martes, 27 de octubre de 2015

Colonia

4.      Colonia. Renania del Norte-Wesfalia.
  Colonia, Köln, fue fundada por los  romanos como Oppidum Ubiorum (Ciudad de los Ubios) en el año 38 a.C. marcando el límite del Imperio tras el cual esperaban su oportunidad las hordas germanas. Cuando más tarde fue declarada colonia, se le dio el nombre de Colonia Claudia Ara Agrippinensium, en honor de Agripina la Menor, esposa de Claudio y madre de Nerón, que nació en este lugar. En la actualidad es una de las mayores y más pobladas ciudades alemanas y merece una amplia y concienzuda visita que en aquella ocasión no pudimos hacer, por lo que ha sido declarada, por mi parte naturalmente, “destino pendiente” para un futuro viaje.
 Y no puede ser de otro modo, porque la estancia fue muy corta para poder apreciar todo el patrimonio histórico y artístico que atesora, fruto de la importancia que la ciudad ha tenido a lo largo del tiempo. Constituida en obispado desde el siglo IV, Carlomagno la declaró arzobispado, y desde entonces fue un poderoso centro eclesiástico (su arzobispo ostentó el cargo de príncipe elector  del Sacro Imperio Romano Germánico), que se convirtió en destino de peregrinos cuando en 1164, por orden del emperador Federico Barbarroja, llegaron a su catedral las reliquias de los… ¡Reyes Magos! Además, guardaba (y esto resulta más factible por razones obvias), también las de Santa Úrsula y las de San Alberto Magno.
 Por otra parte su situación a orillas del Rhin, fomentó un comercio fluvial que le permitió formar parte de la Liga Hanseática. En 1475 se convirtió en Ciudad Imperial Libre, para caer bajo el control del reino de Prusia tras los convulsos acontecimientos que marcaron el inicio del siglo XIX en Europa. Los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, que afortunadamente apenas afectaron a su catedral (fue respetada por los aviones aliados que conocían su ubicación señalada mediante luces) la destruyeron casi por completo, y como en tantas otras ciudades de tantos otros países, nos llenan de admiración sus monumentos ¡tan bien reconstruidos! Y casi preferimos no pensar en el hecho de que los auténticos cayeron por obra de la barbarie y de la estulticia de los descendientes de aquellos que dieron forma a los originales.
 La primera  impresión de Colonia fue de asombro ante la presencia de su catedral,

                                    

un bosque de piedra que se eleva de forma inusitada, no sólo merced a las dos torres de la fachada occidental, con más de 157 metros de altura; también porque sus paramentos, rematados por cubiertas a dos aguas, superan en casi todo el perímetro exterior los sesenta metros, y para completar esta especie de oración en piedra con destino a lo más alto, la llamada Torrecilla del Canto, que corona el crucero y que tiene más de 100 metros.
  El ascenso a la torre sur tras remontar sus 509 escalones me dejó literalmente sin aliento, y cuando después de un rato me recompuse y encontré fuerzas para mirar la ciudad desde esa altura, volví a perderlo, aunque esta vez por culpa de la visión que tenía a mis pies: la verticalidad de los muros y de los contrafuertes rematados por inacabables pináculos, el omnipresente Rhin, que a decir verdad ya ha perdido algo del halo romántico que lo envuelve cauce arriba y, un hecho que resulta insólito. Es cierto que en casi todas las ciudades alemanas que conozco, la estación central de ferrocarril, la Hauptbahnhof, se ubica en pleno centro urbano, ese es el caso por ejemplo en Berlín, pero lo que ocurre en Colonia es que está situada justo al lado de la catedral, de tal modo que pasas del gótico a la arquitectura de hierro y cristal sin solución de continuidad, por no mencionar un tercer elemento arquitectónico que completa el conjunto: el Hohenzollernbrücke, sobre el cauce del río.

