viernes, 20 de noviembre de 2015

Hamburgo

5.      Hamburgo, Freie und Hansestadt Hamburg.
 La ciudad-estado de Hamburg es la segunda mayor de Alemania tras Berlín. Posee una privilegiada situación geográfica a las orillas del río Elba

y una interesante historia que se remonta al 808, cuando Carlomagno mandó construir un castillo para controlar el territorio al norte del río. Precisamente por su ubicación geográfica, sufrió a lo largo de la Edad Media invasiones y saqueos protagonizados por vikingos, en los orígenes de la fundación, y por polacos y daneses con posterioridad. En el siglo XII el emperador Federico I Barbarroja le concedió el estatuto de Ciudad Libre Imperial, llevando este privilegio aparejado la exención de impuestos para el transporte de mercancías a través del Elba hasta su desembocadura en el Mar del Norte.



 Su asociación con la ciudad de Lübeck, centro del comercio en el Mar Báltico, fue el inicio, a mediados del siglo XIII, de una de las organizaciones más poderosas, duraderas e interesantes desde el punto de vista histórico, que ha tenido Europa, la Liga Hanseática, que se extendió por los puertos de ambas orillas del Báltico y del Mar del Norte, desde Londres a Novgorod, dominando el comercio y creando una estructura de poder asambleario, con una Dieta, el Hansetag, donde tomaban las decisiones los representantes de las ciudades miembros.

Imagen tomada de Internet.

  La Hansa, que fue como se la denominó, aunque comenzó su declive en el siglo XVI, aún perduró (reducido el número de sus miembros, de más de noventa, a sólo tres Lübeck, Bremen y Hamburgo) hasta que Hitler llegó al poder, perdiendo entonces Lübeck su condición de ciudad libre pero conservándola las dos restantes, convertidas en länder del nuevo estado federal.
 En nuestra llegada a Hamburgo el agua tuvo una importante presencia. Primero por la visión del Elba que da su esencia a la ciudad arrastrando desde Bohemia un caudal que se incrementa considerablemente cuando se le une el Moldava (en un viaje anterior tuve ocasión de conocer este melancólico río, al menos así me lo pareció, a su paso por Praga). No se iba a acabar sólo con la vista del Elba el agua por aquel día. Después de la cena decidimos dar un paseo y nos encaminamos felices al centro de la ciudad. Junto al Ayuntamiento,


al que casi ni pudimos dirigir una mirada, empezó a llover con tal furia que ni paraguas ni chubasqueros impidieron que nos pusiéramos como una sopa. Carreras hasta la parada del autobús y… valió la pena el chaparrón, porque resultó de lo más cordial y solidaria la acogida de los hamburgueses que viajaban en él. La verdad es que fue la primera vez en los días que llevábamos en Alemania que tuvimos la oportunidad de experimentar una relación más directa, no tan de turistas y, con un poco de inglés ayudado por el lenguaje universal de los gestos, establecimos un agradable contacto (que resultó de lo más sorprendente dada la imagen tópica del adusto alemán del norte que llevábamos en mente) que se prolongó tanto como larga era la avenida que llegaba hasta el hotel.
 Hamburgo es una metrópoli muy extensa y engloba en su área urbana siete distritos, divididos cada uno de ellos en una serie de barrios, que cuentan con su propio concejo municipal. Nuestra visita se limitó a  Hamburg-Mite, el centro histórico, situado en torno al Binnenalster, uno de los dos lagos artificiales que posee, el otro, el AuBenalster, tiene mayor extensión y está más alejado de la ciudad antigua y del puerto. Ambos se han originado a partir del río Alster, afluente del Elba. El recorrido por los alrededor del AuBennalster, nos permitió contemplar, además de sus hermosas vistas y las de las zonas verdes que lo circundan, un mundo de lujo sin estridencias, materializado en los barcos atracados en sus embarcaderos y en la elegante zona residencial situada en sus orillas.
Imagen tomada de Internet (El tiempo era más frío y más gris)
 El Binnenalster está circundado por elegantes avenidas y ofrece la visión de algunas torres de las principales iglesias con el característico color verde que con el paso del tiempo han ido adquiriendo sus cubiertas de láminas de cobre. Muy cerca se encuentra el magnífico edificio neorrenacentista del Ayuntamiento, que data de finales del siglo XIX, y en el que destacan la  impresionante torre, símbolo de Hamburgo. Cuatro edificios anteriores fueron sede del gobierno municipal, todos ellos destruidos como consecuencia de distintas guerras o como ocurrió con el precedente del actual, por causa del pavoroso incendio que en 1842 asoló casi una cuarta parte de la ciudad. Fue construido en un momento de exaltación nacionalista, tras la derrota francesa que daría forma al nuevo Imperio Alemán de la mano del Reino de Prusia. Debía por tanto Hamburgo dejar constancia en piedra, no sólo de su riqueza, también de su condición de ciudad independiente e incluso de su tradición republicana.


