Y Estambul IX. Gálata y Beyoglu. Fin del viaje
El Haliç o Cuerno de Oro es un valle
fluvial inundado cuyas aguas discurren hacia el Bósforo.
Desde siempre
constituyó un puerto natural que ya en el siglo VII a.C. atrajo a los primeros
pobladores a sus orillas. Para Constantinopla
fue el factor decisivo de su desarrollo comercial y cuenta la leyenda que
su nombre deriva de los destellos dorados que en sus aguas provocaron los
inmensos tesoros que arrojaron los bizantinos para que no cayeran en manos
turcas tras la conquista. Hoy los grandes cargueros se quedan en los puertos
del Mar de Mármara.
Durante los
días que estuvimos en Estambul, el Cuerno de Oro fue un lugar que
frecuentamos, porque en el puente que franquea su entrada, el Galata
Korprusu,
En una de nuestras, últimas excursiones cruzamos el puente para dirigirnos a los barrios más antiguos de la orilla norte del Cuerno de Oro.
Pera y Gálata en 1860 |
Conquista de Constantinopla. Detalle. Palazzo Ducale de Venecia. Tintoretto 1580 |
Pero no sólo
fueron genoveses los extranjeros que vivieron en esta zona de Estambul. Desde el siglo XVI, Pera fue el lugar en el que se
establecieron las legaciones diplomáticas europeas y donde se asentaron las
comunidades griega, armenia y judía, ampliada esta última cuando a ella se
incorporaron los sefarditas tras su expulsión de España decretada por los Reyes
Católicos en 1492. Esta tradición de acogida a los extranjeros se prolongaría a lo largo del tiempo y de este
modo existió una población cosmopolita con sus propias instituciones (colegios,
iglesias, oficinas de correos, viviendas e incluso un Palacio de Justicia)
situadas en las cercanías de los grandes palacetes que se construyeron para
albergar las embajadas europeas ante la Sublime
Puerta. Todo acabó cuando en 1923 la
capitalidad fue transferida a la ciudad de Ankara
Y ahora nuestro recorrido que emprendimos a pie cuando el tráfico
de la mañana se iba haciendo cada vez más intenso.
Cruzado el puente comenzamos, digamos el más que mediano ascenso (Beyoglu se asienta en una de las muchas colinas que conforman la ciudad), que nos llevó a la Torre Gálata (35 metros sobre el nivel del mar) que se eleva imponente desde el siglo XIV con una altura de 67 metros, desde su base a su cubierta cónica.
Al parecer formaba parte de las murallas levantadas por los genoveses. Afortunadamente funcionaba el ascensor, lo que nos permitió sin esfuerzo acceder a la terraza que nos deparó una maravillosa panorámica de Estambul
con Gálata a nuestros pies
y la ciudad vieja recortando en el paisaje sus impresionantes y bellísimos monumentos.
Cruzado el puente comenzamos, digamos el más que mediano ascenso (Beyoglu se asienta en una de las muchas colinas que conforman la ciudad), que nos llevó a la Torre Gálata (35 metros sobre el nivel del mar) que se eleva imponente desde el siglo XIV con una altura de 67 metros, desde su base a su cubierta cónica.
Al parecer formaba parte de las murallas levantadas por los genoveses. Afortunadamente funcionaba el ascensor, lo que nos permitió sin esfuerzo acceder a la terraza que nos deparó una maravillosa panorámica de Estambul
con Gálata a nuestros pies
y la ciudad vieja recortando en el paisaje sus impresionantes y bellísimos monumentos.
Aún extasiados
ante la belleza que no podíamos abarcar, tal era la maravilla del panorama, bajamos al pie de la torre desde donde se extiende el barrio y retomamos la ruta desde la Antigua Grand-Rue, la Galip
Dede Caddesi, donde se ubica el Monasterio
de los Derviches Giróvagos, hoy Museo
de la Literatura del Diván. (En la entrada Estambul VI ya mencioné el impresionante espectáculo que presenciamos
en la estación de Sirkeci).
