martes, 25 de agosto de 2015

El Rhin

 Segundo viaje. Agosto de 1997.


  Mi siguiente visita a Alemania fue tan corta como emocionante: apenas una tarde. Pasaba unos días en Huttenheim, un pequeño pueblo alsaciano en el que vive una de mis primas francesas. Fue una excursión en bicicleta que nos llevó a Rhinau, precioso pueblo a la orilla de un río y, mi entusiasmo no tenía límites, el río era, como no podía ser de otro modo… ¡el  Rhin! 

Las dos orillas del Rhin desde el transbordador.
  Ancho, majestuoso, hermoso. Perfecta frontera entre dos grandes países como lo fuera en el pasado entre un Imperio poderoso y el mundo bárbaro que provocó su fin. Así lo percibía  Un cúmulo de extrañas sensaciones me embargaban porque sentía aquel paisaje como algo familiar y querido… ¡y era la primera vez que lo contemplaba! No puedo expresarlo de otra manera. Las razones las ignoro, pero las emociones estaban allí. 
 Lo atravesamos en transbordador, no había puentes, y en medio de su cauce me recreé largamente con la visión de las dos orillas. Kappel, el pueblo alemán, en el que desembarcamos apenas se diferenciaba de los de la vecina Alsacia.
 Hicimos por él una pequeña ruta ciclista y de vuelta al transbordador, el río, en un claro entre la arboleda, y para que no faltara nada, me hizo disfrutar de la aparición de una pequeña bandada de cisnes que pusieron una nota final muy wagneriana, o al menos yo quise verlo de ese modo.


 Desde aquel día he repetido la experiencia siempre que he viajado a Huttenhein.     

domingo, 23 de agosto de 2015

Impresiones alemanas I




 El primer viaje. Julio de 1965.


  La primera vez que fui a Alemania era apenas  una adolescente. Crucé la frontera francoalemana por el puente sobre el río Moselle en el pequeño pueblo de Grosbliderstroff.
 Nos dirigiamos a Saarbrücken, una gran ciudad de la que apenas percibí unos grandes almacenes repletos de cosas bonitas y un montón de personas, que muy serias y perfectamente vestidas, comían sin pudor bocadillos de salchichas... andando por la calle ¡inconcebible!
 Corría el año 1965 y yo vivía en una España atrasada y mojigata y sometida e infeliz. Aunque a decir verdad era demasiado joven para tener plena conciencia de ello, a partir de entonces comencé a adquirirla.  
 Toda la familia, mis padres, mis dos hermanos y yo, habíamos viajado a Lorena (algo que me convertía en una especie de osada aventurera entre mis amigas del pequeño pueblo donde residía, cosa que debo confesar me encantaba)  para visitar a mis tíos exiliados desde la Guerra Civil,  a mis abuelos que vivían con ellos y a mis primos a los que ya conocíamos porque ellos sí habían venido a nuestra casa a pasar sus vacaciones de verano en años precedentes. Podrá entenderse que, aunque sentía una gran curiosidad por todo lo que veía, mis prioridades eran pasarlo lo mejor posible. Para los adultos la visita tenía otras connotaciones que nosotros no llegábamos a entender por aquel entonces.  
  Las impresiones recibidas durante el viaje (hubimos de atravesar España y Francia) y el conocer cómo vivían mis familiares y sus vecinos y amigos  en un pueblo minero del Sarre, Rouhling,  me hicieron preguntarme por primera vez qué ocurría en mi país (de eso nunca se hablaba), por qué estábamos tan atrasados en todos los órdenes de la vida, por qué ellos que “sólo eran mineros”, la mayoría españoles republicanos, tenían en Francia un nivel de vida que un obrero en España no hubiera soñado jamás. 
 Quizás en aquel primer viaje no apreciara mucho el patrimonio de las ciudades que conocí, aunque indudablemente me extasiaron sobre todo los bosques (¡tantos árboles!... como en los cuentos) y los grandes ríos (esas hermosas corrientes de agua me fascinaron y aún siguen haciéndolo), pero lo  cierto es que comprendí, quizá de manera inconsciente, que para vivir con plenitud hay que tener bien abiertos los cinco sentidos y atrapar con ellos todas las sensaciones que te ofrece el mundo que te rodea.  
 Tardaría muchos años en regresar a Alemania.

