sábado, 5 de diciembre de 2015

Berlin (I)

6 Y   Berlín (I)
  Al empezar las impresiones de este viaje apunté que nos dio la oportunidad de descubrir Berlín… que no es poco. Llegar a conocerlo hubiera requerido un tiempo que en esta ocasión no tuvimos. Además yo tenía unas expectativas demasiado ambiciosas pues quería experimentar todas las sensaciones que de esta joven ciudad (data del siglo XV)  habían ido dejando en mí tantas y tantas lecturas referentes a los acontecimientos convulsos de su dilatada historia; deseaba conocer el lugar donde vivieron y trabajaron los hombres que revolucionaron la filosofía y la ciencia moderna; el espacio mental donde se desarrollaron las andanzas de los personajes de su literatura y de su cine; comprender el ambiente de entreguerras que dio paso a unas manifestaciones artísticas que me atraen y me repelen con la misma intensidad y desde luego descubrir las huellas tangibles de los terribles avatares políticos que marcaron el mundo en el siglo XX. Por no hablar de la transformación que estaba experimentando tras la caída del muro. En fin… demasiado para una breve visita, aunque debo decir que muchas de mis pretensiones se cumplieron como lo demuestra el hecho ¡cuantificado gracias a un podómetro! de los 60,27 kilómetros recorridos a pie en cinco días.
 El viaje de Hamburgo a Berlín supuso atravesar de forma totalmente inadvertida lo que en otro tiempo no muy lejano constituía una frontera impenetrable.
Imagen tomada de Interenet
  La carretera discurre por Baja Sajonia y Sajonia Anhalt, antes de adentrarse en Brandeburgo, región que primero fue sede de un margraviato del que fue nombrado magrave en el siglo XV Federico von Hohenzollern (más tarde convertido en príncipe elector) y que dio origen a una dinastía que detentaría el poder en el territorio durante cinco siglos (desde 1870 hasta 1917 como emperadores del nuevo Imperio Alemán). Brandeburgo fue adquiriendo poder con el paso del tiempo y acabó uniéndose al ducado de Prusia a principios del siglo XVII. En 1701 el hijo y sucesor de Federico Guillermo de Hohenzollern,  el Gran Elector (lo que nos pueda dar idea del poder y la capacidad política de este personaje), llegó a ser coronado rey convirtiéndose en Federico I de Prusia.

El Gran Elector  (1620-1688)

  El prestigio de la dinastía (una intrincada sucesión de Federicos y Guillermos), el poderío del nuevo estado y el engrandecimiento de su capital, Berlín, no cesarían desde entonces.
 La ciudad nació en 1432 con la unificación de dos núcleos urbanos, Berlín y Cölln, situados en ambas orillas del río Spree. Experimentó un importante crecimiento a partir del siglo XVII con la construcción de un canal entre el Spree y el Oder, que la convirtió en un importante centro comercial en cuyos alrededores se crearon nuevas ciudades que serían absorbidas cuando Berlín se convirtió en la capital del poderoso reino prusiano y gracias a las iniciativas de diferentes reyes, sobre todo de Federico II el Grande
Federico el Grande por Antoin Pesne
(músico y amante como ningún déspota ilustrado del arte y de la cultura), fue transformando su fisonomía con un ambicioso proyecto urbanístico: nuevas murallas y plazas como la de Pariser, donde termina el hermoso bulevar de romántico nombre: Unter den Linden, Bajo los Tilos, en medio de la cual se sitúa el símbolo por excelencia de Berlín: la Puerta de Brandeburgo, la Brandenburger Tor. También datan de este siglo diversos y fastuosos palacios barrocos, algunos de los cuales en la actualidad albergan distintos museos o son sedes de instituciones culturales.
  A lo largo del siglo XIX y ya como capital del Imperio Alemán, la ciudad experimentó un desarrollo cultural, científico y tecnológico que permitió a sus habitantes disfrutar de todos los adelantos que facilitaban la vida: una moderna red de alcantarillado, luz eléctrica, teléfonos, el S-Bahn o primer ferrocarril urbano… Además hubo necesidad de construir y mucho, desde casas de vecinos que dieran cabida a la creciente población, hasta suntuosos edificios públicos y jardines. 

