domingo, 14 de mayo de 2017

4 Los lagos de Lombardía. Iseo

4 Los lagos de Lombardía. 
Lago Iseo.
 Desde luego que existe el amor a primera vista, por eso supe en cuanto lo vi, que el Iseo iba a ser mi lago preferido.


 ¿Razones? No sabría decir ¿O sí? La tranquilidad que le proporciona el que los visitantes prefieran a sus hermanos más famosos: Como, Garda Maggiore;


 quizá también que lo rodean montañas más abruptos y salvajes;


 O esa inmensa isla-montaña que se asienta en medio a cuya sombra se cobija un pequeño pueblecito.


 También podría mencionar el camino de vuelta ya en la orilla derecha que por Marone, atravesando sus empinadas y estrechas calles, nos hizo circular por encima del lago, a una altura considerable, divisando la pequeña Isola de San Paolo y


atravesando puentes de madera bajo los que corría el agua que caía en cascada desde las alturas. Y la luz. Seguramente la hermosa, clara y transparente luz de ese día se apreciaría igual en los otros lagos, pero… a mí me sorprendió recorriendo el Iseo.


 En el camino desde Moggio contemplamos el elevado emplazamiento de la ciudad vieja de Bérgamo con sus bellos edificios, que habíamos visitado días atrás (tendré que hablar de ellos) y con esta imagen arribamos a la primera población del lago


y comenzamos el recorrido por sus orillas.


Sárnico es una pequeña y elegante ciudad



con un precioso paseo junto al lago donde en esos momentos se exponía una interesante colección de esculturas de un artista local (cuyo nombre lamento no recordar) que no hacía más que aumentar la sensación de calma relajada que se respiraba.


   

 Sin abandonar la vista del agua y de las montañas de la orilla izquierda, transcurría apacible la mañana hasta que a la hora de comer nos sorprendió en Tavernola Bergamesca. 


 Nunca imaginamos la inolvidable experiencia que nos aguardaba en este coqueto pueblecito y en el restaurante donde recalamos: Il Porticciolo. Además de la excelente comida preparada por la simpática Regina, disfrutamos enormemente de la amabilidad y la confianza (tan fácil de establecer con la mayoría de los italianos, nunca me canso de decirlo) de la familia que regenta ese delicioso lugar.


Un pequeño paseo se hizo necesario, dadas las circunstancias,


antes de retomar la ruta que transcurre en algunos tramos bajo una bóveda horadada en la montaña.


El espectáculo es desde luego extraordinario... y el cruce con otros vehículos no carece de dificultad. Afortunadamente el tráfico era escaso y no tuvimos necesidad de comprobarlo.


 Y en medio de esta maravilla natural Lovere sorprende por su hermoso centro histórico y su maravilloso enclave,



aunque a mí sobre todo me llamó la atención la Academia Tadini, fundación del conde Luigi Tadini,



al que, como no podía ser de otro modo, la ciudad ha dedicado un monumento. En las primeras décadas del siglo XIX, este noble benefactor de las bellas artes, a quien unía una estrecha amistad con el escultor Antonio Canova, mandó construir un hermoso edificio neoclásico donde estableció una interesante colección de pinturas y grabados, un gabinete de antigüedades y su magnífica biblioteca.




En el día de nuestra visita se exhibía una exposición de Bellini, pero desgraciadamente estaba cerrada por lo que tuvimos que conformarnos con admirar el exterior y los jardines a través de la reja.




Pero por encima del valor de las colecciones, creo necesario resaltar el hecho de la existencia de una institución de estas características, centro de una vida artística y cultural tan importante, en una ciudad de apenas seis mil habitantes. Tengo que confesar que sentí una cierta envidia.



 A partir de Lovere, que se sitúa en la zona septentrional del lago, nuestra excursión continuó por la orilla derecha y siempre con la imponente presencia del Monte Isola donde se ubica un pequeño pueblo formado a partir de las pequeñas aldeas que desde tiempos remotos se ubicaban en esta enorme y escarpada isla lacustre.


 Desde Sulzano, otra parada obligatoria, no sólo se divisa



Monte Isola,
también se tiene una espléndida visión de la pequeña isla de San Paolo, y junto a ella de la de Loreto, que en la actualidad son de propiedad privada.




 La ruta de regreso discurrió por Marone (que ya he mencionado) y otros pequeños y encantadores pueblos. A medida que nos alejábamos del lago Iseo, se iba haciendo mayor la fascinación que me había causado, algo que ni siquiera pudo disminuir el pesado viaje, con atasco incluido, hasta Moggio.


 Las hermosas vistas contempladas hacían más llevadera cualquier contrariedad. 

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