miércoles, 19 de agosto de 2015

9 A modo de resumen

 


 Es tarea imposible llevar al papel (es un decir cuando se tiene delante un ordenador) todas las impresiones que se pueden llegar a experimentar en un viaje como este.
  Podemos decir que la primera es la de sentirse ligeramente frustrado por tener que renunciar a la visita de ciudades que se habían considerado “irrenunciables”: Parma, Vicenza, Mantua... pero, una vez en el lugar de destino, se toma conciencia de algo que ya se sabe: cualquier región italiana es inabarcable, en un viaje de duración asumible, por la ingente cantidad de obras de arte que atesora,


materialización del mecenazgo que, gracias a su poder y riqueza y gusto por el arte, dejaron como legado las élites gobernantes y, desde luego, una institución omnipresente en Italia: la Iglesia Católica.




 
 Una vez asimilado el hecho, lo mejor es empezar a disfrutar al máximo de aquello por lo que se ha decidido, y entonces…
 Formarán siempre parte de tu bagaje personal sus innumerables iglesias; sus grandes museos, palacios reconvertidos, cuyas pinturas te entusiasmarán, tanto aquellas que ves al natural después de haberlas contemplado tantas veces en reproducciones,



como las que contemplas por primera vez, obra de grandes pintores de los que ni siquiera tenías noticias;



sus enormes palacios, unos pertenecientes a las grandes familias que gobernaban los estados  (el Castello Sforcesco y el Palazzo Reale en Milán; el Castello Vechio, rodeado por el río Adigio en Verona;




el Castello Estense de Ferrara y el Palazzo Ducale en Módena), otros, también bellísimos, situados en calles y plazas, como símbolos de la riqueza de las élites económicas.






 Pero siempre, y esto es significativo, en todas las ciudades, ocupando el centro del espacio urbano, también aquellos que representaban el poder del pueblo, los palacios dei Comuni.

 
  Y por último la Llanura Padana, atravesada en varias direcciones y contemplada desde el tren, cuyos límites se pierden en el horizonte. Sus cultivos de arroz, sus preciosas casas de campo, las montañas que se dibujan entre brumas en la lejanía, las pequeñas estaciones de los pequeños pueblos que quedan atrás a la misma velocidad que los freccirosso o los  frecciabianco, (según recorrido) y el siempre presente río Po que todo lo convierte en fecundo, constituyen una visión inolvidable, como inolvidable resultan las Colinas Eugeneas, cerca de Padua. 
  Y con la convicción de que, aunque queda mucho por ver, no es poco lo visto se emprende el regreso con la firme intención de volver.



                                                                                  

viernes, 14 de agosto de 2015

Bolonia (II)



8 Y... Bolonia. Emilia-Romaña

 Las iglesias innumerables (no en vano fue Bolonia territorio de la Santa Sede desde 1361 a 1796 y cuna de cuatro papas) constituyen un riquísimo patrimonio que compendia todos los estilos arquitectónicos.
 Entre las barrocas, San Bartolomeo,

San Benedetto
por cuyas puertas pasamos a diario ya que está situada en la Via Dell´Indipendenza, nuestro camino desde el hotel a la Piazza Magiore;  Santa María de la Vita

Santa María de la VIta
con un compianto del siglo XIV





obra de Nicola da Puggia, magnífico por su dramático expresionismo; el Duomo, dedicado a San Pedro y por aquellos días

Duomo
abierto a todas horas con un incesante ir y venir de fieles (a algunos de los cuales vi salir acompañados de su perro... cosa que me encantó) que rendían culto a la Madonna dei San Luca aunque apenas repararan, son boloñeses y están habituados, en otro maravilloso Compianto, este de Alfonso Lombardi del siglo XVI;



 
Santo Domenico, construida tras la muerte del santo aunque sólo la fachada data del siglo XIII... 