Imagen de Internet. guiadealemania.com
  Construido a principios del siglo XX y reconstruido tras la guerra, sus tres enormes arcos de hierro forman galerías bajo las que circulan trenes y peatones (algunos de ellos aprovechan para dejar constancia de la firmeza de su amor cerrando un candado en sus barrotes…cosas que pasan y se copian en otros lugares). Pero, lo que a mi parecer hace de este puente un lugar tan especial, además de su belleza formal y su utilidad manifiesta, es su ubicación tan próxima a la catedral, tan cercano al ábside, tras el que puedes contemplar los brazos del crucero y las torres con sus bellísimos chapiteles calados.
  La grandiosidad (no encuentro otra palabra mejor que atribuirle) está también presente en el interior cuando accedes a través de una de las tres portadas de los pies, todas ellas decoradas con esculturas siguiendo el estilo del gótico francés del siglo XIII, y observas que el modelo, Amiens  principalmente, se ha superado en superficie y en altura… aunque no diría yo en belleza.

Imagen tomada de Internert. visitacolonia.info
Tiene planta cruciforme, con el crucero poco desarrollado, cinco naves y cabecera con amplio deambulatorio en cuyas capillas se encuentran las obras más importantes que atesora. Las bóvedas de crucería están soportadas por robustos pilares que elevan la nave central más de 40 metros. Las magníficas vidrieras del siglo XIV cubren el perímetro, tanto el del tramo superior de dicha nave, sobre la tribuna, como el de todo el edificio, llenando su interior de una luz que aclara  paramentos y  bóvedas.

Imagen tomada de Internet. imageinfo.co.uk
  Y he aquí que esta circunstancia marca un fuerte contraste con el exterior, cuya piedra ha adquirido un tono oscuro, si bien no está claro que sea por causa de la proximidad de la estación o por sus propias características.
La Kölner Dom empezó a construirse en 1248 y resulta interesante pensar que ese fue el año en el que las tropas de Fernando III conquistaron para el reino de Castilla la Isbilya  musulmana, la Sevilla cristiana desde entonces. Pero, volviendo a Colonia, el promotor del magno proyecto fue el arzobispo
Konrad Von Hochstaden, aunque el proceso constructivo se prolongó en el tiempo, llegando a quedar suspendido en el siglo XVI. Como ocurrió con casi todas las catedrales góticas, la obra fue retomada y concluida en el siglo XIX,  cuando, en una Alemania ya unificada, el káiser Guillermo I presenció en 1880 la colocación de la última piedra, el florón cruciforme que corona la torre sur.
Guarda en su interior una gran cantidad de obras de arte, repartidas por los altares laterales y en las siete capillas del deambulatorio. El Crucifijo del arzobispo Gero,

Imagen tomada de Internet
del siglo X, es el más antiguo de Occidente, y representa la ingenua dignidad de las obras prerrománicas que en el Sacro Imperio se denominan otonianas por coincidir su auge con el reinado de los emperadores Otónidas, 
  Desde luego la posesión más famosa de la catedral es el Relicario de los Reyes Magos, una bella obra románica debida al orfebre Nikolaus Von Verdun, que representó en él un programa iconográfico que abarca imágenes del Antiguo y el Nuevo Testamento. Aparece situado en el ábside y está formado por tres sarcófagos superpuestos construidos en madera, totalmente recubiertos de oro y plata y decorados con esmaltes y piedras preciosas.


 El conjunto resulta deslumbrante desde todos los puntos de vista: la riqueza de los materiales, la calidad de la ejecución y el mágico simbolismo del arte románico. Me gustó sobre todo la escena de los Reyes ante el Niño sentado en las rodillas de María.
  Y por consignar una última obra (hay tanto y tanto para admirar) el precioso tríptico de la capilla de la Virgen: Adoración de los Reyes, obra gótica de Stephan Lochner (1410-1451), el más importante pintor alemán anterior a Durero. Me entusiasmó contemplar el conjunto de sus hermosas figuras alineadas sobre el fondo dorado dirigiendo su mirada a la Virgen y el Niño que ocupan el espacio central. La elegancia de los personajes, la suntuosidad de las vestiduras, el brillo de los metales… todo hace gala del preciosismo y refinamiento que alcanzaron los maestros del norte en el siglo XV.

