parmesano, que se elevaba al otro lado del cristal como la más apetecible de las cordilleras. En fin… sólo mencionar a modo de ejemplo, la extraordinaria variedad de formas y colores que saben dar a la pasta, su plato nacional.
Y no puede olvidarse que, por pequeña que sea una ciudad, nunca falta la  exposición de algún artista, nacional o extranjero, ni la representación de una ópera o un concierto, celebrados en un teatro, una iglesia o al aire libre, pues su amor a las artes plásticas corre parejo a su afición a la música. 

2 Milán  y el Duomo de Milán. Lombardia.

Duomo
Milán es una ciudad grandiosa, suntuosa, monumental, activa. Hermosos palacios históricos  y edificios construidos en los dos últimos siglos  jalonan sus anchas calles y rodean sus amplias plazas. Es posible que sólo París pueda superarla con un entramado urbano que respira elegancia y vitalidad. Pero Milán es mucho más. Las lujosas y carísimas tiendas, junto a la famosa Galería Victorio Enmanuele, diseñada por Giuseppe Mengoni en 1865, son perfectamente compatibles con iglesias como la basílica de origen paleocristiano de San Ambroggio, que constituye el mejor y más bello ejemplo del románico lombardo del norte de Italia. 

Galería Vittorio Enmanuele. Piazza del Duomo.
A este templo se accede por un conjunto de calles que nos muestran otra cara de la ciudad distinta de la que percibimos en nuestro primer paseo desde el hotel camino del Duomo, que transcurrió por un barrio más financiero y comercial. En esta ocasión contemplamos edificios residenciales que abren sus puertas a elegantes patios a los que se asoman las ventanas de las viviendas, pues según nos contaron, en la época en que Milán fue austriaca, se pagaban impuestos según el número de éstas que daban directamente a la calle.
San Ambroggio, Siglo X
San Ambroggio está ubicada en la plaza que lleva su nombre y todo el conjunto viene precedido por una puerta con un bello relieve de mármol sobre un arco de medio punto construido en ladrillo. En el interior del templo del siglo X, su planta primitiva se combina con arcos de medio punto y bóvedas de cañón, remarcados por la alternancia del ladrillo rojo y la piedra blanca.

Interior de San Ambroggio.
Delante del ábside resplandece un altar dorado del siglo IX ricamente decorado con piedras preciosas y situado bajo un baldaquino. Pero, aunque extasiada por el maravilloso espacio que me rodeaba, lo que atrajo toda mi atención y admiración, fue el púlpito de mármol blanco construido a partir de restos paleocristianos entre los que destaca un sarcófago con el más hermoso relieve que pueda imaginarse.



La armonía y elegancia de las naves se prolonga en el exterior, en el hermoso patio flanqueado por galerías abovedadas; en la fachada con dos torres campanarios y en la triple portada, con sus relieves, capiteles, modillones y friso de arquillos lombardos .
San Ambroggio. Arcadas laterales y torre.
   
¿Y Santa María delle Grazie?

Santa María delle Grazie. Siglo XV 
Una joya del Renacimiento debida a Bramante, que guarda en su sacristía el Cenáculo de Leonardo que nos fue sustraído (desgraciadamente la visita hay que solicitarla con meses de antelación), lo que no restó emoción a la contemplación de su elegante interior, de su claustro y de su hermosa cúpula.

Santa María delle Grazie. Interior.

Otro recorrido por calles en las que edificios novecentistas alternan con edificaciones actuales, nos llevó hasta la iglesia de San Lorenzo Maggiore, excesiva en tamaño y yo diría que en pretensiones. Lo mejor su fachada clasicista (aunque sea una reconstrucción del siglo XIX) y su cúpula del XVI . La basílica original, la más antigua de Milán pues data del siglo IV, fue construida sobre lo que debió ser un anfiteatro de la ciudad de Mediolanum. Conserva la planta octogonal y alguno de los mosaicos que cubrían sus muros    

San Lorenzo. Altar mayor.
Fachada principal y cúpula.
Frente a la iglesia destacan dieciséis impresionantes columnas corintias coronadas por un friso de ladrillo que delimitan  un  gran espacio que alberga la copia de una estatua de Constantino (aquel emperador que con el Edicto que firmó en Milán en el 313 inauguró un nuevo tiempo y un nuevo poder en el Imperio) y que en la actualidad también acoge a  una variopinta y ociosa multitud de todas las edades conectando con la Piazza del Duomo a través de la bulliciosa, popular y comercial Via Torino.    