Santo Domenico
y tantas otras que nos llegamos a ver, que a pesar de  sus lujosos interiores poseen una elegancia y una belleza innegable a la que contribuyen las pinturas de los maestros locales y las obras escultóricas de diversas épocas que atesoran. 
 En Santo Domenico destaca, en la gran capilla lateral que acoge la tumba del santo, el magnífico fresco de Guido Reni y el deslumbrante sarcófago de mármol blanco de Nicola Pisano y Nicola di Bari y en el que parece que colaboró también un joven Miguel Ángel.

  
 De las iglesias renacentistas visitamos la de la Madonna de Galliera,



una pequeña joya que resultó ser el último regalo que Bolonia nos ofreció el día de nuestra marcha. Su preciosa fachada da paso a un pequeño interior de líneas puras con tres cúpulas, decoradas con hermosos frescos, entre cuyas pechinas los vanos abiertos en los arcos 



daban paso al sol de la mañana que dotaba al edificio de todo el esplendor del Renacimiento.




 
  Y ahora los grandes templos, y como si se tratara de un crescendo que tendrá su apoteosis final en San Petronio (así es como lo experimenté), comienzo por la abadía de Santo Stefano, cuyo entorno fue un anticipo de lo que iba a encontrar tras sus muros.


  Es difícil describir las impresiones que este lugar suscita por su enorme complejidad. Constituye un conjunto formado por cinco iglesias que se han ido integrando sabiamente a lo largo de los siglos hasta llegar a dar  impresión de unidad.

Santo Stefano



 El ingreso al conjunto se efectúa por la iglesia del Crucifijo,


                      


románica lombarda en su origen, muy transformada a lo largo del tiempo. Una escalinata a la cabecera del templo da acceso al ábside del que cuelga un hermoso crucifijo de Simone de´Crocifissi (1380), que tiene como característica un Cristo Juez, algo poco frecuente, representado en la parte superior del brazo largo de la cruz. Desde aquí se desciende a la Cripta románica que contiene, en una urna dorada, las reliquias de San Vitale y San Agrícola y además una especie de columna compuesta por dos piedras que, según la tradición, trajo San Petronio de Tierra Santa, para mostrar... ¡la altura de Cristo!



  La basílica del Santo Sepulcro, es la más antigua (primera mitad del siglo V, durante el episcopado de San Petronio) e interesante del conjunto. Al parecer, en la época romana, ocupó el lugar de un templo dedicado al culto de Isis. El edificio actual data del siglo XI y se construyó siguiendo las directrices de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Tiene planta dodecagonal (el doce como símbolo de las doce tribus de Israel y de los doce apóstoles), robustas columnas de mármol negro que alternan con otras de ladrillos para dejar un espacio central donde se levanta el llamado “Sepulcro de Cristo”,

compuesto por un antiguo sarcófago romano que se alza sobre cuatro columnas, cubierta por una gran losa con grabados de los cuatro evangelistas y coronado por una balaustrada de mármol.



Contiene la tumba de San Petronio. De gran belleza son los relieves, los capiteles y la cúpula de elegante simplicidad. Todo el conjunto está dotado de un cierto misticismo que no deja indiferente al visitante. En el exterior hermosos paramentos en los que el mármol y el ladrillo conforman bellas composiciones de tracería,




se prolonga en el Patio de Pilato, donde se ubica una pila con una inscripción que documenta su origen lombardo (siglo VIII) sobre un pedestal renacentista, que la tradición asocia con este personaje.



  
Los lados mayores del patio están formados por galerías porticadas que albergan lápidas y capillas.


