Lombardia, Emilia-Romaña y Véneto. Mayo-junio 2014.
1 Los italianos.
Puede decirse sin lugar a duda que constituyen el pueblo europeo con mayor capacidad para crear y admirar la belleza. No podría explicarse de otro modo, el extraordinario patrimonio artístico que se extiende a lo largo de los siglos y que está presente en todos los territorios de la península y en las islas. Esta sensibilidad especial, e innata en mi opinión, con la que se relacionan con las cosas hermosas, ha quedado materializada en miles de obras de arte que no podrían, ni pueden encontrarse, en ningún otro lugar de Europa.
En la actualidad, ese afán estético tiene continuidad en todas las manifestaciones de su vida cotidiana, de ahí la manera como cuidan su aspecto personal, por eso cuando veo a un italiano, las mayoría de las veces de género masculino, elegantemente vestido y posando inconscientemente… ¿o no? me vienen a la cabeza los retratos de los maestros del Quatrocentto. Sólo cambia la indumentaria. También son hermosos los bodegones que conforman con los productos que con tan gran habilidad saben vender (sentido artístico y negocio no son incompatibles… no hay más que observar), expuestos en los escaparates de las tiendas de las grandes firmas de lujo y también de aquellas más asequibles al común de los mortales, pero sobre en los improvisados mostradores de los puestos callejeros, sean estos de verduras, de carne o de pescado. En una charcutería de Bolonia, pude ver una maravillosa composición realizada a partir de cuñas de queso parmesano, que se elevaba al otro lado del cristal como la más apetecible de las cordilleras. En fin… sólo mencionar a modo de ejemplo, la extraordinaria variedad de formas y colores que saben dar a la pasta, su plato nacional.
Y no puede olvidarse que, por pequeña que sea una ciudad, nunca falta la exposición de algún artista, nacional o extranjero, ni la representación de una ópera o un concierto, celebrados en un teatro, una iglesia o al aire libre, pues su amor a las artes plásticas corre parejo a su afición a la música.
2 Milán y el Duomo de Milán. Lombardia.
Duomo |
Milán es una ciudad grandiosa, suntuosa, monumental, activa. Hermosos palacios históricos y edificios construidos en los dos últimos siglos jalonan sus anchas calles y rodean sus amplias plazas. Es posible que sólo París pueda superarla con un entramado urbano que respira elegancia y vitalidad. Pero Milán es mucho más. Las lujosas y carísimas tiendas, junto a la famosa Galería Victorio Enmanuele, diseñada por Giuseppe Mengoni en 1865, son perfectamente compatibles con iglesias como la basílica de origen paleocristiano de San Ambroggio, que constituye el mejor y más bello ejemplo del románico lombardo del norte de Italia.
Galería Vittorio Enmanuele. Piazza del Duomo. |
A este templo se accede por un conjunto de calles que nos muestran otra cara de la ciudad distinta de la que percibimos en nuestro primer paseo desde el hotel camino del Duomo, que transcurrió por un barrio más financiero y comercial. En esta ocasión contemplamos edificios residenciales que abren sus puertas a elegantes patios a los que se asoman las ventanas de las viviendas, pues según nos contaron, en la época en que Milán fue austriaca, se pagaban impuestos según el número de éstas que daban directamente a la calle.
San Ambroggio, Siglo X |
San Ambroggio está ubicada en la plaza que lleva su nombre y todo el conjunto viene precedido por una puerta con un bello relieve de mármol sobre un arco de medio punto construido en ladrillo. En el interior del templo del siglo X, su planta primitiva se combina con arcos de medio punto y bóvedas de cañón, remarcados por la alternancia del ladrillo rojo y la piedra blanca.
Interior de San Ambroggio. |
Delante del ábside resplandece un altar dorado del siglo IX ricamente decorado con piedras preciosas y situado bajo un baldaquino. Pero, aunque extasiada por el maravilloso espacio que me rodeaba, lo que atrajo toda mi atención y admiración, fue el púlpito de mármol blanco construido a partir de restos paleocristianos entre los que destaca un sarcófago con el más hermoso relieve que pueda imaginarse.
La armonía y elegancia de las naves se prolonga en el exterior, en el hermoso patio flanqueado por galerías abovedadas; en la fachada con dos torres campanarios y en la triple portada, con sus relieves, capiteles, modillones y friso de arquillos lombardos .
