Lago Maggiore y lago de Orta.
El lago
Maggiore extiende sus orillas por
las regiones italianas de Lombardía
y de Piamonte (fue esta la rivera por
la que nos movimos en nuestra visita) y por el cantón suizo
de Tesino.
Casi al final de nuestro viaje por aquellas regiones efectuamos la visita
al último de los grandes lagos alpinos.
Como no podía ser de otro modo, no me defraudó, aunque he de decir que no pudo ocupar el primer puesto en mis
preferencias. Éste será para siempre del Iseo.
Y
no es que el Maggiore no me
suscitara un enorme entusiasmo, pues es de una belleza casi excesiva:
los hermosos pueblos, las altas montañas, la vegetación de camelias, azaleas, verbenáceas (que le dieron su nombre latino de Verbanus) cuyas floraciones hace posible un clima más cálido que en los otros lagos y, desde luego, las famosas islas llenas de encanto y de turistas.
Desde
Camburzano, el pueblecito
de Piamonte donde nos alojamos en
la segunda parte de nuestra estancia, la ruta que nos acercaba al lago está salpicada
de lugares cuyos nombres: Gattinara,
Borgomanero, Romagnono… traían a mi imaginación románticas evocaciones de
viejas lecturas. En la actualidad, y según podía comprobar a
nuestro paso, son lugares dinámicos, ricos y pujantes. Por ellos discurren ríos y arroyos procedentes de los Alpes que van a parar al Po para convertirlo en el gran río que a lo largo de los siglos ha hecho prosperar esta llanura que lleva su nombre.
El encuentro con el lago se produjo en Arona, la ciudad natal de San Carlos Borromeo (1583-1584), patrón de Milán (fue arzobispo de su diócesis) y de los empleados de banca (¿quizá por la fortuna familiar?) al que han dedicado
una descomunal estatua, el Sancarlone, sobre una colina a las
afueras. No reparé en ella, lo confieso, porque toda mi atención fue para el
panorama que se extendía ante nosotros desde el lungolago:
Unos restos arqueológicos dan fe del rico pasado de Arona, poblada desde el Neolítico, y de su importancia en la época romana, pues era punto obligado en la ruta del Simplón, paso de montaña testigo de las marchas de los ejércitos de demasiadas guerras, desde las napoleónicas.
Luego un pequeño
paseo por las calles empinadas del centro histórico de este lugar, feudo de la
familia Borromeo desde el siglo XV.
Tampoco
faltó la visita a una tienda especial, en la que,
con sólo la contemplación del escaparate, se abría el apetito.
y que cuando las aguas se ensanchan comienzan a divisarse las famosas islas.
En
el restaurante Lago Maggiore
continué la deliciosa tarea que me había impuesto: comer todos los tipos posibles de raviolis que encontrara. No me defraudaron, ni muchísimo menos, los de este establecimiento con cierto aire decadente, algo que me encanta, y unas maravillosas vistas sobre el lago.
En Stresa tomamos el transbordador para hacer una pequeña travesía por dos de las Islas Borromeas que constituyen un grupo compuesto por tres pequeñas: Isola Madre, Isola Bella y Isole dei Pescatori y dos islotes: Isolino di San Giovani y Scoglio della Malghera.
La mayor parte de su superficie está ocupada por el palacio, los jardines, un pequeño pueblo turístico que sube por la colina,
y, desde luego, por una ingente cantidad de visitantes que quedan anonadados ante el espectáculo, pero que fueron decisivos para disuadirme de realizar las obligadas visitas,
porque pesar de lo dicho anteriormente, no soy muy aficionada a los palacios barrocos y a los jardines de diseño geométrico, aunque sentí no poder ver la espléndida colección de pinturas y el salón donde se celebró en abril de 1935 la Conferencia de Stresa, con Mussolini como anfitrión, que tuvo como objetivo frenar las intenciones de Alemania de violar los acuerdos del Tratado de Versalles e impedir la anexión de Austria. El tiempo demostró la inutilidad del intento.
Luego embarcamos de nuevo hacia la otra isla que visitamos la dei Pescatori,
con un encantador pueblecito en el que, a pesar de que también había tiendas y
tenderetes por doquier, en cuanto te alejabas un poco ¡todo es tan pequeño!
podías encontrar maravillosos rincones donde serenarte contemplando el inolvidable entorno.
De
nuevo, y algo cansada por el calor y también porque la contemplación de una tal belleza puede desencadenar lo que casi me atrevería a calificar de una
jaqueca estética, continuamos la ruta. La carretera hacia el interior,
rodeando el monte Mottarone,
y discurriendo entre bosques, nos dirigió al lago más occidental de todos los alpinos italianos: el de Orta,
vislumbrado desde lejos,
pese al calor, no pude resistir asomarme apenas a la pequeña y hermosa ciudad de Orta San Giulio. La impresión que experimenté fue la de ver, como en una exquisita miniatura, toda la esencia de los lugares que había visitado.
continué la deliciosa tarea que me había impuesto: comer todos los tipos posibles de raviolis que encontrara. No me defraudaron, ni muchísimo menos, los de este establecimiento con cierto aire decadente, algo que me encanta, y unas maravillosas vistas sobre el lago.
El
camino hasta Stresa, y la misma
ciudad, concentran una importante cantidad de villas y hoteles de lujo fin de siècle, muestra el poder adquisitivo
de todos los que han elegido este bello y elegante lugar para pasar sus
vacaciones desde hace mucho tiempo.
En Stresa tomamos el transbordador para hacer una pequeña travesía por dos de las Islas Borromeas que constituyen un grupo compuesto por tres pequeñas: Isola Madre, Isola Bella y Isole dei Pescatori y dos islotes: Isolino di San Giovani y Scoglio della Malghera.
Isola bella hacia 1900. Imagen tomada de Internet. |
Desde
el siglo XV los Borromeo, poderosa
familia procedente de San Miniato que
en la actualidad aún conservan la propiedad de dos de ellas, se hicieron dueños de
las islas y edificaron esplendidos palacios y hermosos jardines. Hay algo que siempre pienso cuando contemplo las magníficas residencias
de los antiguos y poderosos signori italianos: tenían la habilidad de llegar hasta el
límite de la ostentación, pero nunca, o casi nunca lo cruzaban, por lo que el mal
gusto no tiene cabida, casi nunca, en ellas.
La
navegación fue una bonita experiencia, el archipiélago está situado en la zona más
ancha del lago, entre Stresa y Verbania y la atención debe ser máxima para no perderse las vistas de que te rodean.
La
primera escala fue en Isola Bella.La mayor parte de su superficie está ocupada por el palacio, los jardines, un pequeño pueblo turístico que sube por la colina,
y, desde luego, por una ingente cantidad de visitantes que quedan anonadados ante el espectáculo, pero que fueron decisivos para disuadirme de realizar las obligadas visitas,
porque pesar de lo dicho anteriormente, no soy muy aficionada a los palacios barrocos y a los jardines de diseño geométrico, aunque sentí no poder ver la espléndida colección de pinturas y el salón donde se celebró en abril de 1935 la Conferencia de Stresa, con Mussolini como anfitrión, que tuvo como objetivo frenar las intenciones de Alemania de violar los acuerdos del Tratado de Versalles e impedir la anexión de Austria. El tiempo demostró la inutilidad del intento.
No
obstante no puedo decir que no disfrutara de la belleza de todo lo que me
rodeaba, pues era tanta que incluso podías abstraerte de visitantes ávidos de comprar
souvenirs y de vendedores, ávidos
naturalmente, de vendérselos.
Luego embarcamos de nuevo hacia la otra isla que visitamos la dei Pescatori,
y discurriendo entre bosques, nos dirigió al lago más occidental de todos los alpinos italianos: el de Orta,
vislumbrado desde lejos,
pese al calor, no pude resistir asomarme apenas a la pequeña y hermosa ciudad de Orta San Giulio. La impresión que experimenté fue la de ver, como en una exquisita miniatura, toda la esencia de los lugares que había visitado.
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