Imagen tomada de Internet
  El siglo XX, por el contrario fue un periodo demasiado complicado para Berlín. Tras la derrota de 1917 la ciudad vivió una época convulsa (como el resto de Alemania) con enfrentamientos políticos y crisis económicas que acabarían con la República de Weimar. No obstante y a pesar de ello hacia 1920 se llevaron a cabo reformas urbanas que la ampliaron hasta convertirla en una de las capitales europeas de mayor superficie, pues alcanza más de 892 km2. Por otro lado la inestabilidad no impidió que se desarrollar una animada vida cultural y artística, que protagonizaron grandes figuras de la música, el teatro, el cine, por no mencionar que tres de sus científicos: Albert Einstein, Werner Heisemberg y Karl Bosch fueron acreedores de los Premios Nobel, de física en el caso de los dos primeros y de química en el del último.
  La megalomanía homicida de Hitler (lo llamo así porque no creo que se haya inventado aún el término que pueda definir con propiedad lo que pasaba por su cabeza) quiso convertir Berlín en Germania, la grandiosa capital del Reich de los Mil Años. A partir de un ambicioso proyecto urbanístico diseñado por Albert Speer (para el que tampoco, al igual que para el resto de los seguidores del nazismo, hay término que defina adecuadamente su refinada inhumanidad) en el que intervino activamente el mismo Führer (son bien conocidas sus inclinaciones artísticas ¡lástima que no superara la prueba de admisión de la Academia de Bellas Artes de Viena! Quizá si hubiese poseído algún talento como pintor… ¡Basta de especulaciones!). El hecho cierto es que Berlín quedó arrasada y destruida

y dividida y ocupada tras la derrota alemana en la II Guerra Mundial.


  Desde 1948 y por más de cuarenta años, coexistieron dos sectores (a partir de 1961 separados por un muro casi infranqueable) donde se desarrollaba de forma paralela y a tenor del régimen político imperante, la vida cotidiana de los berlineses. El desmoronamiento del comunismo en la Unión Soviética y en la Europa del Este, hicieron posible que, atónito medio mundo contemplara cómo el 9 de noviembre de 1989 se abrían las puertas, hasta entonces herméticamente cerradas, del muro de la vergüenza y cómo las personas se encaramaban a él y comenzaban a circular libremente de una zona a otra ante la mirada, no menos atónita, y la pasiva actitud de los guardias de la por entonces RDA. Comenzó entonces un proceso que culminaría con una nueva reunificación alemana y con la proclamación de Berlín como su capital indiscutible.
  Es posible que parezca (y lo es) demasiado larga esta introducción para contar mis andanzas de apenas cinco días por Berlín, no obstante puede dar idea de cuáles eran mis intenciones cuando llegamos a la ciudad y desde el autobús miraba en todas direcciones lo que alcanzaba a ver camino del hotel buscando huellas de una historia que por tanto tiempo me había interesado. Éste, el hotel naturalmente, para mi alegría (un poco infantil debo admitir) estaba situado nada menos que en Alexanderplatz, lugar de tantas reminiscencias literarias. Habían remodelado (con un gusto algo más que dudoso) el antiguo edificio utilizado como alojamiento de las élites comunistas de la Europa del Este. Con sus treinta y siete plantas, el Park Inn Hotel Berlín

Imagen tomada de Internet
domina el cielo de una ciudad que se extiende más que se eleva, lo que desde mi punto de vista le confiere un atractivo especial. Las vistas desde la habitación eran espléndidas 