San Ambroggio. Arcadas laterales y torre. |
¿Y Santa María delle Grazie?
Santa María delle Grazie. Siglo XV |
Una joya del Renacimiento debida a Bramante, que guarda en su sacristía el Cenáculo de Leonardo que nos fue sustraído (desgraciadamente la visita hay que solicitarla con meses de antelación), lo que no restó emoción a la contemplación de su elegante interior, de su claustro y de su hermosa cúpula.
Santa María delle Grazie. Interior. |
Otro recorrido por calles en las que edificios novecentistas alternan con edificaciones actuales, nos llevó hasta la iglesia de San Lorenzo Maggiore, excesiva en tamaño y yo diría que en pretensiones. Lo mejor su fachada clasicista (aunque sea una reconstrucción del siglo XIX) y su cúpula del XVI . La basílica original, la más antigua de Milán pues data del siglo IV, fue construida sobre lo que debió ser un anfiteatro de la ciudad de Mediolanum. Conserva la planta octogonal y alguno de los mosaicos que cubrían sus muros
Desde el Duomo (omnipresente en nuestros recorridos, no en vano era el final de todos los trayectos que hacíamos en metro), atravesando la Vía Dante y el Largo Garibaldi (donde se erige, como en todas las ciudades italianas, el monumento al gran héroe de la Unificación), llegamos al imponente Castello Sforzesco que levanta unas impresionantes murallas jalonadas por torres defensivas en todo su perímetro, aunque ofrece la posibilidad del ingreso a su no menos impresionante patio, a través de una maravillosa portada coronada por una torre obra de Antonio di Pietro Averlino, conocido como Filarete, muy concurrida a nuestra llegada.
A pesar de su recio aspecto exterior, posee en su interior el refinamiento y la elegancia de un palacio renacentista articulado en patios y salones que llevan el sello de los grandes artista que colaboraron en su construcción: Filarete, Bramante, Leonardo. Todo ello por iniciativa de Ludovico el Moro, que a fines del siglo XV convirtió su corte en una de las más fastuosas de Italia.
Por la Vía Dante accedimos a la Piazza dei Mercanti, que constituye un espléndido espacio rodeado de galerías, cubiertas unas por bóvedas baídas y fachadas de ladrillos abiertas mediante arcos apuntados, y otras por arcos de medio punto sobre columnas pareadas del más exquisito estilo renacentista. En este lugar un encantador restaurante en el que comimos, no podía ser de otra manera, arroz a la milanesa.
Los museos de la ciudad, como todo en ella son espléndidos. El primero que visitamos fue la Pinacoteca di Brera que ocupa un palacio del XVII con un patio de elegantes arcos de medio punto cuyo espacio central está ocupado por una escultura en bronce de Napoleón obra de Canova. En el XVIII acogió a la Academia di Belle Arti.
Está ubicado en un elegante barrio, en torno a la Vía Monte Napoleone, conformado por palacios de los siglos XVII y XVIII, cuyos bajos están ocupados por grandes firmas que exponen sus lujosos y caros artículos (los precios pueden llegar a ser indecentes) custodiados, y nunca mejor dicho, por altos, elegantes, guapos y bien vestidos porteros que, estoy segura, sólo te franquean el acceso si eres alguien dedicado al espectáculo, al deporte de élite, o a cualquier otra actividad, lícita o no, que te permita obtener grandes cantidades de dinero. En fin... Al menos tengo que reconocer que todo lo que vi era de un gusto exquisito.
Pero volviendo al museo, posee éste una impresionante colección de pintura, sobre todo procedente del norte de Italia, que abarca desde los siglos XV al XX. Ya sabía que iba a encontrar en sus salas la famosa obra de Piero de la Francesca, la Pala di Brera, y también Cristo muerto de Mantegna o Los desposorios de Rafael y El beso de Francesco Hayez, pero quedé absolutamente entusiasmada ante pinturas inesperadas de Bellini, Tintoretto, Caravagio o los Carracci, por no citar obras más recientes de Carrà, Morandi o Modigliani. Aunque tengo que confesar que mi sorpresa y alegría fueron enormes cuando pude ver por primera vez al natural cuadros de Carlo Crivelli, pintor del siglo XV al que siempre había admirado por su peculiar estilo, en el que el naturalismo y la atención al detalle se complementan con una pintura definida y llena de encanto y delicadeza. No me extraña que los prerrafaelitas ingleses lo tuvieran como uno de sus referentes.
