domingo, 28 de agosto de 2016

Estambul IX

Y Estambul IX. Gálata y Beyoglu. Fin del viaje

 El  Haliç o Cuerno de Oro es un valle fluvial inundado cuyas aguas discurren hacia el Bósforo.


 Desde siempre constituyó un puerto natural que ya en el siglo VII a.C. atrajo a los primeros pobladores a sus orillas. Para Constantinopla fue el factor decisivo de su desarrollo comercial y cuenta la leyenda que su nombre deriva de los destellos dorados que en sus aguas provocaron los inmensos tesoros que arrojaron los bizantinos para que no cayeran en manos turcas tras la conquista. Hoy los grandes cargueros se quedan en los puertos del Mar de Mármara.
 Durante los días que estuvimos en Estambul, el Cuerno de Oro fue un lugar que frecuentamos, porque en el puente que franquea su entrada, el Galata Korprusu,



comenzaban y terminaban muchos de nuestros paseos. Me encantaba observar a los pescadores de caña lanzando el anzuelo a sus aguas por encima de los restaurantes que se abren en su primer nivel, donde cenamos en alguna ocasión y puedo asegurar que espléndidamente; a las pequeñas barcas, cuyo incesante balanceo no impedía a sus ocupantes ofrecer a los viandantes, a cualquier hora del día, bocadillos de pescado recién capturado y cocinado; a los transbordadores que en un incesante ir y venir, no dejan de traer y llevar pasajeros... Y a todo esto habría que sumar la belleza del espectáculo que desde sus orillas ofrece la ciudad en todo momento.




 En una de nuestras, últimas excursiones cruzamos el puente para dirigirnos a los barrios más antiguos de la orilla norte del Cuerno de Oro.

Pera y Gálata en 1860
 El tiempo, que discurría más aprisa de lo que yo hubiera querido, limitó nuestra visita a Beyoglu, conocido  como Pera, (“más allá” en griego) hasta la fundación de la República. Incluye este distrito a Gálata, el viejo barrio de los genoveses, porque, si bien desde el siglo XI se habían establecido en Bizancio representaciones comerciales procedentes de los estados italianos, principalmente de Venecia y de Génova, cuando los venecianos, principales componentes de la Cuarta Cruzada, tomaron y saquearon Constantinopla,

Conquista de Constantinopla. Detalle. Palazzo Ducale de Venecia. Tintoretto 1580 
los genoveses se vieron obligados a salir de la ciudad y a establecerse en esta orilla del Cuerno de Oro. En virtud de un acuerdo firmado en 1261, obtuvieron importantes concesiones comerciales e incluso llegaron a constituir una ciudad independiente bajo la tutela de la República Genovesa. Durante la conquista otomana, Gálata, por defender sus intereses económicos, permaneció neutral (aunque muchos genoveses lucharon a la desesperada al lado de los bizantinos) por lo que, integrada oficialmente en el Imperio Otomano, siguió gozando de una cierta autonomía y de una influencia que, aún en  progresiva decadencia, se prolongó hasta el siglo XIX.
 Pero no sólo fueron genoveses los extranjeros que vivieron en esta zona de Estambul.  Desde el siglo XVI, Pera fue el lugar en el que se establecieron las legaciones diplomáticas europeas y donde se asentaron las comunidades griega, armenia y judía, ampliada esta última cuando a ella se incorporaron los sefarditas tras su expulsión de España decretada por los Reyes Católicos en 1492. Esta tradición de acogida a los extranjeros se prolongaría a lo largo del tiempo y de este modo existió una población cosmopolita con sus propias instituciones (colegios, iglesias, oficinas de correos, viviendas e incluso un Palacio de Justicia) situadas en las cercanías de los grandes palacetes que se construyeron para albergar las embajadas europeas ante la Sublime Puerta. Todo acabó cuando en 1923 la capitalidad fue transferida a la ciudad de Ankara
  Y ahora nuestro recorrido que emprendimos a pie cuando el tráfico de la mañana se iba haciendo cada vez más  intenso.