Park In Hotel Berlín y Fernsehturm desde el Reichtag
y el emplazamiento perfecto porque resultó el punto de partida de un eje (con varios ángulos, eso sí, pero muy efectivo para nuestra visita) que acababa en el palacio de Charlotemburgo, después de atravesar vías tan emblemáticas como la Karl-Liebknech-StrasseUnter den Linden o la Strasse des 17 Juni, todas ellas flanqueadas por lugares llenos de interés.
 Desde el principio Berlín nos sorprendió y nos impactó. Fue estimulante comprobar cómo la ciudad se rehace; cómo sus edificios responden a una gran variedad de estilos arquitectónicos (incluido el comunista-caja-de-zapatos que en algunos casos intentaban paliar con diferente fortuna en los alrededores de Alexanderplatz); cómo los solares de las zonas desmanteladas a ambos lados del derruido muro, se estaban llenando de espléndidas construcciones modernas de hierro, cemento y cristal. Todo Berlín y especialmente sus  habitantes, transmitían energía, actividad, vitalidad. Ignoro si esta actitud será una constante en la vida diaria de los berlineses, pero aquel 27 de agosto, con una temperatura agradable y con la circunstancia de que se celebraba la noche en la que todos los museos permanecían abiertos y funcionaban gratuitamente los transportes públicos para facilitar el acceso, las calles y plazas bullían de gente dispuesta a disfrutar de lo que el momento le ofrecía. Resultó una grata impresión y no supuso ningún esfuerzo integrarnos en aquel agradable ambiente en esta primera jornada de toma de contacto a pie de calle.
 Lo primero que pudimos contemplar (por razones obvias dado su altura y proximidad) fue la Fernsehturn, la Torre de la Televisión, que con sus 365 metros es la construcción más alta de Berlín. Data de 1969 y es conocida como “mondadientes”. Tiene una gigantesca esfera de acero donde se ubica un mirador cuyas maravillosas vistas nos perdimos dada la absoluta y lamentable fobia que me petrifica literalmente ante la idea de llegar en un ascensor hasta semejantes alturas. Tuvimos que conformarnos con un paseo por los alrededores de su base.


 Continuamos caminando por la calle que en la antigua zona oriental dedicaron a Karl Liebnechk, el fundador del Partido Comunista alemán, asesinado junto a Rosa Luxemburgo, tras el levantamiento espartaquista de 1919. Hoy lleva su nombre esta populosa avenida que en su primer tramo nos llevó hasta el Marx-Engels-Forum, un hermoso espacio verde que se extiende hasta el río Spree y en el que destaca un monumento de colosales dimensiones con las estatuas de Karl Marx y de Friedrich Hengel (sentado el primero, de pie el segundo), que posee el esquematismo propio del arte totalitario, independientemente de cuál sea la naturaleza del totalitarismo que lo inspira. Data de los años 80 del pasado siglo y muestra en los bajorrelieves de su pedestal, en la parte posterior el “antiguo orden” y en la anterior la “revolución del mundo” que estos personajes preconizaron. A decir verdad, lo que realmente llama la atención (y creo que con eso se quedan la mayor parte de los observadores) es el tamaño descomunal de las figuras.

 
  La siguiente parada de este primer paseo, fue el Ayuntamiento, el Rote Rathaus, construido en el siglo XIX. Es un edificio de ladrillo rojo, de ahí su nombre, inspirado claramente en los palacios cívicos del renacimiento italiano, aunque su torre se asemeja a la de una catedral gótica francesa, que no alemana. En su friso podemos encontrar una crónica en piedra de los principales acontecimientos históricos de la ciudad.Tras la unificación se convirtió de nuevo en el ayuntamiento de todos los berlineses, pues después de la división, el correspondiente a la zona occidental se instaló el Rathaus Schöneberg, lugar en el que Kennedy en 1963 y solidarizándose con la población de aquel pequeño enclave aislado y rodeado por la RDA pronunció su famosa frase “Ich bin ein berliner” (yo soy berlinés), aunque algunos mal intencionados andaban diciendo que lo que verdaderamente había dicho era “yo soy una rosquilla”, pues berlineres es el nombre de un pequeño y típico bollo que se consume mucho en la ciudad. Desde luego los berlineses occidentales que defendían su derecho a la libertad, lo interpretaron correctamente y eso fue lo importante para ellos.

Imagen tomada de Internet
 Pero volvamos Rote Rathaus, edificio verdaderamente hermoso y a sus  inmediaciones, dónde fue mucho lo que pudimos encontrar pues no olvidemos que esta  zona, la Nikolaivierte, es la más antigua de Berlín. Frente al Ayuntamiento la Neptunbrunnen, también del siglo XIX, y también como éste deudora del arte italiano, aunque en esta ocasión del más puro estilo berniniano, con un espectacular Neptuno, todo fuerza y dinamismo, rodeado por los cuatro grandes ríos alemanes: Rhin, Vístula, Oder y Elba.