Se encuentra esta calle flanqueada por tiendas y establecimientos dedicados a la música (la ciudad conserva aún de forma evidente la ubicación en determinados barrios
de los diferentes gremios) y a continuación accedimos a la famosa Istiklal
Caddesi,
de cuyo esplendor pasado (magníficos aunque deteriorados edificios de entre los siglos XIX y XX) ha quedado en la actualidad una animada vía comercial llena de tiendas, cafés y restaurantes, por cuyo centro circula un precioso tranvía y donde se mezclan con los estambulitas, los visitantes que pasean contemplando, la antigua Embajada de Rusia, la iglesia protestante con el monumento conmemorativo de la Guerra de Crimea, la iglesia neogótica, sede de la orden franciscana, de San Antonio,
o el Liceo
de Galatasaray, con su impresionante pórtico y su no menos impresionante historia que se remonta al siglo XV, cuando Bayaceto I fundó una escuela para los pajes de Topkapi que fue modernizada en el XIX según el modelo francés para convertirse desde entonces en el centro de formación de la élite intelectual y política del país
a
la que supera en altura, claro, aunque es imposible que pueda arrebatarle el
romántico misterio que los siglos imprimen a los edificios.
de cuyo esplendor pasado (magníficos aunque deteriorados edificios de entre los siglos XIX y XX) ha quedado en la actualidad una animada vía comercial llena de tiendas, cafés y restaurantes, por cuyo centro circula un precioso tranvía y donde se mezclan con los estambulitas, los visitantes que pasean contemplando, la antigua Embajada de Rusia, la iglesia protestante con el monumento conmemorativo de la Guerra de Crimea, la iglesia neogótica, sede de la orden franciscana, de San Antonio,
Imagen tomada de Internet |
Imagen tomada de Internet |
Después de
comer en un típico local de Istikal (la “comida rápida” en Estambul es
muy apetecible), nos encaminamos hacia la Plaza de Taksim, hacia uno de sus más lujosos hoteles, el Mármara, para tomar café. Teníamos noticias de la impresionante panorámica que se abre
desde su terraza. Realmente extraordinaria. Además, desde aquella moderna torre de cristal tuvimos la oportunidad de contemplar a su compañera medieval,
Y no podía
faltar la visita al Pera Palace Hotel.
Aunque a decir verdad (y no sé si ya la habrá experimentado) en aquellos momentos necesitaba una urgente restauración. A pesar de todo, me entusiasmó su aire decadente, estaba emocionada por encontrarme en aquel lugar mítico, testigo de una época de la Historia que siempre me fascinó.
Aunque a decir verdad (y no sé si ya la habrá experimentado) en aquellos momentos necesitaba una urgente restauración. A pesar de todo, me entusiasmó su aire decadente, estaba emocionada por encontrarme en aquel lugar mítico, testigo de una época de la Historia que siempre me fascinó.
Imágenes tomadas de Internet |
Nos mostraron con
toda reverencia la habitación 101 que ocupara Atatürk y que ha sido convertida en museo. Contemplamos las
fotografías de las celebridades que pasaron por sus instalaciones, desde Mata-Hari a Agatha Christie (tengo que confesar mi debilidad por las novelas y los personajes creados por esta autora, sobre todo por su Monsieur
Poirot, que tan atinadamente resolvió el misterio del Asesinato en el Orient Expres, escrita en la habitación 411 que ocupara su autora)
Y para terminar
de cumplir con los ritos que alimentaron mis fantasías juveniles, tomamos el té al más puro estilo british, en un elegante salón que el paso del tiempo había llenado de grandes y pequeñas historias.
La bajada de Pera nos llevó hasta el Puente de Atatürk por una curiosa calle, llena de vida y actividad dedicada casi en exclusiva a la venta de accesorios de ferretería y de fontanería.
Y otra vez en las orillas del Cuerno de Oro, paseando sin rumbo fijo y procurando captar la riquísima historia y el complejo presente de esta ciudad única.
Fin del viaje.