El siguiente edificio es la basílica de los Santos Vitale y Agrícola que tiene su origen en el oratorio dedicado a estos mártires del siglo IV.


 A lo largo del tiempo ha experimentado numerosas destrucciones y reconstrucciones, de las que dan fe los diversos fragmentos de mosaicos y pinturas murales que conserva. El edificio de piedra y ladrillo que ha llegado hasta hoy, es un bello ejemplo de románico lombardo, humilde pero  brillante en su austeridad, a lo que contribuye la suave luz que se filtra por los vanos del ábside cubiertos de alabastro, los sarcófagos con relieves de santos y animales y los variados orígenes (romanos, bizantinos) de los capiteles de las columnas que separan las tres naves.
 La siguiente iglesia, que cierra el Patio de Pilatos por el lado opuesto a la del Santo Sepulcro, llamada del Martirio, del Calvario o de la Trinidad,

.

es la que tiene un origen más incierto (como demuestra su mismo nombre). Al parecer comenzó su construcción en un cementerio en el que se elevó un martirium entre los siglos IV y V. Con posterioridad los francos la reconstruyeron como iglesia de tres ábsides que fue ampliada en el siglo XVII. En las restauraciones de los siglos XIX y XX, recuperó su primitivo aspecto. Tiene una estructura compleja, con cinco naves transversales con columnas y capiteles de diversas épocas. Alberga en su interior un maravilloso grupo escultórico en madera del siglo XIV, La Adoración de los Reyes, obra de  Simone de´Crocifissi, una de las primeras representaciones de este tema, por lo que recomiendo buscar una imagen de más calidad.



 El Claustro del conjunto abacial es un lugar silencioso y lleno de paz al que se accede desde la iglesia del Martirio. Presenta dos niveles, el inferior austero y macizo, está fechado en torno al año 1000. Tiene veinte grandes arcos, cuatro de acceso al espacio central y el resto, de un tamaño menor, sostenidos por columnas sobre un plinto.


 Las grotescas figuras antropomórficas situadas en el lado de la iglesia, sirvieron de inspiración a Dante, al que la tradición ha situado en este lugar, destinado al rezo y a la meditación de los laicos. Por el contrario el piso superior que data de fines del siglo XII estaba reservado a la comunidad benedictina. Es elegante y estilizado gracias al conjunto de columnas pareadas que sostienen sus arcos de variados capiteles.



 Las paredes interiores conservan, junto a inscripciones y restos de figuras de origen romanos y frescos del siglo XIV, una serie de lápidas de mármol travertino dedicadas a los soldados caídos (aparecen sus nombres, edades y graduaciones, además del lugar donde murieron) en el transcurso de la Gran Guerra. Hay una pequeña serie de lápidas que no pudieron por menos dejar de impresionarnos, porque recuerdan a los muertos en España (dos de ellos en Sevilla) en el transcurso de la Guerra Civil de 1936. Es una constante en toda Europa la presencia de testimonios que nos recuerdan la guerra... Las guerras que, provocadas por la ambición y la estupidez de unos pocos,

han ensombrecido la vida de los europeos a lo largo de los siglos y se han repetido sin solución de continuidad, olvidándose en cada una de ellas los desastres y el sufrimiento de las anteriores.  
 La última de las iglesias es la de la Benda, profundamente restaurada a fines del siglo XX. Se trata de un pequeño espacio de estilo renacentista que en sí mismo constituye un verdadero relicario, ya que guarda restos y objetos, de los más diversos santos. La más destacable es una banda que se dice ¡perteneciente a la Virgen! que la llevó en la frente, según la costumbre de las mujeres de Oriente Medio, en señal de luto por la muerte de Cristo. Nunca deja de asombrarme la capacidad de inventiva del clero católico en este aspecto.     
 En la actualidad está dedicada a la Virgen de Loreto, por lo que en sus muros cuelgan recuerdos, fotografías, condecoraciones, lápidas… de los pilotos italianos caídos en acción.