Recomiendo encarecidamente la contemplación de esta obra en una buena imagen.
 Además, en esta pintura aparece una peculiaridad de este artista que utilizó el azul obtenido del lapislázuli (más caro que el oro), no sólo para el manto de la Virgen, ya que también de este color pintó las túnicas y las alas de sus angelitos rubios que revolotean gozosos alrededor de los santos personajes. Un momento inolvidable.
  De las doce iglesias románicas que hay en Colonia, sólo pudimos acercarnos a la de Sankt Martin, del siglo XII, con su triple ábside y su robusta y hermosa torre cuadrada que destaca por el elevado chapitel y las torrecillas cilíndricas de sus esquinas, en el cielo de Colonia. No vimos el interior, pero sí los restos romanos del pequeño jardín que la circunda


 Tampoco vimos el Ayuntamiento, ni sus extraordinarios museos, ni la tienda de Giovanni María Farina, ese hábil perfumista italiano que logró crear a principios del XVIII una fragancia, el Agua de Colonia, que no agredía el olfato como hacían los perfumes utilizados hasta entonces, para enmascarar los olores de encopetados personajes que huían como del demonio del agua y el jabón… En fin, como ya he dicho, hay que volver.
 Lo que si pudimos hacer, y es algo que me encanta, fue ir a tomar té con tarta (de frutas, deliciosa) en un salón cercano a la catedral, y luego pasear por las orillas del río hasta que se puso el sol, admirando la ciudad extendida a lo largo de sus orillas y el continuo trasiego de barcos que navegaban por él.

lunes, 19 de octubre de 2015

Valle del Rhin

3.      El  Valle del Rhin. Rheintal.  Renania Palatinado.
  Podrá imaginarse mi felicidad, a pesar de que ese 24 de agosto amaneció gris y un poco frío, cuando enfilamos una carretera que desde Frankfurt nos conduciría a Birgen, para iniciar una pequeña excursión por el Rhin, el Renos de los celtas, el Rhenus de los romanos y el VaterRhein (Padre Rhin) de los alemanes, que lo consideran exclusivamente suyo (no tienen demasiado en cuenta que nace en Suiza, tiene orillas en Francia, y también discurre por Liechtenstein, Luxemburgo y Holanda), ya que en él han situado sus mitos y leyendas ancestrales y las hazañas de los héroes cantadas en poemas épicos .


  La carretera discurre paralela al Rhin, en un estrecho valle en el que apenas caben el río, la mencionada carretera, las vías del ferrocarril y las primeras calles de los maravillosos pueblos que se alargan sin despegarse de sus orillas, porque las escarpadas colinas, coronadas por impresionantes castillos, les impiden progresar hacia el interior. Todo ello tiene su réplica, precisa y preciosa, en la orilla opuesta de la que nos encontrábamos.

                             

  En ésta, por donde discurría nuestra andadura, hicimos parada en Bacharach, y caminando por sus calles enlosadas, admiraba sus casas con entramados de madera, la preciosa iglesia gótica de San Pedro de paramentos blancos y molduras rojas que enmarcan arcos y contrafuertes, tan característico en esta zona de Alemania;



las ruinas góticas, pero en este caso con la piedra gastada por el tiempo, de la capilla de Sankt Werner, con las tracerías de sus vanos milagrosamente intactas que, como únicos vitrales mostraban el gris del cielo de aquel día de verano;



las murallas, en las que se abren puertas sobre cuyos arcos se sitúan casas de piedra con flores en las ventanas, cubiertas por impresionantes chapiteles de tejado de pizarra y, coronando todo el conjunto, en lo más alto de la colina a cuyos pies se asienta la ciudad, el castillo, el BurgStahleck, con su enorme torreón cilíndrico, que marca el punto más elevado de este austero edificio. Me gustó la idea de que en la actualidad sea utilizado como  albergue juvenil.

