Estambul
IV. El Palacio de Topkapi y los bazares.
La Punta del Serrallo. ¿Cómo no comprender
el entusiasmo de los europeos del XIX, ante las románticas evocaciones de
nombres como éste? Y una vez visitados los lugares ¿cómo no participar de él? Yo, es evidente, no tengo que esforzarme demasiado para conseguirlo.
La más hermosa colina imaginable cubierta de vegetación, como si de la quilla de un navío se tratara se levanta en el lugar donde el Bósforo y el Cuerno de Oro desembocan en el Mar de Mármara,
La más hermosa colina imaginable cubierta de vegetación, como si de la quilla de un navío se tratara se levanta en el lugar donde el Bósforo y el Cuerno de Oro desembocan en el Mar de Mármara,
Palacio de Topkapi visto desde la Torre Gálata. |
y ese fue el lugar elegido por Mehmet el Conquistador para construir el palacio que sería la residencia
de los sultanes otomanos hasta 1855, cuando fue sustituido por el de Dolmabahçe,
esplendor barroco a orillas del Bósforo,
que sólo divisamos navegando por las aguas del estrecho.
Ya he
comentado alguna vez que los interiores, siempre opulentos y lujosos (y en
muchas ocasiones claramente ostentosos) de los palacios occidentales, u orientales, no me
atraen demasiado. Y teniendo que elegir… Estambul ofrece lugares con mayores
atractivos para visitar.
Pero volvamos al mágico lugar que nos ocupa
cuyo grandioso conjunto arquitectónico es el Topkapi Sarayi que
articula todos sus edificios en torno a cuatro patios ajardinados. El primero,
la zona externa del palacio, constituye el Gülhame Parki, uno de los
más grandes y antiguos de Estambul
.
Además la iglesia bizantina de Santa Irene, que no pudimos visitar,
el extraordinario Museo
Arqueológico (¡no podía ser de otra manera! ya nos ocuparemos de él) y la Ceca Imperial.
En él se pueden apreciar, entre la espléndida vegetación y los brillantes parterres cubiertos de flores, edificaciones llenas de interés, como la serie de típicas
casas otomanas adosadas a la muralla, con su construcción en saledizo (sobre el muro de piedra o
ladrillo de la planta baja sobresale el piso de madera) de las que cada vez existen menos
ejemplos.
Además la iglesia bizantina de Santa Irene, que no pudimos visitar,
Fue este antiguo primer patio durante mucho siglos el punto de
reunión de los jenízaros, guardia personal del
sultán formada por jóvenes cristianos llevados a la fuerza a Estambul y que
constituyeron un poderoso ejército indispensable para la expansión territorial.
Adquirieron tanto poder con el paso de los siglos, que se permitieron deponer y
nombrar sultanes. Mahmut II acabó
con ellos en 1826, cabe pensar que quizá para que no fueran ellos los que
acabaran con el sultán.
En un extremo de este precioso jardín se levanta la Puerta del Saludo, la Orta Kapi, con sus dos torres octoganales de cubiertas cónicas, que data de la época de Solimán el Magnífico y que da acceso al recinto de Topkapi Sarayi, Los diferentes pabellones que lo forman se distribuyen a lo largo y ancho de los restantes patios y en ellos se ubicaron las residencias reales y las oficinas gubernamentales.
Tras la Orta Kapi, en el segundo patio aparece brillante y espléndida la Sala del Consejo o Divan, desde la que se gobernaba el Imperio. Junto a ella se encuentra la Torre de la Justicia.
En sus antiguas dependencias, a las que se accede desde un precioso pórtico sostenido por esbeltas columnas, hoy se expone una de las deslumbrantes colecciones de objetos preciosos que atesoraron los sultanes a lo largo de los siglos: la de relojes.
En la antigua Sala del Tesoro, se exhiben las armas y armaduras ricamente adornadas
algunas de las cuales eran propiedad de los sultanes. Debo confesar que
semejante despliegue de lujo sólo me causa asombro, sin dejar de admirar no
obstante, la tremenda maestría de los artesanos que dieron forma a los objetos.
De igual modo, el resto de los pabellones y kioskos construidos a lo largo de los siglos por los distintos sultanes
De igual modo, el resto de los pabellones y kioskos construidos a lo largo de los siglos por los distintos sultanes
Pabellón Bagdad |
Biblioteca de Ahmet III |
Sin embargo, una de las cosas que encontré más interesante de la visita a Topkapi fue sin duda poder comparar las cocinas con las dependencias del harem situadas frente a aquellas en este segundo patio.