Tuvimos además la suerte de ver una exposición temporal que recogía obras de los Bellini, de Jacopo el padre, de Gentile el hermano y sobre todo de Giovanni. El montaje de la misma contribuía a crear el dramatismo adecuado para la contemplación de las obras relacionadas con la muerte de Cristo.
La visita a La Ambrosiana fue otra maravillosa experiencia. El edificio que acogió en primer lugar la biblioteca del cardenal Federico Borromeo, comenzó a construirse a principios del XVII, y desde entonces guarda una ingente cantidad de manuscrito (entre los que se incluyen el Códice Atlánticus de Leonardo, objeto de una interesante exposición en los días de nuestra visita) y libros impresos. Pronto hubo de ampliarse el edificio y se construyó una pinacoteca para albergar los dibujos y pinturas que el cardenal fue atesorando a lo largo de su vida. En 1625 se creó la Academia Ambrosiana, que continúa con sus actividades en la actualidad.
La pinacoteca posee una extraordinaria colección, por la cantidad y la calidad de las piezas, que abarca la obra de los artistas más importantes de entre los siglos XIV al XIX. Junto a pinturas de Ghirlandaio, Boticelli, Tizizno o Julio Romano (por citar algunos) destaca por derecho propio el Cestillo de frutas de Caravaggio, ante el cual me preguntaba cómo podía emocionar tanto la visión de un bodegón. Creo que vislumbré la respuesta: es la contemplación de la belleza perfecta ejecutada por una mano maestra lo que puede llegar a provocar tal emoción. En la misma sala y en un gran formato que contrasta con la obra anterior, un apunte para la Escuela de Atenas de Rafael, en el que aún no estaba incluido Heráclito con la fisonomía de Miguel Ángel. Y porque es necesario acabar (al igual que la visita que yo habría prolongado horas y horas) mencionar el Retrato de un músico de Leonardo, de ensimismada expresión, y el Retrato de una dama, de su discípulo Giovanni Ambrogio da Predis, del que no cabe la menor duda que hizo honor a su maestro.
Además de pintura, el museo alberga diversos objetos y esculturas entre las que destacan dos autorretratos, de Canova y del danés Thorvaldsen.
Al concluir una visita larga y exhaustiva como la que habíamos realizado, fuimos conscientes de la necesidad de parar para el almuerzo. Y a pocos metros del museo, encontramos un coqueto restaurante, Spadani, en el que recuperamos fuerzas.
El último de los grandes edificios visitados en Milán fue el Palazzo Reale
que vecino al Duomo, ha sido sede del gobierno de la ciudad desde la época de los Visconti en el siglo XIII y que por lo tanto, ha experimentado todo tipo de reconstrucciones y remodelaciones. El edificio actual data del periodo del dominio austriaco, por lo que tanto su fachada como su interior son neoclásicos. En el siglo XVIII residió en sus estancias María Teresa de Austria, para dejar paso con posterioridad a Napoleón, Fernando I de las Dos Sicilias y los reyes de la casa de Saboya según soplaron los vientos en Italia en el convulso siglo XIX. En la actualidad es un centro cultural.
Varias exposiciones temporales completaban la oferta de los museos ubicados en su interior, Como había que elegir, no quedaba otro remedio, nos decidimos por ver la dedicada a Gustav Klimt, muy interesante porque situaba la obra del pintor dentro de las de sus contemporáneos, empezando por su padre y su hermano Ernest, y junto al grupo de artistas que daría origen al Secesionismo vienés.
Con un breve recorrido por los academicistas salones del palacio después de la exposición dimos por concluida la visita.
Llegados a este punto de nuestra estancia en Milán, tengo que mencionar la colosal Estacione Centrale, puerta de entrada y salida a la ciudad, que preside la gran Plaza del Duque de Aosta. El proyecto iniciado a principios del siglo XX según diseño del arquitecto Ulisse Stacchiani, se vio casi paralizado en el transcurso de la Gran Guerra, por lo que retomado en época de Mussolini, fue adquiriendo ese aire tan característico de la arquitectura de corte totalitario que utiliza el edificio como metáfora del poder absoluto. La estación, una de las más grandes y concurridas de Europa, no te deja indiferente, sobre todo por la hermosa bóveda de hierro y cristal que cubre los binari que cada día reciben y despiden centenares de trenes.