  
  Contemplamos en un rápido vistazo, Sankt Goar con el impresionante BurgRheinfels dominando la ciudad, y en la orilla opuesta el pequeño pueblo de Sankt Goarhausen, también coronado, en este caso, por dos castillos, el BurgKatzy el BurgMaus (del gato y del ratón). 



  En el embarcadero de Sankt Goar tomamos un barco para realizar una pequeña travesía que nos acercaría al Peñón de Loreley, un saliente rocoso de 120 metros de altura y escarpada pendiente. Situado en el cauce del río, obliga a éste a realizar un importante viraje en su camino hacia el norte.



   
  Al parecer sus alrededores constituyen uno de los lugares más peligrosos para la navegación debido a la fuerza de la corriente, a los salientes de las rocas y a las aguas poco profundas. Muchos navegantes han encontrado su final en este lugar y he aquí que ya tenemos todos los elementos para la leyenda de Loreley
  La identidad de este personaje no está del todo clara, pues bien pudo ser una ondina, hija del Rhin, o una hermosa muchacha que se quitó la vida por un amor despechado. Pero en lo que todos están de acuerdo es en que desde lo más alto del risco, donde peina con peine de oro sus largos cabellos rubios, canta tristes y hermosas canciones que llevan a los navegantes a las aguas procelosas de aquella parte del río en las que naufragan y se ahogan sin remedio.
  Sé que Heinrich Heine, que escribió un hermoso poema sobre los poderes del canto de Loreley, me miraría con desaprobación, pero ante semejantes leyendas siempre me pregunto por qué en todos  los relatos de las diversas culturas desde la antigüedad, los hombres, fáciles presas de las “malas artes” de las mujeres, caen en desgracia sin ser capaces de oponer ningún tipo de resistencia. ¿Culpar a las mujeres es más fácil que reconocer su debilidad? Bueno, es posible que me haya pasado un poco… pero sólo un poco, en este alegato feminista que ha interrumpido mi narración, y que desde luego, aquella mañana ni se me ocurrió de tan fascinada como estaba con la contemplación del paisaje que me rodeaba, a pesar del frío viento que soplaba desde el norte. 



  El barco se deslizaba suavemente por el río y yo pasaba la mirada de una a otra orilla admirando el verde que cubría las escarpadas orillas, donde se sucedían el bosque y el viñedo, la ruinas del castillo medieval y la imponente silueta del castillo remozado, la hilera de casas hermosamente floridas y las iglesias de elevadas torres de los pueblos, el tren  y la pequeña carretera…¡Tengo que volver!



  Desembarcamos en Boppard, sólo un pequeño vistazo a la Plaza del Mercado y retomamos la carretera en dirección a Colonia, pero aún me aguardaba una emoción más: el encuentro en Coblenza entre el Rhin y el Moselle. No visitamos la ciudad, debo añadir que con gran disgusto por mi parte,  pero sí pudimos admirar el llamado DeutschesEck, el Rincón Alemán, donde los dos ríos unen sus aguas en su camino hacia el mar, en el mismo corazón de la Renania-Palatinado, centro de la antigua Alemania Federal. Contemplar este encuentro me distrajo y presté poca atención al monumento que se eleva sobre el triángulo de tierra a cuyos lados todavía discurren los ríos por separado, dedicado al káiser Guillermo I, cuya estatua ecuestre se eleva aún más si cabe hasta alturas insospechadas. (No hicimos fotografías, pero es fácil y vale la pena buscar la imagen en Internet) 