Desde el Duomo (omnipresente en nuestros recorridos, no en vano era el final de todos los trayectos que hacíamos en metro), atravesando la Vía Dante y el Largo Garibaldi (donde se erige, como en todas las ciudades italianas, el monumento al gran héroe de la Unificación), llegamos al imponente Castello Sforzesco que levanta unas impresionantes murallas jalonadas por torres defensivas en todo su perímetro, aunque ofrece la posibilidad del ingreso a su no menos impresionante patio, a través de una maravillosa portada coronada por una torre obra de Antonio di Pietro Averlino, conocido como Filarete, muy concurrida a nuestra llegada.

Torre de Filarete.
El primitivo castillo fue erigido por los Visconti y desapareció, como la dinastía que lo construyó, para dejar paso a una nueva edificación y a nueva familia en el poder: los Sforza. A mediados del siglo XV Francesco Sforza  comenzó la construcción del  nuevo edificio. 

Vistas de las murallas desde el interior.


 A pesar de su recio aspecto exterior, posee en su interior el refinamiento y la elegancia de un palacio renacentista articulado en patios y salones que llevan el sello de los grandes artista que colaboraron en su construcción: Filarete, Bramante, Leonardo. Todo ello por iniciativa de Ludovico el Moro, que a fines del siglo XV convirtió su corte en una de las más fastuosas de Italia.


Patio de la Roqueta
En la actualidad el edificio es la sede de diferentes museos que contienen una interesante colección de arqueología, numismática, artes aplicadas, pintura... Pero, de entre todas las obras expuestas, la que posee un mayor interés para mí es la Piedad Rondanini, por las características de la propia obra y por poder contemplar en la figura de José de Arimatea  el rostro de un anciano Miguel Ángel 
con su desfigurada nariz por una pelea de juventud con Torrigiano en Florencia, cuando ambos discutieron en Santa María dei Carmine ante los frescos de la Capilla Brancacci de Masaccio.

Piazza dei Mercanti.
La biscione, serpiente emblema de la familia Visconti. Piazza dei Mercanti
Por la Vía Dante accedimos a la Piazza dei Mercanti, que constituye un espléndido espacio rodeado de galerías, cubiertas unas por bóvedas baídas y fachadas de ladrillos abiertas mediante arcos apuntados, y otras por arcos de medio punto sobre columnas pareadas del más exquisito estilo renacentista. En este lugar un encantador restaurante en el que comimos, no podía ser de otra manera, arroz a la milanesa.

Pinacoteca di Brera.
Los museos de la ciudad, como todo en ella son espléndidos. El primero que visitamos fue la Pinacoteca di Brera que ocupa un palacio del XVII con un patio de elegantes arcos de medio punto cuyo espacio central está ocupado por una escultura en bronce de Napoleón obra de Canova. En el XVIII acogió a la Academia di Belle Arti.