Las cocinas elevan sus cúpulas y sus altas chimeneas (contienen en la actualidad una colección de piezas de cerámica y cristal) y no es difícil imaginar la frenética actividad que debía producirse en su interior para preparar las comidas, desde las más refinadas a las más groseras, para los miles de personas que vivían y trabajaban en el palacio.
Pensé en las mujeres y, mirando hacia el harem,
Patio de los eunucos negros |
me pregunté quiénes de ellas se sentirían menos prisioneras (es obvio que no puedo decir libre): las que debían trabajar duramente o aquellas que, con una vida de lujo y ocio,
Salón del Trono |
y a las maquinaciones de la valida, su madre, la mujer más poderosa del Imperio.
Dependencias de la valida |
Es casi imposible visitar todas las
dependencias palaciegas, aunque si pasamos por la Casa de la Felicidad, o Pabellón de la Capa Sagrada, donde se guardan las reliquias de Mahoma, (estandarte, sable y manto) que
procedentes de El Cairo, fueron traídas a Estambul por Selim I nombrado desde entonces califa (Sucesor de Mahoma y Jefe de los Creyentes), dignidad que detentaron sus sucesores hasta la caída del Imperio.
En ese lugar sagrado para el islam, reinaba un profundo y reverencial silencio.
Pabellón de la Capa Sagrada |
El paseo por los patios contemplando los
pabellones
y las fuentes
con una refinada decoración en la que no faltaban los azulejos de Iznit,
fue muy agradable, sobre todo porque lo compartíamos con grupos de estudiantes debidamente uniformados, que realizaban junto a sus profesores sus visitas culturales. Es muy interesante comprobar la variedad étnica de este país, fruto de su historia y de su geografía, que han hecho de él un crisol de pueblos y culturas.
Comedor de Ahmet III |
con una refinada decoración en la que no faltaban los azulejos de Iznit,
fue muy agradable, sobre todo porque lo compartíamos con grupos de estudiantes debidamente uniformados, que realizaban junto a sus profesores sus visitas culturales. Es muy interesante comprobar la variedad étnica de este país, fruto de su historia y de su geografía, que han hecho de él un crisol de pueblos y culturas.
Para acabar la visita que nos ocupó toda la mañana, una espléndida comida en el restaurante Konyali ubicado en el Mecidiye
Kösku, construido a mediados del siglo XIX y aunque decorado a la
europea (nada de lujo oriental) en su espléndida terraza, rodeados de
vegetación, se disfruta de una panorámica única sobre el Bósforo.
Y del palacio de los sultanes al palacio de las compras: el Gran Bazar, en turco Kapali Çarsi, que
debo confesar que me dejo literalmente con la boca abierta. Es un enorme complejo que tuvo sus comienzos en la misma fecha de la conquista otomana, pues fue Mehmet Fatit su impulsor. Es una verdadera ciudad dentro de la ciudad con miles de puestos, talleres, tiendas, han (antiguos almacenes hoy reconvertidos y de gran valor histórico), fuentes, cafés, restaurante y hasta una mezquita. Todos los oficios y todas las mercancías tienen cabida en este laberinto de calles y plazas cubiertas de bóvedas pintadas.
Anteriormente los gremios se agrupaban por
calles (pronto te das cuenta que a pesar de la confusión del principio,
responden éstas a un plano regular que tiene su centro en el viejo bedesten,
la zona más antigua del bazar) cosa que no ocurre en la actualidad, con
algunas excepciones, como la de los joyeros que se alinean en ambos lados de la
Kalpakçilar
Basi Caddesi. Nunca había visto, ni siquiera imaginado, semejante
cantidad de piezas de oro preciosamente trabajadas y expuestas en los
deslumbrantes escaparates.
Los vendedores apostados a las puertas de sus
negocios, esperan en esta larguísima
calle a compradores, desde luego con mejores disposiciones de las que
nosotros debíamos presentar y que supieron reconocer al instante, porque,
cuando lo habitual es que en otras tiendas te aborden por todas partes (en
perfecto castellano debo decir) para ofrecerte sus mercancías (alfombras,
tejidos, cueros, cristal, artesanías, artículos turísticos…) apenas nos
dedicaron una mirada displicente. Creo que es la mejor prueba de psicología
comercial que he conocido.
Más que
las compras que a mí me resultan verdaderamente agotadoras con la costumbre del
regateo, lo que me fascinó todas las veces que visitamos al Gran Bazar fue el bullicio, el color,
el ambiente que se respira por todas partes,
hasta el punto que apenas si reparé en el propio edificio, quizá el mayor mercado cubierto del mundo y sin duda uno de los más bellos.