sábado, 10 de octubre de 2015

Wüzburgo

2  .      Würzburgo.  Baviera.
  Würzburg,a orillas del río Maine, es una preciosa ciudad universitaria y un importante centro productor de vino de la Baja Franconia, región en la que se halla situada.
  Si tuviera que determinar una cualidad, la más notable de los alemanes a lo largo de su turbulenta historia, no podría por menos que pensar en su enorme capacidad para rehacerse, como pueblo y como país,  tantas veces como los acontecimientos históricos los han llevado al borde del colapso.  Quede para otro momento analizar las causas y consecuencias de estos desgraciados acontecimientos, ya que ahora lo que pretendo reseñar es el hecho de la superación tras el desastre. Y para tal fin no hay mejor ejemplo (aunque no sea el único), que el de esta ciudad, la cual, dos meses antes de la rendición alemana en 1945, fue bombardeada por la aviación inglesa y destruida casi en un noventa por ciento. Apenas quedó en pie algo de su rico patrimonio artístico, pero hoy, tras haber sido fiel y concienzudamente restaurada, ofrece al visitante toda la belleza de su trama urbana y de sus espléndidos edificios.
  La carretera que une Frankfurt con Würzburg discurre entre bosques y pequeños pueblos, entre los que yo buscaba, como he hecho siempre que he viajado en coche por el país, las zonas industriales… he llegado a la conclusión de que las deben camuflar muy bien para no estropear el paisaje. No se ven.
  La ciudad se despliega atravesada por el Maine a los pies de una colina, cubierta de viñedos y coronada por la fortaleza de Marienberg,

Imagen tomada de Internet. 
que ocupa el espacio de un asentamiento celta del siglo V a.C. En los primeros años del siglo XIII comenzaron las obras para la construcción de esta fortaleza que sería residencia de los príncipes-obispos, hasta principios del  XVIII. No tuvimos ocasión de acercarnos a Marienberg, que guarda un importante legado histórico, sólo pudimos contemplarla desde el otro extremo del Puente Viejo, que la conecta con el centro de la ciudad. Data éste del siglo XV y está flanqueado por estatuas del siglo XVIII.
  En nuestro paseo por el centro de Würzburg pudimos contemplar edificios de gran interés, comenzando por la Marien Kapelle


preciosa iglesia gótica cuyos paramentos blancos se combinan con el rojo que bordea los arcos apuntados de sus elevados vanos, los contrafuertes rematados por esbeltos pináculos y el trabajado alero que da paso a la inclinada techumbre. También es rojo el segundo cuerpo de la torre, antes de que el cuadrado se convierta en hexágono, para lanzar a lo más alto su hermoso chapitel calado rematado por una figura dorada. En esta iglesia se encuentran algunas obras (La Anunciación, Adán y Eva) de Tilman Riemenschneider, uno de los grandes artistas alemanes que en el último tercio del siglo XV dejó en esta ciudad importantes muestras de su trabajo en piedra y madera de tilo, que era su favorita para ser tallada. De perfecta ejecución, están dotadas de gran expresividad y de una cierta introspección, que le aporta un aire de melancolía que, desde mi punto de vista, las hace muy atractivas.
  Casi al lado de la Marien Kapelle se puede contemplar la Falkenhaus, Casa del Halcón,

Imagen tomada de Internet. E. Purucker
del siglo XVIII. El edificio, del más depurado rococó (no hay excesos y me gusta),  ha tenido varios usos a lo largo del tiempo. En la actualidad es  una biblioteca y un centro de información turística, creo que el más bonito que he visto en ciudad alguna, sobre todo por su fachada pintada de amarillo pálido y decorada con unas delicadas yeserías blancas que enmarcan todo lo enmarcable: portada, ventanas, aleros… sin olvidar las suaves curvas de las mansardas que lo coronan.
Otra cosa es la catedral. Consagrada a San Kilian, santo llegado de Irlanda en el 686 para cristianizar a los francones y que fue martirizado en la ciudad. Es un imponente edificio románico, construido entre los siglos XI y XII que levanta en su fachada, que de por si alcanza gran altura, dos elevadas torres gemelas rematadas por chapiteles de gran austeridad.