Y bien que lo consiguieron, no sólo por la enorme superficie y la elevada altura del edificio, también por la rica decoración de su fachada en la que aparecen representados los emperadores del Sacro Imperio bajo cuya soberanía estuvo en su condición de Ciudad Libre Imperial. Y como colofón del claro mensaje cívico, además de un mosaico rematando el balcón de la torre dedicado a la diosa Hammonia, patrona de la ciudad, el escudo de la misma y la inscripción Libertatem quam peperere maiores digne studeat servare posteritas (que la posteridad se esfuerce para preservar la libertad conseguida por nuestros mayores). En este punto, y sabiendo cómo se ha desarrollado el devenir histórico de Alemania, se me ocurre lo difícil que lo ha tenido la posteridad en ciertos momentos para cumplir con el cometido encomendado. El patio, que comunica con el edificio de la Bolsa también del XIX, es elegante y posee una fuente de estilo neoclásico dedicada a Hígia, diosa griega de la salud, que se encuentra situada en el centro y elevada sobre el resto de figuras que representan el poder del agua.


 La pátina verde que ha adquirido el conjunto y la rica arquitectura de su ubicación la hacen verdaderamente hermosa.
 Junto al Ayuntamiento la Plaza del Mercado, la Rathausmarkt, en la que tuvimos la oportunidad de presenciar un desfile insólito: músicos antillanos que con el ritmo de sus tambores, pusieron una nota de color y de calor a la fría tarde norteña.


 En esta plaza, delimitada por un pequeño canal, el transformado Alsterfleet, se encuentra el monumento dedicado a las víctimas de la Primera Guerra. En sus proximidades se sitúan elegantes calles y galerías comerciales cubiertas como las que empezaron a construirse en el siglo XIX por todas las grandes y ricas ciudades europeas de la época.

 Un recorrido por los viejos muelles del Elba con los edificios de ladrillos rojos de sus antiguos almacenes rehabilitados para diferentes usos (en la actualidad han perdido el suyo propio ya que las mercancías se guardan en contenedores) resultó de lo más interesante. Están rodeados de canales y con un poco de imaginación puedes recrear como sería en otros tiempos el traslado de los productos desde los barcos hasta tierra firme para luego partir hacia todas direcciones.



 El puerto de Hamburgo es fluvial, ya que dista 104 kilómetros de la desembocadura del río. Esta circunstancia no ha impedido que en la actualidad sea el segundo de Europa, sólo superado por Rotterdam. No hicimos la travesía turístico-fluvial entre los grandes barcos, sólo recorrimos el paseo por las orillas hasta Ladungsbrücken,


un edificio de 200 metros de largo del que partían los emigrantes que ponían rumbo a América buscando aventuras o una vida mejor que la que les ofrecía la Europa de la revolución industrial. 
Era tal el flujo de viajeros que existía una compañía, la  Hamburg-Süd-Amerikanische, cuyos barcos navegaban con periodicidad quincenal o mensual con destino a Brasil y Argentina haciendo escala en los principales puertos del norte de España y de Portugal. La réplica del precioso cartel que no pude resistir comprar, en castellano informaba de todas las escalas, anunciando la comodidad de los camarotes y la existencia a bordo de un médico y una criada. Supongo que estos lujos estarían reservados a los pasajeros de primera clase. De las condiciones de la travesía de los de tercera no decía nada…Es publicidad al fin y al cabo.
 Por el camino contemplamos los barcos-museos, el velero Rickmer Rickmers de 1896


y el carguero Cap San Diego, vestigios de una navegación más romántica pero ciertamente más peligrosa. Y cerca del puerto, como no podía ser de otra manera, el barrio rojo, que fue durante mucho tiempo la zona a la que acudían los marineros tras sus largas travesías. Con el paso del tiempo ha ido perdiendo algo de ese halo canalla que lo caracterizaba, aunque, a decir verdad no del todo, pues aún quedan vestigios de su antigua actividad.
 Completamos la jornada con un tranquilo recorrido que desde el río y a través de un cuidado parque, nos permitió contemplar una descomunal estatua dedicada a Bismarck que se eleva por encima de los árboles. Me parece, por lo que tengo visto en Alemania, que cuando se trata de rendir homenaje a sus grandes hombres, el tamaño de los monumentos y sobre todo la altura que éstos alcanzan, es directamente proporcional a su prestigio ¿tendrá algo que ver el idealismo filosófico o es sólo cuestión de orgullo nacional?


