Decir que Turín es una gran ciudad resulta una obviedad. Decir que en una corta, cortísima visita es imposible conocerla apenas, es una evidencia. Pues bien esas fueron mis primeras impresiones de la capital de Piamonte. No serían las únicas.
Turín, hoy capital de la región piamontesa y antaño de un pequeño reino, el de Saboya,
que nunca se sintió como tal, se codeó con los grandes y se convirtió en la
cuna de Italia, evocaba en mi imaginario el genio político de Cavour; el talento del siciliano Juvarra
que dejó en ella su poderosa impronta arquitectónica y en mi opinión,
escenográfica; la sensibilidad doliente de Natalia Ginsburg
transmitida de una forma tan emocionante en su Léxico familiar; también
a la Juventus ¿por qué no? y desde luego, su industria
automovilística.
Para llegar a Turín tuvimos que bajar los montes que
rodean Camburzano en dirección al Valle de Aosta, al otro lado del cual
se levanta la barrera infranqueable de los Alpes,
con la blanca y majestuosa silueta del Mont
Blanc.
Lo primero que visitamos, antes de entrar en la ciudad, fue
Stupinigi. Una gran avenida en cuyos
laterales se levantan las caballerizas y otras dependencias destinadas al servicio,
conduce al impresionante palacio
de Filippo Juvarra.
Ante palacios semejantes
(y se encuentran muchos en Europa), experimento sentimientos encontrados pues, reconociendo
su belleza formal, el talento de sus creadores, en definitiva las obras de arte
que son en sí mismos, no puedo dejar de pensar en la vida llena de privaciones y miserias que soportaba la inmensa mayoría de la población de un siglo llamado de las Luces (pero en el que encontramos demasiadas sombras), para que fueran posible, para que las disfrutaran los poderosos y aún después, con el paso del tiempo, todos los que nos acercamos a visitarlos. De todos modos tengo que confesar que no me supone una gran
frustración, salvo excepciones, no recorrer sus interiores, como sucedió en
este caso.
Un paseo por el exterior, contemplando el edificio desde
diverso ángulos
las elegantes formas del cuerpo central rematado por una hermosa cúpula donde se asienta la silueta de un venado para que no olvidemos que era “sólo” un pabellón de caza
Una larguísima avenida discurre desde Stupinigi hasta las afueras de Turín, inmensa ciudad con un
perfecto diseño ortogonal en el que las calles se cortan a escuadra y cartabón,
en la que se abren hermosas plazas,
todo flanqueado de majestuosos edificios barrocos (¡Cuánto debe esta ciudad a Juvarra!). Y como telón de fondo la barrera alpina y por si algo faltara una cinta de agua la
rodea y la completa: el río Po
Nos faltó
tiempo, mucho, para poder conocerla, aunque no para disfrutarla. Recorrimos su
espectacular (no se me ocurre otro calificativo) Via Roma donde los
soportales sostenidos por magníficas columnas son dignos de un palacio...
y algo de lujo palaciego tienen las tiendas y galerías que abren sus puertas a semejante espacio.
Me gustó el Duomo, quizá el único edificio
renacentista de la ciudad, y el campanile medieval que coronó con
maestría Filippo Juvarra en 1720.
No accedimos al interior y tampoco a la capilla del Santo Sudario, cuya cúpula obra de Guarini estaba cubierta y en proceso de restauración.
No accedimos al interior y tampoco a la capilla del Santo Sudario, cuya cúpula obra de Guarini estaba cubierta y en proceso de restauración.
Es admirable la belleza de las impresionantes
fachadas de los palacios que Juvarra construyó para la familia reinante de los Saboya que flanquean la Piazza Reale
Palazzo Reale |
y la
Piazza
del Castello
Palazzo Madama |
y algo más alejados
los orgullosos restos de la Iulia Augusta Taurinorum
Maravillosa la fachada de ladrillos del Palazzo
Carignano, obra maestra de Guarino
Guarini, que gracias al dinamismo de sus curvas y contracurvas es uno de
los más bellos edificios del barroco italiano.
Por
el Giardine
Reale nos acercamos a la Mole
Antonelliana y debo confesar que no encuentro palabras (y esta expresión mía puede ser entendida en dos
sentidos diferentes y contrapuestos). Quizá pudiera aplicársele el comentario que hizo en su día un contemporáneo en
referencia a la Torre Eiffel: “Es
algo inútil pero ofrece una buena panorámica”. Desde luego carezco de elementos de juicio para suscribir esta afirmación, pues no
accedimos al interior de este enorme edificio ideado por Alesandro Antonelli y que ha tenido diferentes usos desde su
construcción en el siglo XIX.
Transitar por las calles de Turín es una maravillosa
experiencia, los elegantes edificios te salen al paso (¡qué pena no poder
entrar al Museo Egipcio¡) y puedes
llevarte alguna que otra sorpresa, como me ocurrió cuando contemplé la más
inusitada, pero hermosa, fábrica de vermut que nunca pudiera imaginar.
Subir a la Colina de los Trinitarios nos permitió
contemplar la ciudad a nuestros pies; la Superga en la colina opuesta,
quizá la mejor obra de Juvarra que
tampoco pude ver en esta corta visita;
el entramado de los magníficos edificios;
las omnipresentes cumbres de los Alpes.
Cuando nos detuvimos a comer, dimos con un restaurante que
se abría a los soportales de una calle, no de las más elegantes precisamente. Sin
embargo en su interior contemplé un cuadro vivo que me pareció el símbolo de
Italia representado en los colores de su bandera y en la amable cordialidad de
sus habitantes. Creo que sobran las palabras ante la imagen.
Y he dejado para el final la que fue la mejor experiencia de
todas las vividas en esta breve visita turinesa. En la Piazza Reale, de forma
inesperada entablamos conversación con unas personas maravillosas que resulta que aman España y
sobre todo Sevilla, tanto como nosotros amamos Italia. La comunicación fue
sencilla, cordial, divertida. La relación continúa (¡bendito Internet!) y hemos
tenido la suerte de verlos en Sevilla, cuando en compañía de unos encantadores amigos
vinieron en septiembre.
Es agradable pensar que tenemos gentes a las que queremos en Bolzano, y fue estupendo haber oído por
mi cumpleaños, el más emocionante “Cumpleaños feliz“ interpretado por la pura y
cristalina voz del extraordinario cantante que ha resultado ser nuestro amigo
italiano y que descubrimos gracias, ¡cómo no! a Internet.
Esas son también las sorpresas impagables que te reservan
los viajes.
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