Doble arcada del Patio Central.
Está ubicado en un elegante barrio, en torno a la Vía Monte Napoleone, conformado por palacios de los siglos XVII y XVIII, cuyos bajos están ocupados por grandes firmas que exponen sus lujosos y caros artículos (los precios pueden llegar a ser indecentes) custodiados, y nunca mejor dicho, por altos, elegantes, guapos y bien vestidos porteros que, estoy segura, sólo te franquean el acceso si eres alguien dedicado al espectáculo, al deporte de élite, o a cualquier otra actividad, lícita o no, que te permita obtener grandes cantidades de dinero. En fin... Al menos tengo que reconocer que todo lo que vi era de un gusto exquisito.
Pero volviendo al museo, posee éste una impresionante colección de pintura, sobre todo procedente del norte de Italia, que abarca desde los siglos XV al XX. Ya sabía que iba a encontrar en sus salas la famosa obra de Piero de la Francesca, la Pala di Brera, y también  Cristo muerto de Mantegna o Los desposorios de Rafael y El beso de Francesco Hayez, pero quedé absolutamente entusiasmada ante  pinturas inesperadas de Bellini, Tintoretto, Caravagio o los Carracci, por no citar obras más recientes de Carrà, Morandi o Modigliani. Aunque tengo que confesar que mi sorpresa y alegría fueron enormes cuando pude ver por primera vez al natural cuadros de Carlo Crivelli, pintor del siglo XV al que siempre había admirado por su peculiar estilo, en el que el naturalismo y la atención al detalle se complementan con una pintura definida y llena de encanto y delicadeza. No me extraña que los prerrafaelitas ingleses lo tuvieran como uno de sus referentes.
Tuvimos además la suerte de ver una exposición temporal que recogía obras de los Bellini, de Jacopo el padre, de Gentile el hermano y sobre todo de Giovanni. El montaje de la misma contribuía a crear el dramatismo adecuado para la contemplación de las obras relacionadas con la muerte de Cristo.

Biblioteca y Pinacoteca Ambrosiana.
   
La visita a La Ambrosiana fue otra maravillosa experiencia. El edificio que acogió en primer lugar la biblioteca del cardenal Federico Borromeo, comenzó a construirse a principios del XVII, y desde entonces guarda una ingente cantidad de manuscrito (entre los que se incluyen el Códice Atlánticus de Leonardo, objeto de una interesante exposición en los días de nuestra visita) y libros impresos. Pronto hubo de ampliarse el edificio y se construyó una pinacoteca para albergar los dibujos y pinturas que el cardenal fue atesorando a lo largo de su vida. En 1625 se creó la Academia Ambrosiana, que continúa con sus actividades en la actualidad.


Uno de los patios de la Ambrosiana.
La pinacoteca posee una extraordinaria colección, por la cantidad y la calidad de las piezas, que abarca la obra de los artistas más importantes de entre los siglos XIV al XIX. Junto a pinturas de Ghirlandaio, Boticelli, Tizizno o Julio Romano (por citar algunos) destaca por derecho propio el Cestillo de frutas de Caravaggio, ante el cual me preguntaba cómo podía emocionar tanto la visión de un bodegón. Creo que vislumbré la respuesta: es la contemplación de la belleza perfecta ejecutada por una mano maestra lo que puede llegar a provocar tal emoción. En la misma sala y en un gran formato que contrasta con la obra anterior, un apunte para la Escuela de Atenas de Rafael, en el que aún no estaba incluido Heráclito con la fisonomía de Miguel Ángel. Y porque es necesario acabar (al igual que la visita que yo habría prolongado horas y horas) mencionar el Retrato de un músico de Leonardo, de ensimismada expresión, y el Retrato de una dama, de su discípulo Giovanni Ambrogio da Predis, del que no cabe la menor duda que hizo honor a su maestro.
Además de pintura, el museo alberga diversos objetos y esculturas entre las que destacan dos autorretratos, de Canova y del danés Thorvaldsen.
Al concluir una visita larga y exhaustiva como la que habíamos realizado, fuimos conscientes de la necesidad de parar para el almuerzo. Y a pocos metros del museo, encontramos un coqueto restaurante, Spadani, en el que recuperamos fuerzas.

El último de los grandes edificios visitados en Milán fue el Palazzo Reale


que vecino al Duomo, ha sido sede del gobierno de la ciudad desde la época de los Visconti en el siglo XIII y que por lo tanto, ha experimentado todo tipo de reconstrucciones y remodelaciones. El edificio actual data del periodo del dominio austriaco, por lo que tanto su fachada como su interior son neoclásicos. En el siglo XVIII residió en sus estancias María Teresa de Austria, para dejar paso con posterioridad a Napoleón,  Fernando I de las Dos Sicilias y los reyes de la casa de Saboya según soplaron los vientos en Italia en el convulso siglo XIX. En la actualidad es un centro cultural.
Varias exposiciones temporales completaban la oferta de los museos ubicados en su interior, Como había que elegir, no quedaba otro remedio, nos decidimos por ver la dedicada a Gustav Klimt, muy interesante porque situaba la obra del pintor dentro de las de sus contemporáneos, empezando por su padre y su hermano Ernest, y junto al grupo de artistas que daría origen al Secesionismo vienés.