  Solo los vanos, como si de saeteras se trataran que se distribuyen a lo largo de los paramentos y la decoración bicolor que enmarca la portada y flanquea las torres, constituyen los elementos ornamentales. En el interior un crucero muy desarrollado; techumbre plana; estucados barrocos en el coro; sepulcros de obispos (algunos de Riemenschneider), Completa el conjunto una capilla del siglo XVIII situada en el crucero norte y realizada por Balhtasar Neumann por encargo de los príncipes-obispos de la familia Schönborn, que gobernaron esta ciudad y a los que no habrá más remedio que mencionar por el importante legado que dejaron en ella.
  Una típica comida alemana en un lugar lleno de historia, el Grafenckart
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Imagen de City Album Städteportal Reiseberichte

edificio medieval que pasó de residencia privada a sede del Ayuntamiento a partir del siglo XIV. Fue ampliado y remodelado en épocas posteriores y conserva una torre renacentista, sin embargo el bajo y el primer piso (donde se encuentra ubicado el restaurante) mantienen el estilo gótico original. 
  Würzburg atesora un importante patrimonio arquitectónico que lamentablemente no pudimos contemplar con detenimiento, no obstante, y casi de pasada, tuvimos ocasión de admirar la preciosa fachada roja del siglo XVIII (toda curvas y contracurvas en una reinterpretación muy alemana, a mi parecer, del barroco borrominiano) y la impresionante cúpula  de la Neumünster-Kirche,


que custodia los restos de San Kilian y de sus compañeros mártires. Las obras de Riemenschneider que guarda en su interior, hubimos de dejarla para mejor ocasión, porque nos encaminábamos hacia una de las mayores y más hermosos residencias palaciegas de Alemania.
  Los hermanos príncipes-obispos de Bamberg y Würzburg, Johann Philipp Franz y Friedrich Karl Von Schönbor, fueron los impulsores de la construcción del edificio y del diseño de los maravillosos jardines que lo circundan.

Imagen tomada de Internet. User Lutz. marten
No cabe duda de que el palacio puede compararse con los mejores de Europa (Versalles, Schönbrunn, Charlottenburg…) en su tamaño, en sus trazas y en la decoración de sus estancias, donde impera un, hasta cierto punto, comedido rococó. La mayor parte de la obra fue dirigida por Balthasar Neumann, y ejecutada por una serie de arquitectos y artistas que trabajaron desde 1720 a 1744.
  En el espléndido conjunto destacan los frescos de Giovanni Battista Tiépolo, que inmortalizó en el techo de la majestuosa escalera, el poder y la magnificencia del príncipe-obispo en lo que acabó siendo el fresco más grande del mundo.


  Desde luego hermoso, magnífico, suntuoso…  En viajes posteriores he tenido ocasión de ver en el sur de Alemania palacios barrocos que los gobernantes de todos los estados, grandes y pequeños, no dudaban en construirse para hacer gala de su riqueza y poder. No cabe duda de que este es el más impresionante, aunque personalmente prefiero las impresiones artísticas más contenidas, más delicadas, aquellas que huyen, aunque sea difícil si pensamos quiénes han sido siempre los patrocinadores y mecenas, de la ostentación que representa el poder de los gobernantes. Nunca me han gustado demasiado los escudos familiares entre cortinas de piedra rematadas por coronas ducales, reales o papales, en los frontones situados sobre las puertas de acceso.


 Hablan del despotismo, en el mejor caso ilustrado, de sus moradores; de la injusta estructura social y del desigual reparto de la riqueza, aunque a decir verdad esto último no haya cambiado demasiado con el paso de los siglos.