Es tarea imposible llevar al papel (es un decir cuando se tiene delante un ordenador) todas las impresiones que se pueden llegar a experimentar en un viaje como este.
Podemos decir que la primera es la de sentirse ligeramente frustrado por tener que renunciar a la visita de ciudades
que se habían considerado “irrenunciables”: Parma, Vicenza, Mantua... pero, una vez en el lugar de destino, se toma conciencia de algo que ya se sabe: cualquier región italiana es inabarcable, en un viaje de duración asumible, por la ingente cantidad de obras de arte
que atesora,
materialización del mecenazgo que, gracias a su poder y riqueza y gusto por el arte, dejaron como legado las élites gobernantes y, desde luego, una institución omnipresente en Italia: la Iglesia Católica.
materialización del mecenazgo que, gracias a su poder y riqueza y gusto por el arte, dejaron como legado las élites gobernantes y, desde luego, una institución omnipresente en Italia: la Iglesia Católica.
Una vez asimilado el hecho, lo mejor es empezar a disfrutar al máximo de
aquello por lo que se ha decidido, y entonces…
Formarán siempre parte de tu bagaje personal sus innumerables
iglesias; sus grandes museos, palacios reconvertidos, cuyas pinturas te
entusiasmarán, tanto aquellas que ves al natural después de haberlas
contemplado tantas veces en reproducciones,
como las que contemplas por primera vez, obra de grandes pintores de los que ni siquiera tenías noticias;
sus enormes palacios, unos pertenecientes a las grandes familias que gobernaban los estados (el Castello Sforcesco y el Palazzo Reale en Milán; el Castello Vechio, rodeado por el río Adigio en Verona;
el Castello Estense de Ferrara y el Palazzo Ducale en Módena), otros, también bellísimos, situados en calles y plazas, como símbolos de la riqueza de las élites económicas.
como las que contemplas por primera vez, obra de grandes pintores de los que ni siquiera tenías noticias;
sus enormes palacios, unos pertenecientes a las grandes familias que gobernaban los estados (el Castello Sforcesco y el Palazzo Reale en Milán; el Castello Vechio, rodeado por el río Adigio en Verona;
el Castello Estense de Ferrara y el Palazzo Ducale en Módena), otros, también bellísimos, situados en calles y plazas, como símbolos de la riqueza de las élites económicas.
Pero siempre, y esto es significativo, en todas las ciudades, ocupando el centro del espacio urbano, también aquellos que representaban el poder del pueblo, los palacios dei Comuni.
Y por último la
Llanura Padana, atravesada en varias direcciones y contemplada desde el tren, cuyos límites se pierden en el
horizonte. Sus cultivos de arroz, sus preciosas casas de campo, las montañas
que se dibujan entre brumas en la lejanía, las pequeñas estaciones de los pequeños pueblos que quedan atrás a la misma velocidad que los freccirosso o los frecciabianco, (según recorrido) y el siempre presente río Po que todo
lo convierte en fecundo, constituyen una visión inolvidable, como inolvidable
resultan las Colinas Eugeneas, cerca de Padua.
Y con la convicción de que, aunque queda mucho por ver, no es poco
lo visto se emprende el regreso con la firme intención de volver.
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