 Cruzado el puente comenzamos, digamos el más que mediano ascenso (Beyoglu se asienta en una de las muchas colinas que conforman la ciudad), que nos llevó a la Torre Gálata (35 metros sobre el nivel del mar) que se eleva imponente desde el siglo XIV con una altura de 67 metros, desde su base a su cubierta cónica.



 Al parecer formaba parte de las murallas levantadas por los genoveses. Afortunadamente funcionaba el ascensor, lo que nos permitió sin esfuerzo acceder a la terraza que nos deparó una maravillosa panorámica de Estambul





con Gálata a nuestros pies


y la ciudad vieja recortando en el paisaje sus impresionantes y bellísimos monumentos.


 Aún extasiados ante la belleza que no podíamos abarcar, tal era la maravilla del panorama, bajamos al pie de la torre desde donde se extiende el barrio y retomamos la ruta desde la Antigua Grand-Rue, la Galip Dede Caddesi, donde se ubica el Monasterio de los Derviches Giróvagos, hoy Museo de la Literatura del Diván. (En la entrada Estambul VI ya mencioné el impresionante espectáculo que presenciamos en la estación de Sirkeci).   
 Se encuentra esta calle flanqueada por tiendas y establecimientos dedicados a la música (la ciudad conserva aún de forma evidente la ubicación en determinados barrios de los diferentes gremios) y a continuación accedimos a la famosa Istiklal Caddesi,


de cuyo esplendor pasado (magníficos aunque deteriorados edificios de entre los siglos XIX y XX) ha quedado en la actualidad una animada vía comercial llena de tiendas, cafés y restaurantes, por cuyo centro circula un precioso tranvía y donde se mezclan con los estambulitas, los visitantes que pasean contemplando, la antigua Embajada de Rusia, la iglesia protestante con el monumento conmemorativo de la Guerra de Crimea, la iglesia neogótica, sede de la orden franciscana, de San Antonio, 

Imagen tomada de Internet
o el Liceo de Galatasaray, con su impresionante pórtico y su no menos impresionante historia que se remonta al siglo XV, cuando Bayaceto I fundó una escuela para los pajes de Topkapi que fue modernizada  en el XIX según el modelo francés para convertirse desde entonces en el centro de formación de la élite intelectual y política del país

Imagen tomada de Internet

  Después de comer en un típico local de Istikal (la “comida rápida” en Estambul es muy apetecible), nos encaminamos hacia la Plaza de Taksim, hacia uno de sus  más lujosos hoteles, el  Mármara, para tomar café. Teníamos noticias de la impresionante panorámica que se abre desde su terraza. Realmente  extraordinaria. Además, desde aquella moderna torre de cristal tuvimos la oportunidad  de contemplar a su compañera medieval,


,

a la que supera en altura, claro, aunque es imposible que pueda arrebatarle el romántico misterio que los siglos imprimen a los edificios.  
 Y no podía faltar la visita al Pera Palace Hotel.


 Aunque a decir verdad (y no sé si ya la habrá experimentado) en aquellos momentos  necesitaba una urgente restauración. A pesar de todo, me entusiasmó su aire decadente, estaba emocionada por encontrarme en aquel lugar mítico, testigo de una época de la Historia que siempre me fascinó.

Imágenes tomadas de Internet

 Nos mostraron con toda reverencia la habitación 101 que ocupara Atatürk y que ha sido convertida en museo. Contemplamos las fotografías de las celebridades que pasaron por sus instalaciones, desde Mata-Hari a Agatha Christie (tengo que confesar mi debilidad por las novelas y los personajes creados por esta autora, sobre todo por su Monsieur Poirot, que tan atinadamente resolvió el misterio del Asesinato en el Orient Expres, escrita en la habitación 411 que ocupara su autora)





 
                      
 Y para terminar de cumplir con los ritos que alimentaron mis fantasías juveniles, tomamos el té al más puro estilo british, en un elegante salón que el paso del tiempo había llenado de grandes y pequeñas historias.