Y llegó el día del regreso. Con algo de melancolía anticipada nos despedimos de Estambul dando un largo paseo, pasando junto a la mezquitas de Beyazit y entrando en la de Los Tulipanes, la Laleli Camii construida en el siglo XVIII
(tan distinta en su preciosismo al resto de las mezquitas imperiales),
Y de este modo, a la vista de Santa Sofía y de
la Mezquita Azul, vivimos una
experiencia que no tengo ningún pudor en calificar de emocionante. Lo fue entonces y lo
es aún mayor ahora, cuando de nuevo la ciega y fanática locura que se apodera
de tantos, hasta el punto de hacerles actuar por la razón de la sinrazón, y con
esto me estoy refiriendo al último (no, ya desgraciadamente al penúltimo, pues
la barbarie no cesa) atentado terrorista que en la celebración de una boda ha
cegado tantas vidas y ha dejado aún más conmocionado a Turquía.
Cuando nos
sentamos a disfrutar de la vista desde un banco de la plaza,
llegó hasta
nosotros un joven (para más señas guapo, rubio y educado) que apresurándose a decir que no pretendía vendernos nada (tal
es el acoso, aunque amable, al que son sometidos los extranjeros) que su única intención era conversar con nosotros, pues estudiaba en el Instituto Cervantes y quería practicar su castellano.
Y ya lo creo que practicó, nos contó que era kurdo y que su familia cultivaba albaricoques en el centro de Anatolia. Nos habló de sus enormes deseos de viajar a España y de su amor por nuestra cultura. Nosotros a su vez le confesamos la enorme alegría que había supuesto conocer, aunque fuera sólo un poco (haría falta mucho tiempo para más), la ciudad y sus habitantes de los que habíamos recibido tantas muestras de cordialidad. Fue como si desde alguna parte, alguien hubiera querido regalarnos un hermoso colofón a nuestra estancia. Lo agradecí.
Y ya lo creo que practicó, nos contó que era kurdo y que su familia cultivaba albaricoques en el centro de Anatolia. Nos habló de sus enormes deseos de viajar a España y de su amor por nuestra cultura. Nosotros a su vez le confesamos la enorme alegría que había supuesto conocer, aunque fuera sólo un poco (haría falta mucho tiempo para más), la ciudad y sus habitantes de los que habíamos recibido tantas muestras de cordialidad. Fue como si desde alguna parte, alguien hubiera querido regalarnos un hermoso colofón a nuestra estancia. Lo agradecí.
Tampoco quiero dejar de apuntar otra circunstancia (de muy distinta índole, pero también ilustrativa) que nos permitió ver otra más de las mil facetas que tiene la vida de una ciudad. En uno de los sábados de nuestra estancia tuvo lugar el derby entre dos de los equipos de fútbol más importantes de Estambul: el Fenerbahçe y el Galatasaray. Supimos de este encuentro porque antes y después del partido las calles se llenaron de aficionados que por todos lados lucían los calores, azul y amarillo, y azul y rojo de sus respectivos equipos. No tuvimos noticias de incidentes, cosa de agradecer. Ganó el Fenerbahçe 4-0, y mientras visitábamos Topkapi, nos vimos rodeados por un mar de camisetas azules y amarillas que vestían orgullosamente sus seguidores, mientras aprovechaban el domingo para visitar los monumentos de su ciudad.
Y a través de un tráfico enloquecido atravesamos en plena hora punta de un lunes la ciudad camino del aeropuerto. En el último tramo del trayecto, con el Mármara a un lado, y las murallas marítimas a otro, ya más pausadamente, llegamos a nuestro destino. Me esperaba el temido vuelo, pero mil veces lo diera por bien empleado. Las impresiones vividas han quedado grabadas para siempre en mi memoria.
Y a través de un tráfico enloquecido atravesamos en plena hora punta de un lunes la ciudad camino del aeropuerto. En el último tramo del trayecto, con el Mármara a un lado, y las murallas marítimas a otro, ya más pausadamente, llegamos a nuestro destino. Me esperaba el temido vuelo, pero mil veces lo diera por bien empleado. Las impresiones vividas han quedado grabadas para siempre en mi memoria.
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