Cerca de ella, en una antigua zona comercial en torno a la Porta Garibaldi que está siendo urbanizada mediante un espectacular proyecto urbanístico, una extraordinaria colección de edificios de hierro y cristal, debida al talento de los arquitectos actuales.
San Lorenzo. Altar mayor. |
Fachada principal y cúpula. |
Frente a la iglesia destacan dieciséis impresionantes columnas corintias coronadas por un friso de ladrillo que delimitan un gran espacio que alberga la copia de una estatua de Constantino (aquel emperador que con el Edicto que firmó en Milán en el 313 inauguró un nuevo tiempo y un nuevo poder en el Imperio) y que en la actualidad también acoge a una variopinta y ociosa multitud de todas las edades conectando con la Piazza del Duomo a través de la bulliciosa, popular y comercial Via Torino.
Desde el Duomo (omnipresente en nuestros recorridos, no en vano era el final de todos los trayectos que hacíamos en metro), atravesando la Vía Dante y el Largo Garibaldi (donde se erige, como en todas las ciudades italianas, el monumento al gran héroe de la Unificación), llegamos al imponente Castello Sforzesco que levanta unas impresionantes murallas jalonadas por torres defensivas en todo su perímetro, aunque ofrece la posibilidad del ingreso a su no menos impresionante patio, a través de una maravillosa portada coronada por una torre obra de Antonio di Pietro Averlino, conocido como Filarete, muy concurrida a nuestra llegada.
Torre de Filarete. |
El primitivo castillo fue erigido por los Visconti y desapareció, como la dinastía que lo construyó, para dejar paso a una nueva edificación y a nueva familia en el poder: los Sforza. A mediados del siglo XV Francesco Sforza comenzó la construcción del nuevo edificio.
Vistas de las murallas desde el interior. |
A pesar de su recio aspecto exterior, posee en su interior el refinamiento y la elegancia de un palacio renacentista articulado en patios y salones que llevan el sello de los grandes artista que colaboraron en su construcción: Filarete, Bramante, Leonardo. Todo ello por iniciativa de Ludovico el Moro, que a fines del siglo XV convirtió su corte en una de las más fastuosas de Italia.
Patio de la Roqueta |
En la actualidad el edificio es la sede de diferentes museos que contienen una interesante colección de arqueología, numismática, artes aplicadas, pintura... Pero, de entre todas las obras expuestas, la que posee un mayor interés para mí es la Piedad Rondanini, por las características de la propia obra y por poder contemplar en la figura de José de Arimatea el rostro de un anciano Miguel Ángel
con su desfigurada nariz por una pelea de juventud con Torrigiano en Florencia, cuando ambos discutieron en Santa María dei Carmine ante los frescos de la Capilla Brancacci de Masaccio.
Piazza dei Mercanti. |
La biscione, serpiente emblema de la familia Visconti. Piazza dei Mercanti |
Pinacoteca di Brera. |
Doble arcada del Patio Central. |
Pero volviendo al museo, posee éste una impresionante colección de pintura, sobre todo procedente del norte de Italia, que abarca desde los siglos XV al XX. Ya sabía que iba a encontrar en sus salas la famosa obra de Piero de la Francesca, la Pala di Brera, y también Cristo muerto de Mantegna o Los desposorios de Rafael y El beso de Francesco Hayez, pero quedé absolutamente entusiasmada ante pinturas inesperadas de Bellini, Tintoretto, Caravagio o los Carracci, por no citar obras más recientes de Carrà, Morandi o Modigliani. Aunque tengo que confesar que mi sorpresa y alegría fueron enormes cuando pude ver por primera vez al natural cuadros de Carlo Crivelli, pintor del siglo XV al que siempre había admirado por su peculiar estilo, en el que el naturalismo y la atención al detalle se complementan con una pintura definida y llena de encanto y delicadeza. No me extraña que los prerrafaelitas ingleses lo tuvieran como uno de sus referentes.