 Anexas a esta iglesia hay dos salas que recogen y exponen todas las esculturas y pinturas atesoradas en los diferentes espacios de este monumental conjunto a lo largo del tiempo, formando una rica colección de arte.
 Es fácil comprender que después de una inmersión en la historia de esta envergadura, había que buscar un sitio donde reponer fuerzas con una típica comida boloñesa, cosa fácil en esta ciudad, considerada uno de los grandes centros gastronómicos del norte de Italia, llena de restaurantes, pizzerías y puestos callejeros con especialidades locales.

 San Giacomo Maggiore, es otra espléndida iglesia cuya construcción se inició en 1267, por voluntad del gobierno comunal. Cercana a la puerta medieval de San Donato, 


presenta una austera fachada en ladrillo

San Giacomo Maggiore

que da paso a un elegante interior  renacentista de influencias brunelesquianas, de una sola nave y ábside poligonal. La decoración del más depurado barroco. 
 Fue este templo el lugar elegido por los Bentivoglio, señores de Bolonia, para la construcción, adosada a uno de los muros laterales, de la capilla familiar.   





 Las pinturas (retratos de los mecenas) y frescos de Lorenzo Costa, junto con el retablo, obra de Francesco  Francia, dan fe, tanto de la importancia de esta familia durante varios siglos, como del refinado preciosismo de la pintura del Quatrocentto. La obra fue realizada en el siglo XV y contiene  la tumba de Antón Galeazzo Bentivoglio,




una de las últimas obras de Jacopo de la Querzia, que tantos testimonios de su talento artístico dejó en esta ciudad.
 Desde su construcción, ha sido la iglesia del convento de los agustino, uno de los más importantes de Europa, por ser sede, aunque no la única, de los célebres y antiguos Estudios Generales de la orden. Además este templo siempre ha estado muy vinculado a la vida religiosa y devocional (muy activa según pudimos comprobar) de la ciudad y en ella se rinde culto a algunos santos relacionados con la orden de San Agustín.
 El gran edificio conventual, es en la actualidad sede del Conservatorio de Música,


ocupando la comunidad sólo una pequeña parte del mismo. Al lado de la iglesia se encuentra, junto a un pequeño y precioso claustro,


el oratorio de Santa Cecilia decorado con frescos de la vida de la santa, obra de Lorenzo Costa y Francesco Francia entre otros, de delicada factura y estilo florentino.



 En estas dependencias se celebran veladas musicales, (inmediatamente imaginé la maravillosa experiencia que deben resultar) y que gozan de gran aprecio por parte de los boloñeses. Todo esto nos contó amablemente el vigilante, que por supuesto no nos permitió hacer fotografías.

 La basílica de San Petronio es el gran templo de Bolonia y no sólo por su tamaño.


  Desde luego es esta una realidad evidente y una apreciación muy personal que tiene su origen en las imágenes y descripción que de ella me llegaron hace mucho tiempo a través de un viejo libro de arte, pero sobre todo, porque fue objeto de admiración  del propio Miguel Ángel, que en su juventud viajó a la ciudad para ampliar sus conocimientos sobre escultura y vivió en ella quizá la etapa más feliz de su difícil existencia. Una vez contemplada y visitada, y a pesar de todo lo visto y admirado en las iglesias descritas con anterioridad, la realidad no me desfraudó. Muy al contrario…
 El elegante edificio se levanta en la Piazza Magiore, como una joya preciosa que no ha sido completada, aunque ello, a mi modo de ver, no le reste ni un ápice de esplendor. Fue un proyecto monumental (debía ser mayor que la basílica de San Pedro del Vaticano) que afortunadamente, también a mi modo de ver, no llegó a realizarse (no se construyeron ni el transepto ni la girola)  y de este modo, los fieles y visitantes, no se sienten apabullados por su tamaño y su magnificencia, sí por su belleza y armonía. Las trazas originales fueron encargadas a Antonio de Vincenzo en 1390. Como no podía ser de otro modo, la construcción de la basílica, que de forma poco usual se inició en la portada para concluir en el ábside, se dilató a lo largo de los siglos. A finales del  XIV estaban concluidas las veintidós capillas laterales y, tras diversos avatares, Girolamo Rinardi concluyó la obra a fines del XVII.