A parte de algunas fruslerías, no efectuamos grandes compras, pero disfrutamos de los paseos, de las charlas de los vendedores y de una comida en uno de los cafés, que si bien el nombre no puede considerarse en absoluto turco: Julia´s Kitchen, si lo era la comida y el bullicioso ir y venir de la gente.
Imagen tomada de Internet |
hasta el punto que apenas si reparé en el propio edificio, quizá el mayor mercado cubierto del mundo y sin duda uno de los más bellos.
A parte de algunas fruslerías, no efectuamos grandes compras, pero disfrutamos de los paseos, de las charlas de los vendedores y de una comida en uno de los cafés, que si bien el nombre no puede considerarse en absoluto turco: Julia´s Kitchen, si lo era la comida y el bullicioso ir y venir de la gente.
Desde el interior del Gran Bazar, se accede por un tramo de escaleras a un recoleto espacio, el Sahaflar Çarsisi, el Bazar de los Libros, en el que los puestos se sitúan alrededor de un patio al que da sombra un emparrado. Ocupa el lugar donde antes de la conquista otomana se ubicaba el mercado bizantino de libros y papel. Durante mucho tiempo en este lugar sólo se vendieron manuscritos, pues los otomanos, que hicieron de la caligrafía
Imagen tomada de Intern |
Desde entonces este lugar se ha
convertido en el punto de encuentro de vendedores y compradores de libros
antiguos y modernos, y en el que no faltan variadas ediciones del Corán. Un té en el Çay Bahçesi nos permitió
un descanso mientras observábamos el continuo trasiego que hay siempre en todos
los rincones de esta increíble ciudad.
Es imposible visitar todas las mezquitas de Estambul. Es imposible, así que hube de admitirlo y sólo de paso ver el exterior de algunas tan importantes como la Yeni Cami, la Mezquita Nueva,
que tiene el interés añadido de ser un proyecto de mujeres, pues fueron dos validas, las madres de Mehmet III y de Mehmet IV, con un intervalo de cincuenta años, las que en el siglo XVI propiciaron su construcción y consagración. La obra de ambas se eleva orgullosa y se contempla cuando te sitúas en los alrededores del Puente Gálata en el barrio de Eminönü.
Adosado a dos de las fachadas de esta mezquita
se sitúa un hermoso edificio en forma de L,el Misir Çarsisi, el Bazar de las Especies, llamado también Bazar Egipcio porque se financiaba con
los impuestos que gravaban los productos procedentes de ese país.
pero que en la actualidad han ampliado sus mercancías con todo tipo de productos. No obstante aún conserva el olor y el color de las apreciadas especias orientales que encontraban en Estambul la mejor puerta de entrada para el resto de Europa.
Imagen tomada de Internet |
Se
construyó en el siglo XVII y está cubierto por
bóvedas apuntadas
bajo las que se distribuyen los puestos que, antaño
vendían las especies, las hierbas medicinales y aromáticas y los perfumes, procedentes
de toda el Asia,
pero que en la actualidad han ampliado sus mercancías con todo tipo de productos. No obstante aún conserva el olor y el color de las apreciadas especias orientales que encontraban en Estambul la mejor puerta de entrada para el resto de Europa.
Entre los dos brazos de la L se abre una plaza
donde no se detiene el incesante ir y venir y cerca del bazar se levanta una de
las más hermosas y fastuosas mezquitas de Estambul, la Rüstem Pasha Camii, una
obra del gran Sinan, erigida por el
yerno de Solimán, que también fue su
visir, cargo que aprovechó para convertirse en un hombre tan rico, que se permitió erigir esta mezquita decorada con una exquisita colección de azulejos Iznit y que desgraciadamente no pudimos contemplar. Se
había hecho demasiado tarde.
Imagen tomada de Internet |
Para regresar al hotel tomamos el tranvía y en
el trayecto viví una experiencia digna de reseñar. Los vagones iban llenos pues
era hora punta. Yo me situé junto a la puerta apoyada en el respaldo del asiento
más inmediato. Repito que el vagón estaba muy lleno pero la proximidad entre
los pasajeros era la habitual en esas circunstancias, es decir se guardaban las
distancias lo mejor posible. En la siguiente parada subió al vagón un señor de
respetable envergadura y vestido según los preceptos islámicos. De inmediato se
colocó frente a mí, abrió los brazos y todos los pasajeros que tenía cerca se
replegaron por lo que continué el viaje sin apreturas gracias al espacio libre
que había creado en torno a mí. Cuando se apeó deje de disfrutar del privilegio. Menos mal
que nuestra parada era la siguiente. Ni entonces ni ahora he sabido que pensar
de semejante actuación.