Milán
es una ciudad que necesitaría de mil estancias para conocerla.
Piazza de San Fedele |
Con la experiencia adquirida (es imposible
conseguir entradas ni aún solicitándolas con meses de antelación… no hay que
indagar mucho para explicarse la cuestión como se verá), está vez concertamos
la visita a través de una agencia. Fijada la fecha de la misma, dedicamos el
día a recorrer desde las amplias y abarrotadas calles,
a los rincones más recoletos de la ciudad.
En uno de esos recorridos me aguardaba una
maravillosa sorpresa: casi sin darnos cuenta pasamos por delante de un
magnífico edificio, ¡hay tantos! Resultó ser el antiguo Monasterio Maggiore, convertido en la
actualidad en Museo Arqueológico, junto al que se levanta la iglesia de San Maurizio
Imagen tomada de Internet |
Más tarde me informé que la iglesia
fue construida a principios del siglo XVI, con una división en su única nave para
separar a la hora del culto, a la comunidad de monjas benedictinas y a los
fieles;
Todo eso fue después, porque en el
momento de acceder al interior lo que se desplegó ante mí fue un mundo de
suaves colores,
El frontal, donde aparecen en sendos lunetos, las
figuras de los mecenas rodeados de santos y bajo los que están
representadas las santas mártires con los símbolos de su martirio, es
de una belleza tal, que resulta difícil, al menos en una primera visita, hacer caso
a otras consideraciones distintas al disfrute de la misma.
Cuando salimos de San Maurizio, y suele pasarme en ocasiones similares, me embargaba una especial satisfacción, la que me produce siempre la contemplación de una obra de arte, y es porque pienso que la creación artística es una de las capacidades más importantes de entre las que le fueron concedidas al hombre.
La misma maravillosa impresión por la obra de Bramante, que la descrita en mi entrada anterior dedicada a Milán (10 de junio de 2015), cuando estuve ante el edificio.
El interior lo disfruté mejor en todos, bueno, en casi, (me rindo ante la visión de una obra italiana: es imposible abarcarla en su integridad) todos sus detalles, aunque debo confesar que con cierta impaciencia pues no veía la hora de pasar al refectorio.
Soporté estoicamente una explicación en inglés del guía, mientras observaba unas
láminas dónde aparecen representados los avatares del edificio a lo largo del tiempo. El grupo
no era numeroso, unas quince o veinte personas que escuchaban atentamente, o lo parecía al menos. Yo, sin proponérmelo, quizás sólo llevada por la impaciencia (no soy tan estoica después de todo), me había
ido colocando junto a las puertas, por lo qué cuando éstas se abrieron entré la
primera
y técnica.
Pero mi impresión no dejaba lugar a ningún tipo de análidis: allí estaba yo admirando una de las más grandes obras creadas por un genio inigualable y confieso con un poco de vergüenza que mi emoción llegó hasta las lágrimas.
Apenas tuve tiempo de dirigirle una
mirada apresurada, aunque su grandeza, y no me refiero sólo al tamaño, salta a la vista. Se trata de
la Cruxificion
del pintor milanés Donato
Montorfano, una esplendida obra que brillaría con luz propia si estuviera
situada lejos de tan imposible competencia.
El resto de la visita a la ciudad fue una vuelta a los lugares ya conocidos y explicados en la entrada mencionada con anterioridad, aunque no faltaron nuevos descubrimientos. De este modo recorrimos los patios del Castello Sforzesco;
la basílica de
Sant´Ambrogio donde volvimos a
admirar su maravilloso púlpito;
la monumental Piazza de San Lorenzo y su espectacular columnata romana;
el Duomo, que necesitaría una vida para ser apreciado en toda su magnificencia;
por supuesto la Galeria Vittorio Enmanuele.
y el
obligado paseo por el Quadrilátero de
la moda.
En la dilatada construcción en el tiempo, intervinieron los mejores
ingenieros, poniendo también su talento al servicio de Ludovico el Moro y de la obra el mismo Leonardo, que ideó ¡cómo no!, un innovador sistema de presas y una
ampliación que permitiera la navegación desde La Valtellina. Aunque hayan
perdido su valor como vía de transporte, no han perdido su atractivo
y en la
actualidad el barrio que rodean se ha convertido en un animado lugar de ocio
nocturno. Nosotros los visitamos a mediodía, disfrutando del gratificante discurrir
de las aguas y del reflejo de las casas situadas en sus orillas.
Después, un restaurante popular, popularísimo me aventuraría a decir, Pizzeria da Franco, situado en las inmediaciones de la vía Padova. Habíamos quedado allí con una querida amiga italiana y comimos, en austeras mesas, con un escueto pero digno servicio, junto a milaneses que hacían un alto en su trabajo. Tampoco había muchas opciones a la hora de elegir menú, era simple y sencilla cocina casera. Me encantó conocer esta cara de la ciudad, la de la gente corriente de un barrio popular, alejada del lujo y del glamour asociado al nombre de Milano, y desde luego de los miles de turista. Resultó una experiencia estupenda.
El resto de la visita a la ciudad fue una vuelta a los lugares ya conocidos y explicados en la entrada mencionada con anterioridad, aunque no faltaron nuevos descubrimientos. De este modo recorrimos los patios del Castello Sforzesco;
la monumental Piazza de San Lorenzo y su espectacular columnata romana;
el Duomo, que necesitaría una vida para ser apreciado en toda su magnificencia;
por supuesto la Galeria Vittorio Enmanuele.
Sin embargo esta vez, Milán me deparó el
conocimiento de dos lugares inolvidables, aunque por muy diferentes causas.
Primero fueron los Navigli, los
canales construidos entre los siglos XII y XVI, para abrir la ciudad al mar y
al lago de Como a través de los ríos Adda y Ticino.
Después, un restaurante popular, popularísimo me aventuraría a decir, Pizzeria da Franco, situado en las inmediaciones de la vía Padova. Habíamos quedado allí con una querida amiga italiana y comimos, en austeras mesas, con un escueto pero digno servicio, junto a milaneses que hacían un alto en su trabajo. Tampoco había muchas opciones a la hora de elegir menú, era simple y sencilla cocina casera. Me encantó conocer esta cara de la ciudad, la de la gente corriente de un barrio popular, alejada del lujo y del glamour asociado al nombre de Milano, y desde luego de los miles de turista. Resultó una experiencia estupenda.
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