 Tiene planta basilical con tres naves separadas por esbeltos pilares fasciculados, que hasta los capiteles son de color rojo oscuro y que a partir de ellos, se cubren de un precioso blanco que continúa en los paramentos y las bóvedas, interrumpido sólo por el rojo que aún tiñe los baquetones que se elevan hasta los arcos apuntados y las nervaduras de las bóvedas de crucería. La luz se refleja y envuelve en un halo de blancura todo el espacio.
 Son innumerables las obras que atesora San Petronio: el precioso tabernáculo del Altar Mayor, obra de Vignola de 1547; los magníficos órganos, el de la izquierda del XVI y el de la derecha del XIV, es uno de los más antiguos de Europa; la Capilla Bolognini, con frescos de Giovanni de Módena, que no tuvo ningún reparo en colocar a Mahoma, al lado de Lucifer en el Infierno de su Juicio Final (otros tiempos, otros usos); El matrimonio místico de Santa Catalina, obra de Filippino Lippi que posee la delicadeza de la pintura en el primer Renacimiento (si bien esta pintura pudo ser superada técnicamente y con posterioridad alcanzar mayor grado de realismo, profundidad, dramatismo, expresión…  a cambio, quizá perdió la hermosa ingenuidad de la belleza en estado puro); la Capilla de San Abundio, lugar de coronación de Carlos V como emperador (después del saco de Roma, no era mal sitio…¡aunque no fuera el Altar Mayor!); el meridiano 60º que recorre el suelo de la nave de la epístola de forma transversal, y que establecido por el astrónomo Giandomenico Cassini en 1655, actúa como reloj solar y… tantas y tantas más.
 La fachada no se concluyó. No puede imaginarse como hubiera quedado terminada si se hubiesen aceptado alguna de las ideas de los grandes arquitectos que fueron llamados a consulta, Vignola, Palladio… Puede que sea mejor así. El recubrimiento en mármol rojo y blanco, pudiera distraer de la contemplación de la decoración escultórica de sus tres portadas. Las dos laterales, bellísimas, son obras de distintos autores, pero es en la central, donde Jacopo della Querzia, desplegó toda su maestría en doce maravillosos paneles que materializan la narración del Génesis y el Nacimiento de Cristo en figuras llenas de fuerza y dramatismo.




 ¿Cómo al contemplarlas alguien puede extrañarse del efecto que causó en el joven Miguel Ángel? A fuerza de equivocarme diría que quizá se pueda pensar que en ellos vislumbró lo que luego sería la característica fundamental de su obra escultórica: la terribilitáJacopo della Quercia esculpió también el grupo que corona la portada principal, en el que aparece la Virgen con el Niño flanqueada por San Petronio y San Ambrosio, bajo un arco bellamente labrado.



 Por San Petronio no tienes más remedio que pasar y entrar y contemplar y admirar… todos los días que permaneces en Bolonia.


 Un agradable paseo por el animado barrio universitario, nos permitió conocer los magníficos edificios donde se ubican facultades y academias,

                            

sin dejar de mencionar el antiguo seminario que alberga la Academia de Bellas Artes y la  Pinacoteca Nazionale,



en la que pudimos contemplar, en una atmósfera casi religiosa, su extraordinaria colección permanente con obras que van del Trecentto al siglo XVIII, fundamentalmente de artistas locales, como los Carracci, Guido Reni o el Guercino, aunque no falten otras firmadas por pintores como Rafael, El Greco y tantos otros, que hacen de este museo uno de los más importantes de los llamados en Italia "de provincias". Y para mayor felicidad coincidió nuestra visita con una exposición temporal de grabados de Rembrant. 

