martes, 25 de agosto de 2015

El Rhin

 Segundo viaje. Agosto de 1997.


  Mi siguiente visita a Alemania fue tan corta como emocionante: apenas una tarde. Pasaba unos días en Huttenheim, un pequeño pueblo alsaciano en el que vive una de mis primas francesas. Fue una excursión en bicicleta que nos llevó a Rhinau, precioso pueblo a la orilla de un río y, mi entusiasmo no tenía límites, el río era, como no podía ser de otro modo… ¡el  Rhin! 

Las dos orillas del Rhin desde el transbordador.
  Ancho, majestuoso, hermoso. Perfecta frontera entre dos grandes países como lo fuera en el pasado entre un Imperio poderoso y el mundo bárbaro que provocó su fin. Así lo percibía  Un cúmulo de extrañas sensaciones me embargaban porque sentía aquel paisaje como algo familiar y querido… ¡y era la primera vez que lo contemplaba! No puedo expresarlo de otra manera. Las razones las ignoro, pero las emociones estaban allí. 
 Lo atravesamos en transbordador, no había puentes, y en medio de su cauce me recreé largamente con la visión de las dos orillas. Kappel, el pueblo alemán, en el que desembarcamos apenas se diferenciaba de los de la vecina Alsacia.
 Hicimos por él una pequeña ruta ciclista y de vuelta al transbordador, el río, en un claro entre la arboleda, y para que no faltara nada, me hizo disfrutar de la aparición de una pequeña bandada de cisnes que pusieron una nota final muy wagneriana, o al menos yo quise verlo de ese modo.


 Desde aquel día he repetido la experiencia siempre que he viajado a Huttenhein.     

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