jueves, 11 de enero de 2018

Turín

Turín
 Decir que Turín es una gran ciudad resulta una obviedad. Decir que en una corta, cortísima visita es imposible conocerla apenas, es una evidencia. Pues bien esas fueron mis primeras impresiones de la capital de Piamonte. No serían las únicas.


 Turín, hoy capital de la región piamontesa y antaño de un pequeño reino, el de Saboya, que nunca se sintió como tal, se codeó con los grandes y se convirtió en la cuna de Italia, evocaba en mi imaginario el genio político de Cavour; el talento del siciliano Juvarra que dejó en ella su poderosa impronta arquitectónica y en mi opinión, escenográfica; la sensibilidad doliente de Natalia Ginsburg transmitida de una forma tan emocionante en su Léxico familiar; también a la Juventus ¿por qué no? y desde luego, su industria automovilística.
  Para llegar a Turín tuvimos que bajar los montes que rodean Camburzano en dirección al Valle de Aosta, al otro lado del cual se levanta la barrera infranqueable de los Alpes, con la blanca y majestuosa silueta del Mont Blanc.



 Lo primero que visitamos, antes de entrar en la ciudad, fue Stupinigi. Una gran avenida en cuyos laterales se levantan las caballerizas y otras dependencias destinadas al servicio, conduce al impresionante palacio de Filippo Juvarra.


 Concebido como pabellón de caza, Palazzina di Caccia, en las primeras décadas del siglo XVIII para el rey Vittorio Amadeo II, es una deslumbrante muestra del estilo rococó creado para el deleite del rey y su corte.





 Ante palacios semejantes (y se encuentran muchos en Europa), experimento sentimientos encontrados pues, reconociendo su belleza formal, el talento de sus creadores, en definitiva las obras de arte que son en sí mismos, no puedo dejar de pensar en la vida llena de privaciones y miserias que soportaba la inmensa mayoría de la población de un siglo llamado de las Luces (pero en el que encontramos demasiadas sombras), para que fueran posible, para que las disfrutaran los poderosos y aún después, con el paso del tiempo, todos los que nos acercamos a visitarlos. De todos modos tengo que confesar que no me supone una gran frustración, salvo excepciones, no recorrer sus interiores, como sucedió en este caso.
 Un paseo por el exterior, contemplando el edificio desde diverso ángulos 



y admirando el complejo diseño de su planta: los cuerpos laterales que se abren como alas, el maravilloso trabajo de las rejas que lo rodean,

   
las elegantes formas del cuerpo central rematado por una hermosa cúpula donde se asienta la silueta de un venado para que no olvidemos que era “sólo” un pabellón de caza


 Una larguísima avenida discurre desde Stupinigi hasta las afueras de Turín, inmensa ciudad con un perfecto diseño ortogonal en el que las calles se cortan a escuadra y cartabón, en la que se abren hermosas plazas,


todo flanqueado de majestuosos edificios barrocos (¡Cuánto debe esta ciudad a Juvarra!). Y como telón de fondo la barrera alpina y por si algo faltara una cinta de agua la rodea y la completa: el río Po 



 Nos faltó tiempo, mucho, para poder conocerla, aunque no para disfrutarla. Recorrimos su espectacular (no se me ocurre otro calificativo) Via Roma donde los soportales sostenidos por magníficas columnas son dignos de un palacio... 


y algo de lujo palaciego tienen las tiendas y galerías que abren sus puertas a semejante espacio.


 Me gustó el Duomo, quizá el único edificio renacentista de la ciudad, y el campanile medieval que coronó con maestría Filippo Juvarra en 1720.


 No accedimos al interior y tampoco a la capilla del Santo Sudario, cuya cúpula obra de Guarini  estaba cubierta  y en proceso de restauración.


 Es admirable la belleza de las impresionantes fachadas de los palacios que Juvarra construyó para la familia reinante de los Saboya que flanquean la Piazza Reale 

Palazzo Reale
y la Piazza del Castello

Palazzo Madama

donde se levantan, como elementos extraños al suntuoso barroco, las torres del viejo castillo




y algo más alejados los orgullosos restos de la  Iulia Augusta Taurinorum 



 Maravillosa la fachada de ladrillos del Palazzo Carignano, obra maestra de Guarino Guarini, que gracias al dinamismo de sus curvas y contracurvas es uno de los más bellos edificios del barroco italiano. 




 Por el Giardine Reale nos acercamos a la Mole Antonelliana y debo confesar que no encuentro palabras (y esta  expresión mía puede ser entendida en dos sentidos diferentes y contrapuestos). Quizá pudiera aplicársele el comentario que hizo en su día un contemporáneo en referencia a la Torre Eiffel: Es algo inútil pero ofrece una buena panorámica”. Desde luego carezco de elementos de juicio para suscribir esta afirmación, pues no accedimos al interior de este enorme edificio ideado por Alesandro Antonelli y que ha tenido diferentes usos desde su construcción en el siglo XIX. 



 Transitar por las calles de Turín es una maravillosa experiencia, los elegantes edificios te salen al paso (¡qué pena no poder entrar al Museo Egipcio¡) y puedes llevarte alguna que otra sorpresa, como me ocurrió cuando contemplé la más inusitada, pero hermosa, fábrica de vermut que nunca pudiera imaginar. 


 Subir a la Colina de los Trinitarios nos permitió contemplar la ciudad a nuestros pies; la Superga en la colina opuesta, quizá la mejor obra de Juvarra que tampoco pude ver en esta corta visita; 


el entramado de los magníficos edificios; las omnipresentes cumbres de los Alpes. 




 Cuando nos detuvimos a comer, dimos con un restaurante que se abría a los soportales de una calle, no de las más elegantes precisamente. Sin embargo en su interior contemplé un cuadro vivo que me pareció el símbolo de Italia representado en los colores de su bandera y en la amable cordialidad de sus habitantes. Creo que sobran las palabras ante la imagen. 


 Y he dejado para el final la que fue la mejor experiencia de todas las vividas en esta breve visita turinesa. En la Piazza Reale, de forma inesperada entablamos conversación con unas personas maravillosas que resulta que aman España y sobre todo Sevilla, tanto como nosotros amamos Italia. La comunicación fue sencilla, cordial, divertida. La relación continúa (¡bendito Internet!) y hemos tenido la suerte de verlos en Sevilla, cuando en compañía de unos encantadores amigos vinieron en septiembre. 


 Es agradable pensar que tenemos gentes a las que queremos en Bolzano, y fue estupendo haber oído por mi cumpleaños, el más emocionante “Cumpleaños feliz“ interpretado por la pura y cristalina voz del extraordinario cantante que ha resultado ser nuestro amigo italiano y que descubrimos gracias, ¡cómo no! a Internet.
Esas son también las sorpresas impagables que te reservan los viajes.        


No hay comentarios:

Publicar un comentario