  La entrada al edificio y el acceso a las salas es un verdadero despliegue de ese tipo de arte que tanto proliferó en el barroco, por el que la pintura se presenta ante el observador creando una auténtica sensación de realidad paralela que trasciende el espacio real. Muy interesante.


 Después de disfrutar del acto de conmemoración de la República el 2 de junio, nos dirigimos,  encontrando bellezas como estas en el camino,


a uno de los lugares que yo tenía más interés en visitar en Bolonia, el Colegio Español. Es un bello edificio del siglo XV



que posee un patio decorado con unos interesantes frescos, y por supuesto un extraordinario valor histórico, pero... estaba cerrado, por lo que sólo pudimos ver el exterior, aunque en una de las numerosas vueltas que di tratando de encontrar una puerta abierta (no me resignaba) pude comprobar que la vida cotidiana continua dentro de él ¿No es extraordinario? 



 

  Desde el Colegio de España y algo desilusionada por la frustrada visita, nos dirigimos al Archiginnasio, primera sede estable de la Universidad construido en 1563 por iniciativa del legado pontificio, el cardenal Carlos Borromeo. Tengo que confesar que la magnificencia del edificio me compensó un poco… pero sólo un poco.
  Es éste una obra del arquitecto boloñés Antonio Morandi y presenta un larguísimo pórtico sostenido con treinta columnas de piedra. Su patio interior


tiene dos grandes escaleras


por las que se accede al primer piso que alberga dos enormes aulas, la de los Artistas,



hoy sede de la extraordinaria Biblioteca en la que sostuvimos una interesante conservación con la bibliotecaria a propósito de la monarquía en España, porque cuando nos reconoció como españoles se apresuró a darnos la noticia de la abdicación del rey Juan Carlos (aprovechó además para contarnos con divertidos comentarios, los amores de juventud del recién abdicado rey con una princesa de la casa de Saboya) y la de los Legistas, llamada de Stabat Mater, pues en ella se estrenó, bajo la dirección de Donizetti, la obra homónima de Rossini, músico muy admirado en esta ciudad en la que vivió. Estaba cerrada ¡Lástima!

 A lo largo de amplios corredores


y salas, todo ello decorado con los escudos y emblemas de los grandes personajes vinculados a esta Universidad,


accedemos al famoso Teatro Anatómico, obra de 1637 debida a Antonio Levanti, que diseñó un espacio, el primero de Europa, para el aprendizaje de la anatomía humana a partir de la disección de cadáveres.



Está revestida en madera y  hornacinas con estatuas de médicos famosos se abren en sus paredes. Los asientos descienden hasta el espacio central donde se ubica la mesa de operaciones.



  
 La estancia está presidida por la Cátedra del Lector, flanqueada por las dos figuras llamadas de los “desollados” que presentando el aspecto que tan bien describe su nombre, son obras del siglo XVIII. 


 Podría seguir y seguir escribiendo sobre Bolonia. Me sentí como en casa. Esa es la impresión que la ciudad me causó, además de que allí establecimos “nuestra residencia”, en un agradable hotel en cuyo precioso jardín



disfrutamos de los momentos de descanso que la ajetreada vida del viajero precisa de vez en cuando.  Desde su Estación Central, viajamos a las distintas ciudades que visitamos, de tal modo que nos movíamos como pez en el agua por los binari desde los que partían nuestros trenes con los destinos que habíamos establecido previamente. Y es necesario, al nombrar la estación, hacer constar que en ella se ha conservado el tremendo agujero que provocó la bomba en aquel terrible atentado de 1980, junto al que han colocado una placa conmemorativa con los nombres de las víctimas. Entre ellas un español de algo más de 20 años. Triste y emocionante recuerdo.