jueves, 5 de noviembre de 2015

Hamelín

5.      Hameln. Baja Sajonia.
 En el camino desde Colonia a Hamburgo pasamos por una ciudad de cuento, no sólo porque en ella se sitúa una vieja leyenda que dio pie a los hermanos Grimm para escribir uno de los más famosos del mundo, El flautista de Hamelín, también porque si vas, como era mi caso, predispuesto a dejarte llevar por la magia que todo viaje puede ofrecerte, no creo que encuentres mejor escenario para que eches a volar la imaginación y sientas de nuevo, como cuando eras niño, que lo imposible, por efecto de la fantasía, puede ser posible.

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 Hameln fue fundada hacia el siglo IX en las orillas del Weser, ancho, majestuoso, navegable también como tantos ríos del centro de Europa (¡qué gran ventaja tiene un país cuando posee y sabe sacar partido a sus ríos!) y donde acabaron las ratas hechizadas por la dulce melodía que tocaba el misterioso flautista.
 Navegando por sus aguas se trasladaron personas, mercancías, ideas… y además un estilo arquitectónico, el llamado renacimiento del Weser, que entre mediados del  XVI y mediados del XVII, llenó las ciudades que se encuentran en su camino hasta su desembocadura en  Bremenhaven, de una serie de hermosas construcciones (palacios, ayuntamientos, casas burguesas) que tienen como característica principal cubiertas muy elevadas de inspiración holandesa, pero sobre todo una rica decoración en sus fachadas de imponentes frontones, donde aparecen hileras de diamantes y volutas, máscaras y figuras, bandas decorativas donde lucen los escudos de armas, inscripciones y sobre todo tribunas con ricos motivos ornamentales. Un renacimiento italiano, con un toque muy germánico, fue lo que  pensé contemplando las edificaciones del pequeño casco histórico de esta ciudad que constituyen bellos ejemplos de este estilo tan peculiar.
Partiendo de la Rattenfängerbrunnen, la Fuente del Flautista

Imagen tomada de Internet
(que en alemán no sería así llamado, la palabra empleada para denominarlo es cazador)  y siguiendo el “rastro de las ratas”, (miles de ellas en el pavimento de las calles señalan el camino), se pueden admirar la, Rattenfängerhaus, la Casa del Flautista


del siglo XVII, residencia de un concejal de la ciudad y llamada así porque en ella hay una inscripción que hace referencia a los niños a los que también hechizó con su música cuando los avariciosos burgueses, ya libre la ciudad de ratas y ratones, se negaron a pagar lo acordado; la Stiftsherrenhaus, Casa Capitular del siglo XVI;

imagen tomada de Internet

la Leisthaus, con su preciosista fachada hoy convertida en museo;


la
Hochzeistshaus, la Casa Nupcial, que construida en el XVII como lugar de reunión y de fiesta para la comunidad, es una de las más grandes y más hermosas representaciones del renacimiento del Weser;
 y para terminar, y no  porque no haya más casas dignas de mención a lo largo de las calles, la Bürgerhus, Casa Burguesa, del siglo XVI que destaca por el cromatismo de su fachada y la talla de la madera de su entramado, por no hablar de que durante mucho tiempo fue una fábrica de cerveza.



 A Hameln, es su ordenamiento urbano, sus calles y callejuelas, pero sobre todo sus casas, antiguas y modernas, de arenisca con entramados de madera, las que le confieren su encanto o… tal vez su capacidad de encantamiento. 
 De época medieval, Hameln conserva la catedral románica de San Bonifacio, austera en su estructura y decoración, en claro contraste con las coloridas y suntuosas casas;


dos torres en la zona norte de las desaparecidas murallas, la Haspelmathturm y la del Polvorín, la Pulverturm, que en la actualidad alberga un taller de vidrio soplado y la MarktkircheSankNikolai, la iglesia del mercado consagrada a San Nicolás cuya construcción data del siglo XII y que a diferencia de la catedral, cuya torre poligonal no alcanza la altura a la que nos acostumbramos en Alemania, posee un impresionante chapitel coronando su esbelta torre cuadrangular.


 Todo en Hameln gira en torno al famoso cuento: museos, representaciones teatrales al aire libre, turismo, comercio… La rata es el símbolo de la ciudad… y me gustó. Todo tiene un encanto ordenado, remarcado, señalizado… y me gustó. Ahora que reflexiono mientras escribo, me pregunto si sus habitantes no estarán algo cansados del efecto que produce la leyenda sobre sus visitantes y para ellos toda la fascinación que provoca no será más que una forma de sacar beneficio del turismo. Me gustaría pensar que no, pero… quién sabe. No tuve tiempo de comprobarlo en tan corta visita.
 Nos despedimos de este precioso lugar después de comer en un restaurante cuyas amplias cristaleras permitían contemplar un hermoso parque cerca del Weser y un cielo que fue cubriéndose de nubes que dejaron caer una intensa lluvia cuando proseguimos el viaje hacia el norte.

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