martes, 23 de mayo de 2017

Lago Maggiore y lago de Orta

5. Los lagos de Piamonte.
Lago Maggiore y lago de Orta. 
 El lago Maggiore extiende sus orillas por las regiones italianas de Lombardía y de Piamonte (fue esta la rivera por la que nos movimos en nuestra visita) y por el cantón suizo de Tesino.


 Casi al final de nuestro viaje por aquellas regiones efectuamos la visita al último de los grandes lagos alpinos.


 Como no podía ser de otro modo, no me defraudó, aunque he de decir que no pudo ocupar el primer puesto en mis preferencias. Éste será para siempre del Iseo.
 Y no es que el Maggiore no me suscitara un enorme entusiasmo, pues es de una belleza casi excesiva:


los hermosos pueblos, las altas montañas, la vegetación de camelias, azaleas, verbenáceas (que le dieron su nombre latino de Verbanus) cuyas floraciones hace posible un clima más cálido que en los otros lagos y, desde luego, las famosas islas llenas de encanto y de turistas.


 Desde Camburzano, el pueblecito de Piamonte donde nos alojamos en la segunda parte de nuestra estancia, la ruta que nos acercaba al lago está salpicada de lugares cuyos nombres: Gattinara, Borgomanero, Romagnono… traían a mi imaginación románticas evocaciones de viejas lecturas. En la actualidad, y según podía comprobar a nuestro paso, son lugares dinámicos, ricos y pujantes. Por ellos discurren ríos y arroyos procedentes de los Alpes que van a parar al Po para convertirlo en el gran río que a lo largo de los siglos ha hecho prosperar esta llanura que lleva su nombre. 
 El encuentro con el lago se produjo en Arona, la ciudad natal de San Carlos Borromeo (1583-1584), patrón de Milán (fue arzobispo de su diócesis) y de los empleados de banca (¿quizá por la fortuna familiar?) al que han dedicado una descomunal estatua, el Sancarlone, sobre una colina a las afueras. No reparé en ella, lo confieso, porque toda mi atención fue para el panorama que se extendía ante nosotros desde el lungolago:


las aguas azules, las montañas en la lejanía, las colinas cubiertas de bosques, el frescor de la mañana…


 Unos restos arqueológicos dan fe del rico pasado de Arona, poblada desde el Neolítico, y de su importancia en la época romana, pues era punto obligado en la ruta del Simplón, paso de montaña testigo de las marchas de los ejércitos de demasiadas guerras, desde las napoleónicas. 


 Luego un pequeño paseo por las calles empinadas del centro histórico de este lugar, feudo de la familia Borromeo desde el siglo XV.

Tampoco faltó la visita a una tienda especial, en la que,


con sólo la contemplación del escaparate, se abría el apetito.     
 En definitiva un agradable y relajado paseo antes de continuar hacia el norte, hacia Lesa, la siguiente parada. En el camino se podía observar que las orillas no alcanzan la altura que tienen las de los otros lagos


y que cuando las aguas se ensanchan comienzan a divisarse las famosas islas.

En el restaurante Lago Maggiore


continué la deliciosa tarea que me había impuesto: comer todos los tipos posibles de raviolis que encontrara. No me defraudaron, ni muchísimo menos, los de este establecimiento con cierto aire decadente, algo que me encanta, y unas maravillosas vistas sobre el lago. 




 El camino hasta Stresa, y la misma ciudad, concentran una importante cantidad de villas y hoteles de lujo fin de siècle, muestra el poder adquisitivo de todos los que han elegido este bello y elegante lugar para pasar sus vacaciones desde hace mucho tiempo.



 En  Stresa tomamos el transbordador para hacer una pequeña travesía por dos de las Islas Borromeas que constituyen un grupo compuesto por tres pequeñas: Isola Madre, Isola Bella y Isole dei Pescatori y dos islotes: Isolino di San Giovani y Scoglio della Malghera.

Isola bella hacia 1900. Imagen tomada de Internet.
 Desde el siglo XV los Borromeo, poderosa familia procedente de San Miniato que en la actualidad aún conservan la propiedad de dos de ellas, se hicieron dueños de las islas y edificaron esplendidos palacios y hermosos jardines. Hay algo que siempre pienso cuando contemplo las magníficas residencias de los antiguos y poderosos signori italianos: tenían la habilidad de llegar hasta el límite de la ostentación, pero nunca, o casi nunca lo cruzaban, por lo que el mal gusto no tiene cabida, casi nunca, en ellas.
La navegación fue una bonita experiencia, el archipiélago está situado en la zona más ancha del lago, entre Stresa y Verbania y la atención debe ser máxima para no perderse las vistas de que te rodean.



 La primera escala fue en Isola Bella.



 La mayor parte de su superficie está ocupada por el palacio, los jardines, un pequeño pueblo turístico que sube por la colina,



y, desde luego, por una ingente cantidad de visitantes que quedan anonadados ante el espectáculo, pero que fueron decisivos para disuadirme de realizar las obligadas visitas, 



porque pesar de lo dicho anteriormente, no soy muy aficionada a los palacios barrocos y a los jardines de diseño geométrico, aunque sentí no poder ver la espléndida colección de pinturas y el salón donde se celebró en abril de 1935 la Conferencia de Stresa, con Mussolini como anfitrión, que tuvo como objetivo frenar las intenciones de Alemania de violar los acuerdos del Tratado de Versalles e impedir la anexión de Austria. El tiempo demostró la inutilidad del intento.



 No obstante no puedo decir que no disfrutara de la belleza de todo lo que me rodeaba, pues era tanta que incluso podías abstraerte de visitantes ávidos de comprar souvenirs y de vendedores, ávidos naturalmente, de vendérselos.