Con un breve recorrido por los academicistas salones del palacio después de la exposición dimos por concluida la visita.
Palazzo Reale. 
Llegados a este punto de nuestra estancia en Milán, tengo que mencionar la colosal Estacione Centrale, puerta de entrada y salida a la ciudad, que preside la gran Plaza del Duque de Aosta. El proyecto iniciado a principios del siglo XX según diseño del arquitecto Ulisse Stacchiani, se vio casi paralizado en el transcurso de la Gran Guerra, por lo que retomado en época de Mussolini, fue adquiriendo ese aire tan característico de la arquitectura de corte totalitario que utiliza el edificio como metáfora del poder absoluto. La estación, una de las más grandes y concurridas de Europa, no te deja indiferente, sobre todo por la hermosa bóveda de hierro y cristal que cubre los binari que cada día reciben y despiden centenares de trenes.

Vista desde la entrada principal

Bóveda
Cerca de ella, en una antigua zona comercial en torno a la Porta Garibaldi que está siendo urbanizada mediante un espectacular proyecto urbanístico, una extraordinaria colección de edificios de hierro y cristal, debida al talento de los arquitectos actuales. 

Torre Cesar Pelli

Para el final he dejado el Duomo presente en todos nuestros itinerarios, aunque antes debo mencionar dos momentos interesantes.Uno de descanso junto a la estatua de Leonardo mirando de frente la fachada del prestigioso Teatro alla Scala, edificio neoclásico del siglo XVIII cuyo escenario, al parecer el más grande de Europa, ha acogido a lo largo del tiempo las mejor producciones musicales del mundo, incluyendo los estrenos de Verdi. Este gran compositor vivió sus últimos años en la ciudad y murió en el Gran Hotel Milán próximo al teatro, rodeado de la auténtica devoción de los milaneses. Otro un mitin-fiesta, el del cierre de campaña de las últimas europeas, del movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, lleno de música y color, con la Plaza del Duomo tomada por simpatizantes ante la curiosa mirada de los sorprendidos paseantes entre los que nos encontrábamos.
Y por fin el Duomo, cinco siglos de trabajos para conseguir la más perfecta combinación de gótico, renacimiento y clasicismo que el más imaginativo de los artistas pudo concebir. Su fachada se articula a partir de un espectacular frontón triangular y...


¿puede haber algo más característico en la arquitectura clásica?, rematado por un antepecho, que junto a los cientos de pináculos que coronan sus contrafuertes y las numerosas gárgolas, constituyen los elementos góticos del exterior.

El Renacimiento está presente en las cinco puerta de ingreso, todas ellas de bronce con sus impresionantes relieves, en la alternancia de dinteles y frontones curvos que cubren los vanos (sólo hay tres ventanas con arcos apuntados)


y en la multitud de esculturas y relieves que decoran la fachada y en los que es difícil determinar dónde termina lo clásico y dónde empieza lo renacentista.





Y todo ello en mármol blanco, blanco que adquiere tonalidades rosáceas con reflejos dorados cuando el sol poniente incide sobre ella al atardecer. Una visión inolvidable desde todos los puntos de vista.





El interior, de cinco naves, es grandioso. Los arcos apuntados descansan sobre pilares de anchos baquetones con elegantes podios fasciculados.


Las vidrieras iluminan el espacio y conforman el estilo gótico del exterior; el ábside monumental, tanto dentro como fuera; los suelos de opus sectiles de hermosos diseños; los altares abiertos en las naves laterales resultan un compendio de todos los estilos artísticos.





Hasta la tienda de recuerdos situada al final de la nave de la epístola, tiene ese “toque italiano”: es una pirámide de cristal transparente, un punto de luz que es difícil que pase inadvertido, y desde luego difícil de fotografiar.

No obstante, puede que en esta fastuosa belleza,(algo por otro lado bastante común en mucho de los grandes templos italianos) algunos cristianos no perciban al Cristo humilde de los Evangelios, pues más bien evoca la presencia de un Zeus poderoso y tonante.