  La bajada de Pera nos llevó hasta el Puente de Atatürk por una curiosa calle, llena de vida y actividad dedicada casi en exclusiva a la venta de accesorios de ferretería y de fontanería.



 Y otra vez en las orillas del Cuerno de Oro, paseando sin rumbo fijo y procurando captar la riquísima historia y el complejo presente de esta ciudad única.

 Fin del viaje.  
 Y llegó el día del regreso. Con algo de melancolía anticipada nos despedimos de Estambul dando un largo paseo, pasando junto a la mezquitas de Beyazit y entrando en la de Los Tulipanes, la Laleli Camii construida en el siglo XVIII


(tan distinta en su preciosismo al resto de las mezquitas imperiales),


antes de llegar a Sultanamet, donde contemplamos las dos maravillas que contiene. 
 Y de este modo, a la vista de Santa Sofía y de la Mezquita Azul, vivimos una experiencia que no tengo ningún pudor en calificar de emocionante. Lo fue entonces y lo es aún mayor ahora, cuando de nuevo la ciega y fanática locura que se apodera de tantos, hasta el punto de hacerles actuar por la razón de la sinrazón, y con esto me estoy refiriendo al último (no, ya desgraciadamente al penúltimo, pues la barbarie no cesa) atentado terrorista que en la celebración de una boda ha cegado tantas vidas y ha dejado aún más conmocionado a Turquía.
 Cuando nos sentamos a disfrutar de la vista desde un banco de la plaza,


llegó hasta nosotros un joven (para más señas guapo, rubio y educado) que apresurándose a decir que no pretendía vendernos nada (tal es el acoso, aunque amable, al que son sometidos los extranjeros) que su única intención era conversar con nosotros, pues estudiaba en el Instituto Cervantes y quería practicar su castellano.
 Y ya lo creo que practicó, nos contó que era kurdo y que su familia cultivaba albaricoques en el centro de Anatolia. Nos habló de sus enormes deseos de viajar a España y de su amor por nuestra cultura. Nosotros a su vez le confesamos la enorme alegría que había supuesto conocer, aunque fuera sólo un poco (haría falta mucho tiempo para más), la ciudad y sus habitantes de los que habíamos recibido tantas muestras de cordialidad. Fue como si desde alguna parte, alguien hubiera querido regalarnos un hermoso colofón a nuestra estancia. Lo agradecí.
 Tampoco quiero dejar de apuntar otra circunstancia (de muy distinta índole, pero también ilustrativa) que nos permitió ver otra más de las mil facetas que tiene la vida de una ciudad. En uno de los sábados de nuestra estancia tuvo lugar el derby entre dos de los equipos de fútbol más importantes de Estambul: el Fenerbahçe y el Galatasaray.  Supimos de este encuentro porque antes y después del partido las calles se llenaron de aficionados que por todos lados lucían los calores, azul y amarillo, y azul y rojo de sus respectivos equipos. No tuvimos noticias de incidentes, cosa de agradecer. Ganó el Fenerbahçe 4-0, y mientras visitábamos Topkapi, nos vimos rodeados por un mar de camisetas azules y amarillas  que vestían orgullosamente sus seguidores, mientras aprovechaban el domingo para visitar los monumentos de su ciudad.   

 Y a través de un tráfico enloquecido atravesamos en plena hora punta de un lunes la ciudad camino del aeropuerto. En el último tramo del trayecto, con el Mármara a un lado, y las murallas marítimas a otro, ya más pausadamente, llegamos a nuestro destino. Me esperaba el temido vuelo, pero mil veces lo diera por bien empleado. Las impresiones vividas han quedado grabadas para siempre en mi memoria.     



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