Tuvimos además la suerte de ver una exposición temporal que recogía obras de los Bellini, de Jacopo el padre, de Gentile el hermano y sobre todo de Giovanni. El montaje de la misma contribuía a crear el dramatismo adecuado para la contemplación de las obras relacionadas con la muerte de Cristo.
Biblioteca y Pinacoteca Ambrosiana. |
Uno de los patios de la Ambrosiana. |
Además de pintura, el museo alberga diversos objetos y esculturas entre las que destacan dos autorretratos, de Canova y del danés Thorvaldsen.
Al concluir una visita larga y exhaustiva como la que habíamos realizado, fuimos conscientes de la necesidad de parar para el almuerzo. Y a pocos metros del museo, encontramos un coqueto restaurante, Spadani, en el que recuperamos fuerzas.
que vecino al Duomo, ha sido sede del gobierno de la ciudad desde la época de los Visconti en el siglo XIII y que por lo tanto, ha experimentado todo tipo de reconstrucciones y remodelaciones. El edificio actual data del periodo del dominio austriaco, por lo que tanto su fachada como su interior son neoclásicos. En el siglo XVIII residió en sus estancias María Teresa de Austria, para dejar paso con posterioridad a Napoleón, Fernando I de las Dos Sicilias y los reyes de la casa de Saboya según soplaron los vientos en Italia en el convulso siglo XIX. En la actualidad es un centro cultural.
Varias exposiciones temporales completaban la oferta de los museos ubicados en su interior, Como había que elegir, no quedaba otro remedio, nos decidimos por ver la dedicada a Gustav Klimt, muy interesante porque situaba la obra del pintor dentro de las de sus contemporáneos, empezando por su padre y su hermano Ernest, y junto al grupo de artistas que daría origen al Secesionismo vienés.
Con un breve recorrido por los academicistas salones del palacio después de la exposición dimos por concluida la visita.
Palazzo Reale. |
Vista desde la entrada principal |
Bóveda |
Torre Cesar Pelli |
Y por fin el Duomo, cinco siglos de trabajos para conseguir la más perfecta combinación de gótico, renacimiento y clasicismo que el más imaginativo de los artistas pudo concebir. Su fachada se articula a partir de un espectacular frontón triangular y...
¿puede haber algo más característico en la arquitectura clásica?, rematado por un antepecho, que junto a los cientos de pináculos que coronan sus contrafuertes y las numerosas gárgolas, constituyen los elementos góticos del exterior.
El Renacimiento está presente en las cinco puerta de ingreso, todas ellas de bronce con sus impresionantes relieves, en la alternancia de dinteles y frontones curvos que cubren los vanos (sólo hay tres ventanas con arcos apuntados)
y en la multitud de esculturas y relieves que decoran la fachada y en los que es difícil determinar dónde termina lo clásico y dónde empieza lo renacentista.
Y todo ello en mármol blanco, blanco que adquiere tonalidades rosáceas con reflejos dorados cuando el sol poniente incide sobre ella al atardecer. Una visión inolvidable desde todos los puntos de vista.
El interior, de cinco naves, es grandioso. Los arcos apuntados descansan sobre pilares de anchos baquetones con elegantes podios fasciculados.
Las vidrieras iluminan el espacio y conforman el estilo gótico del exterior; el ábside monumental, tanto dentro como fuera; los suelos de opus sectiles de hermosos diseños; los altares abiertos en las naves laterales resultan un compendio de todos los estilos artísticos.
Hasta la tienda de recuerdos situada al final de la nave de la epístola, tiene ese “toque italiano”: es una pirámide de cristal transparente, un punto de luz que es difícil que pase inadvertido, y desde luego difícil de fotografiar.
No obstante, puede que en esta fastuosa belleza,(algo por otro lado bastante común en mucho de los grandes templos italianos) algunos cristianos no perciban al Cristo humilde de los Evangelios, pues más bien evoca la presencia de un Zeus poderoso y tonante.
Las vidrieras iluminan el espacio y conforman el estilo gótico del exterior; el ábside monumental, tanto dentro como fuera; los suelos de opus sectiles de hermosos diseños; los altares abiertos en las naves laterales resultan un compendio de todos los estilos artísticos.
Hasta la tienda de recuerdos situada al final de la nave de la epístola, tiene ese “toque italiano”: es una pirámide de cristal transparente, un punto de luz que es difícil que pase inadvertido, y desde luego difícil de fotografiar.
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