 Ya en la zona de Kontorhausviertel,  pudimos ver el Chilehaus, construido en la década de los veinte por Fritz Höger, que diseñó una forma a modo de quilla de barco, para un edificio de ladrillo. Se  convirtió en un símbolo de la arquitectura expresionista, estilo siempre presente en todas las manifestaciones del arte alemán, yo me atrevería a decir que es el  que mejor lo define.



Imagen tomada de Internet.
 El resto de las edificaciones del barrio, remodelado tras la guerra, son oficinas de modernos diseños y mucho cristal. Hay un gran proyecto comenzado en el 2008 y que debe completarse en el 2015, para construir un gran centro urbano, el barrio de Hafencity donde se  ubicarán viviendas, oficinas, hoteles, la sala de la Filarmónica del Elba… y que será el más grande de Europa. Si pensamos en los arquitectos que están trabajando en él, merece la pena pensar en una nueva visita a Hamburgo cuando esté concluido.  


 Del conjunto de las cinco templos luteranos cuyas altísimas torres se recortan en el cielo de la ciudad, sólo pudimos visitar con cierto detenimiento el de San Miguel, la Michaeliskirche, de estilo barroco que al igual que el resto de las iglesias de la ciudad, ha sufrido destrucciones y reconstrucciones sucesivas desde que se iniciara su obra a mediados del siglo XVII. El edificio actual que data de 1786, es proporcionado y elegante, contrastando sus muros curvados de ladrillos rojos, con el color crema de las molduras, pero sobre todo con la piedra gris del segundo cuerpo de la soberbia torre. En el pórtico una estatua en bronce del Arcángel vencedor del Diablo junto a otra de Lutero.


 En el interior llaman la atención los tonos blancos, grises y dorados de los muros que siguen las líneas alabeadas de su planta de cruz griega. El coro con su precioso órgano es verdaderamente hermoso,
                                

y como aditamento final tiene San Miguel un extraño púlpito de piedra con una cubierta  que semeja la forma de una extraña concha coronada por un estilizado ángel de bronce dorado que da la impresión que sólo un milagro lo mantiene en equilibrio. En su cripta está enterrado Carl Philip Emanuel Bach.

 De la iglesia de San Nicolás, la Nikolaikirche, sólo se conservan la torre-fachada con su impresionante aguja (la tercera más alta de Alemania) y parte de los muros. Es lo que de ella permaneció en pie tras los desastres de la Segunda Guerra y como recuerdo de lo sucedido y homenaje a las víctimas,  parece ser que así es como se va a quedar. En realidad es azarosa la historia de este edificio, ya que la primitiva iglesia gótica del siglo XIV fue lo primero que ardió en el incendio de 1842, llenando de consternación a los ciudadanos cuando se derrumbó su torre.


 En estilo neogótico se inició la construcción de la nueva iglesia cuya aguja recortada en el cielo era un importante punto de referencia para los bombarderos aliados. Emociona ver como la torre resistió para servir de recordatorio… o al menos esperemos que así sea.
 La Petrikirche, gótica del siglo XIV, se quemó también en el devastador incendio de 1842, aunque fue reconstruida siete años después. Por fortuna permaneció prácticamente intacta tras la guerra y durante nuestra visita estaba siendo restaurada, de manera que sólo pudimos admirar su maciza torre de ladrillos y cubierta de pizarra, pues sus muros estaban tapados y en sus fachadas oeste y sur aparecían grandes carteles con fotos de atractivos modelos luciendo ropa de H&M, que era la empresa que financiaba la obra de San Pedro. Está bien. Si una empresa se convierte en mecenas, no es reprobable que quiera hacerlo público de una u otra manera. 

 
 La última tarde en Hamburgo fue inolvidable. Visitamos el Kunsthalle que abrió sus puertas en 1869 y guarda una estupenda colección de artistas europeos de diferentes épocas, estando ubicadas en un edificio moderno anexo al principal, la obra de los contemporáneos. Entrar en un museo tiene para mí algo de rito, sobre todo si impera el silencio como era el caso. Poder estar frente a pinturas, tantas veces admiradas en libros e ilustraciones, tal como las vieron sus creadores… poder apreciar la intensidad de las pinceladas, la superposición de los colores… Me entusiasmó la amplia representación de los románticos alemanes y además tuvimos la fortuna de que en aquellos días había una exposición temporal: Seestücke Von Caspar David Friedrich bis Emil Nolde 


dedicada a la visión del mar a través de la obra de varios pintores de diferentes movimientos (romántico, como el noruego Johan Dahl; impresionista como Max Lieberman; secesionista alemán como Lyonel Feininger y expresionistas como Max Beckman y Emil Nolde) que constituía un homenaje al pintor romántico del que siempre he admirado sus figuras solitarias y casi desamparadas frente a la inmensidad del imponente y frío Mar del Norte. Creo que del mismo parecer debían ser los artistas presentes en la muestra que con sus cuadros habían rendido homenaje al maestro. 


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