 Luego embarcamos de nuevo hacia la otra isla que visitamos la dei Pescatori,


con un encantador pueblecito  en el que, a pesar de que también había tiendas y tenderetes por doquier, en cuanto te alejabas un poco ¡todo es tan pequeño!


podías encontrar maravillosos rincones donde serenarte contemplando el inolvidable entorno.

  
 De nuevo, y algo cansada por el calor y también porque la contemplación de una tal belleza puede desencadenar lo que casi me atrevería a calificar de una jaqueca estética, continuamos la ruta. La carretera hacia el interior, rodeando el monte Mottarone,


discurriendo entre bosques, nos dirigió al lago más occidental de todos los alpinos italianos: el de Orta,


vislumbrado desde lejos,



pese al calor, no pude resistir asomarme apenas a la pequeña y hermosa ciudad de Orta San Giulio. La impresión que experimenté fue la de ver, como en una exquisita miniatura, toda la esencia de los lugares que había visitado.  

     

domingo, 14 de mayo de 2017

4 Los lagos de Lombardía. Iseo

4 Los lagos de Lombardía. 
Lago Iseo.
 Desde luego que existe el amor a primera vista, por eso supe en cuanto lo vi, que el Iseo iba a ser mi lago preferido.


 ¿Razones? No sabría decir ¿O sí? La tranquilidad que le proporciona el que los visitantes prefieran a sus hermanos más famosos: Como, Garda Maggiore;


 quizá también que lo rodean montañas más abruptos y salvajes;


 O esa inmensa isla-montaña que se asienta en medio a cuya sombra se cobija un pequeño pueblecito.


 También podría mencionar el camino de vuelta ya en la orilla derecha que por Marone, atravesando sus empinadas y estrechas calles, nos hizo circular por encima del lago, a una altura considerable, divisando la pequeña Isola de San Paolo y


atravesando puentes de madera bajo los que corría el agua que caía en cascada desde las alturas. Y la luz. Seguramente la hermosa, clara y transparente luz de ese día se apreciaría igual en los otros lagos, pero… a mí me sorprendió recorriendo el Iseo.


 En el camino desde Moggio contemplamos el elevado emplazamiento de la ciudad vieja de Bérgamo con sus bellos edificios, que habíamos visitado días atrás (tendré que hablar de ellos) y con esta imagen arribamos a la primera población del lago


y comenzamos el recorrido por sus orillas.


Sárnico es una pequeña y elegante ciudad



con un precioso paseo junto al lago donde en esos momentos se exponía una interesante colección de esculturas de un artista local (cuyo nombre lamento no recordar) que no hacía más que aumentar la sensación de calma relajada que se respiraba.


   

 Sin abandonar la vista del agua y de las montañas de la orilla izquierda, transcurría apacible la mañana hasta que a la hora de comer nos sorprendió en Tavernola Bergamesca. 


 Nunca imaginamos la inolvidable experiencia que nos aguardaba en este coqueto pueblecito y en el restaurante donde recalamos: Il Porticciolo. Además de la excelente comida preparada por la simpática Regina, disfrutamos enormemente de la amabilidad y la confianza (tan fácil de establecer con la mayoría de los italianos, nunca me canso de decirlo) de la familia que regenta ese delicioso lugar.


Un pequeño paseo se hizo necesario, dadas las circunstancias,


antes de retomar la ruta que transcurre en algunos tramos bajo una bóveda horadada en la montaña.


El espectáculo es desde luego extraordinario... y el cruce con otros vehículos no carece de dificultad. Afortunadamente el tráfico era escaso y no tuvimos necesidad de comprobarlo.


 Y en medio de esta maravilla natural Lovere sorprende por su hermoso centro histórico y su maravilloso enclave,



aunque a mí sobre todo me llamó la atención la Academia Tadini, fundación del conde Luigi Tadini,



al que, como no podía ser de otro modo, la ciudad ha dedicado un monumento. En las primeras décadas del siglo XIX, este noble benefactor de las bellas artes, a quien unía una estrecha amistad con el escultor Antonio Canova, mandó construir un hermoso edificio neoclásico donde estableció una interesante colección de pinturas y grabados, un gabinete de antigüedades y su magnífica biblioteca.




En el día de nuestra visita se exhibía una exposición de Bellini, pero desgraciadamente estaba cerrada por lo que tuvimos que conformarnos con admirar el exterior y los jardines a través de la reja.




Pero por encima del valor de las colecciones, creo necesario resaltar el hecho de la existencia de una institución de estas características, centro de una vida artística y cultural tan importante, en una ciudad de apenas seis mil habitantes. Tengo que confesar que sentí una cierta envidia.



 A partir de Lovere, que se sitúa en la zona septentrional del lago, nuestra excursión continuó por la orilla derecha y siempre con la imponente presencia del Monte Isola donde se ubica un pequeño pueblo formado a partir de las pequeñas aldeas que desde tiempos remotos se ubicaban en esta enorme y escarpada isla lacustre.


 Desde Sulzano, otra parada obligatoria, no sólo se divisa



Monte Isola,
también se tiene una espléndida visión de la pequeña isla de San Paolo, y junto a ella de la de Loreto, que en la actualidad son de propiedad privada.




 La ruta de regreso discurrió por Marone (que ya he mencionado) y otros pequeños y encantadores pueblos. A medida que nos alejábamos del lago Iseo, se iba haciendo mayor la fascinación que me había causado, algo que ni siquiera pudo disminuir el pesado viaje, con atasco incluido, hasta Moggio.


 Las hermosas vistas contempladas hacían más llevadera cualquier contrariedad.