 Y como contraste la preciosa Marienkirche gótica de la segunda mitad del siglo XIII, en la que contrasta la sobria y blanca estructura de su interior (realzada por los altos ventanales carentes de vidrieras decoradas) y otros elementos de la misma época (un fresco en el pórtico que representa la Danza de la Muerte, la pila bautismal que soportan sobre sus dorsos tres temibles dragones...), con un elegante Altar Mayor, barroco del XVIII, realizado por Andreas Krüger compuesto por tres pinturas, coronada la central por una escultura, lo más barroquizante del conjunto, que representa el triunfo de Cristo sobre la Muerte.
Imagen tomada de Internet

  El órgano sobre la nave central, con sus filigranas de madera dorada, resulta un bellísimo contraste con la blancura de su entorno. Sin embargo el elemento más impactante es el púlpito de alabastro, obra de Andreas Schlüter, que compone una pieza en la que es difícil determinar sus partes, ya que el todo resultante es de una enorme complejidad, dada la profusión de columnas, figuras, relieves, pétreas nubes, rayos dorados…

Imagen tomada de Internet
  Debo decir que encontré el interior de esta iglesia muy diferente por su decoración, al resto de los templos protestantes que había visto en otros lugares. Luego comprobé que este hecho se repetía en otras iglesias berlinesas. Del exterior destacar los altos muros de piedra y ladrillo, la inclinada cubierta a dos aguas y la torre fachada del siglo XV que se vio coronada por un interesante remate de dos cuerpos decorado con elementos neogóticos y barrocos, debido al diseño de Karl Gottard Langhans, que lo construyó en 1790, al mismo tiempo que trabajaba en su obra más importante: la Puerta de Brandeburgo.
  Nikolaivierteles es un lugar lleno de encanto a lo que contribuye en gran manera la cercanía del río Speer.

                                          

 Pero a pesar de lo agradable del ambiente o… precisamente por eso, no podía dejar de pensar que esa zona, el corazón del viejo Berlín, el lugar dónde habían residido tantos artistas, no era más que una cuidadosa reconstrucción (que la RDA decidió llevar a cabo en los años 80) en una zona que la guerra había convertido en un erial. El motivo: la celebración del 750 aniversario de la ciudad. No haré otro comentario al respecto, de sobra he expuesto con anterioridad la rabia y la frustración que me produce la insensatez de los hombres, que obedeciendo a no sé qué tipo de horrible monstruo que anida en el interior de muchos, esgrimiendo todo tipo de razones y justificando siempre sus perversas acciones, no dudan en destruir todo lo que de bueno y hermoso, empezando naturalmente por la vida de sus semejantes, nos ha sido legado por la Historia. No quería hacer comentario pero… está claro que lo he hecho.
 Continuo. En el paseo por las estrechas calles del barrio, muy turístico por cierto, pudimos apreciar que  alberga cinco museos, en varios de los palacios que se construyeron en este lugar a lo largo del siglo XVIII, como el Knoblauchhaus, que escapó de los bombardeos o el Ephraim-Palais, que no tuvo la misma suerte. Pero sin duda el edificio más interesante es la Nikolaikirche,


que fue el templo más antiguo de Berlín, pues comenzó su construcción en 1230. De esta primera edificación aún se conserva (y no es extraño vista su solidez) la sobria y austera base de su fachada occidental de piedra y ladrillo, en la que no hay lugar para ningún elemento ornamental, como no sean sus dos espléndidas torres gemelas en cuyos muros se abren vanos de estilizados arcos apuntados y cuyos remates son esbeltos chapiteles rematados por sendas agujas. Al igual que otras iglesias alemanas, en el exterior, el ábside, muy desarrollado, parece una prolongación de la las naves. En la actualidad alberga el museo de la ciudad que no pudimos visitar.
 Cerca de Nikolaikirche, y como despedida del barrio, contemplamos la estatua de un valiente San Jorge que, en difícil equilibrio sobre su caballo, da muerte al dragón.




  El paseo continuó hasta las orillas del Speer, llegando hasta la llamada Museuminsel, pasando por delante de la impresionante catedral y del complejo de edificios que atesoran las maravillas del arte antiguo que ansiaba contemplar, aunque tendría que esperar al día siguiente. Cuando recorrimos Unter den Linden y atravesamos en la Pariserplatz la Puerta de Brandeburgo camino del Reichstag, la noche había caído y los berlineses se preparaban para disfrutar de sus museos. Desgraciadamente no pudimos unirnos a ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario