Uno
de los acontecimientos de la historia contemporánea que más me han interesado
siempre ha sido la Gran Guerra, “la
guerra que iba a poner fin a todas las guerras”. ¡Qué ingenuidad, qué
torpeza, qué maldad forman parte de la condición humana!
Además
de desangrar a Europa, sus acuerdos post bélicos, llevaron al viejo continente,
y con él al mundo entero, no sólo a un nuevo y espeluznante conflicto, también
a una serie de guerras que han asolado muchos países a lo largo del siglo XX y
que continúan su metódica producción de muerte y dolor a lo largo de los años
transcurridos en el siglo XXI.
Este
mes de noviembre se conmemora el Armisticio y quiero contar (ya lo hice en otra
entrada en relación con Verdún) las tristes impresiones que me produjo la visita al escenario de la Batalla
del Somme.
En
la primavera del 2017 hacíamos un viaje por Normandía (otras impresiones bélicas que habré de contar). Y Amiens y el Valle del Somme, en Picardía, nos quedaba cerca (teniendo
como referencia la distancia desde Sevilla,
claro).
Después
de quedar nuevamente extasiada ante la catedral de Amiens,
iniciamos
una ruta a través de la D 919 que progresivamente
nos fue llevando al escenario de la masacre.
El
paisaje
no tiene el atractivo
de la Alta Normandía que llevábamos varios
días recorriendo. Es plano y casi seguro, aburridamente productivo desde el
punto de vista agrícola. Los pueblos que atravesamos con sus casas alineadas junto a la carretera, estaban desiertos,
algo que suele ocurrir en Francia, hasta el punto que a veces me he preguntado en broma dónde se meten los franceses. Pero aquel día de abril, no había lugar para la broma, pues todo contribuía a sobrecoger el ánimo.
algo que suele ocurrir en Francia, hasta el punto que a veces me he preguntado en broma dónde se meten los franceses. Pero aquel día de abril, no había lugar para la broma, pues todo contribuía a sobrecoger el ánimo.
Desde
la carretera divisábamos pequeños cementerios
donde, bajo las ordenadas e impolutas cruces blancas, descansan los hombres, que procedentes de los diferentes territorios
del Imperio Británico,vinieron
a pelear y a morir a este rincón de Francia, en otra absurda carnicería.
Canadienses |
Irlandeses |
Neozelandeses y australianos (ANZAC) |
Indios |
Vista aérea del campo de batalla tomada por un globo británico. Imagen de Internet |
La
Batalla del Somme se desarrolló
entre julio y noviembre de 1916. Con el objetivo de distraer la presión que los
alemanes hacían sobre Verdún se planeó un ataque a su ejército en un frente de cuarenta kilómetros al norte y sur del río Somme. Al
final fue un enfrentamiento más mortífero que el de Verdún (un millón de bajas) y tan decisivo, o tan
poco decisivo, como la mayoría de los acaecidos durante los tres primeros años de la contienda, si tenemos en cuenta que
tampoco tuvo un claro vencedor.
En casi todos los pueblos que cruzamos: Montigni-sur-l´Haulle, Contay, Warloy Baillon había un espacio de recuerdo a los caídos. Lo que no había (porque a pesar de las tristes sensaciones transcurría la mañana y bien sabemos que en la Francia rural se come a las doce o no se come) era un lugar donde parar. Siguiendo las indicaciones de dos obreros que trabajaban en la carretera llegamos a Bucquoi, donde por fin encontramos un restaurante: Café du Comerce.
La comida fue agradable, y las personas que nos
atendieron no dejaban de señalar el hecho de que eran muy pocos, poquísimos, los
españoles que se veían por aquellas tierras. No es de extrañar. España se mantuvo al margen y es un hecho que la participación de mi país en una guerra contra un enemigo exterior se remonta a la invasión napoleónica de 1808. Desgraciadamente nuestros conflictos en los dos pasados siglos han sido guerras civiles.
Abandonamos
la D 119 y en nuestra ruta por
caminos secundarios en los que no vimos restos de la batalla (seguramente
cubierta la tierra con un compasivo manto vegetal) hasta Thiepval, hicimos un alto en Beaumont pues este impresionante Memorial está dedicado a aquellos cuyos cuerpos desaparecieron haciendo imposible que al menos una tumba los cobijara.
Después
nos acercamos al gran monumento construido entre 1928 y 1932 ¡Tan sólo siete
años transcurrieron desde su inauguración al inicio de otra tragedia mayor!
El gran arco central de cuarenta y tres metros de altura y los dieciséis
pilares que sustentan los arcos laterales
están construidos en ladrillo y piedra blanca sobre la que están grabados los nombres en una lista sobrecogedora y que se antoja infinita.
están construidos en ladrillo y piedra blanca sobre la que están grabados los nombres en una lista sobrecogedora y que se antoja infinita.
A los pies del monumento, el Cementerio con las tumbas de aquellos, que aunque desconocidos, pudieron ser enterrados. La vista se desliza sobre las lápidas blancas de los británicos y las cruces de los franceses hasta la Cruz del Sacrificio
Al mismo tiempo que nosotros, visitaba el Memorial un grupo de estudiantes belgas que ponían, sino una nota de alegría (eran conscientes de lo que representa el lugar), al menos de color con el rojo de sus uniformes. Un chico, encantado de poder hablar español, estuvo con nosotros todo el tiempo. Era esperanzador su rechazo a lo que había sucedido en Europa en el siglo XX. Me gustaría compartir su esperanza en un futuro mejor.