jueves, 6 de agosto de 2015

Bolonia (I)

7 Y…Bolonia. Emilia-Romaña. 

 Y Bolonia porque me pareció desde todos los puntos de vista una ciudad fascinante. Me gusta clasificar las ciudades que visito en dos grandes grupos: el primero lo componen aquellas que me atraen por sus bellezas naturales o monumentales, por el ambiente de sus calles, por la amabilidad de sus habitantes (es verdad que a casi todas les encuentro sobrados atractivos) y en el segundo sitúo a aquellas otras, muy pocas a decir verdad, en las que definitivamente me podrían buscar si alguna vez decido “perderme”. Bolonia pertenece a este segundo grupo.





 Para mí su nombre desde siempre ha sido evocador, sea por poseer la primera universidad de Europa (1088), aquella que acogió entre sus muros a Dante, Petrarca, Becket, Erasmo o Copérnico; o por ser la sede del Colegio Español, que viene funcionando desde el siglo XIV y del que formaron parte tantos españoles ilustres, los "bolonios"; o por ser la cuna de grandes artistas, entre los que destacan los Carraci,  una de las familias más importantes de pintores italianos; o quizá sobre todo, por haber acogido a un joven Miguel Ángel, que quedó subyugado, y verdaderamente influenciado, por la obra contemplada en la fachada de San Petronio debida a un gran artista del primer Renacimiento nacido en Siena, Jacopo de la Querzia, que dejaría buena muestra de su talento de escultor en Bolonia. 
 Si a todo lo anterior añadimos que son pocas las ciudades que han visto la coronación de un emperador del Sacro Imperio (en este caso Carlos V en 1530) y que han conservado durante siglos la vitalidad económica, el gusto por la buena vida, la riqueza de su patrimonio,

Puerta de Alejandro VII


los casi sesenta kilómetros de galerías porticadas que desde la Edad Media protegen de los rigores de su clima continental a los boloñeses,




sus arraigadas tradiciones, la admiración de sus habitantes por todas las manifestaciones artísticas y culturales, el enorme conjunto monumental… sin perder un cierto encanto provinciano y manteniendo un tamaño aún a la medida del hombre, podrá entenderse el entusiasmo que Bolonia suscitó en mí.

Canal del Reno

 El encuentro con la ciudad no pudo ser más feliz, ya que el día de nuestra llegada se clausuraba una extraordinaria exposición de pintura holandesa, “La edad de oro: de Veermer a Rembrant”, que tenía como obra estrella “La joven de la perla”. La expectación que había levantado era evidente, y la última tarde se había formada una larga cola (a la que nos incorporamos), bajo los pórticos del hermoso Palazzo Fava, sede del Museo Medieval,



donde tuvo lugar la muestra. En el transcurso de los días pudimos observar que no fueron pocos los establecimientos comerciales que utilizaron el evento para anunciar sus productos, de este modo vimos carteles donde aparecía la hermosa protagonista con gafas en una óptica o llevando en la oreja un tortellini a modo de pendiente en una charcutería. Sin duda una simpática manera de promocionar las ventas y la muestra, extraordinaria por la calidad del conjunto de la obra expuesta, donde no faltaba ningún gran maestro holandés del XVII, y no menor la del montaje.

 La vida cotidiana de los boloñeses transcurre por las diferentes calles que convergen en los dos enormes espacios que constituyen la Piazza de Nettuno,


donde se levanta majestuosa la fontana, diseñada por Tommaso Laureti y coronada por la espléndida figura del dios en un equilibrio casi imposible, fundida en bronce por la mano maestra de Gianbologna,


y la Piazza Maggiore, presidida por la imponente basílica de San Petronio.


,



 Es esta plaza el lugar de encuentro por excelencia de la ciudad. Se halla rodeada de grandes palacios construidos a lo largo de los siglos (del XIII al XVI), entre los que destacan el del Podestá, que situado entre ambas, las que comunica mediante el Voltone del Podestà, sobre el que se levanta la Torre dell´Arengo y que presenta en cada una de ellas una fachada bien distinta (la renacentista en restauración no pudimos verla);



Palazzo del Podestà

el de los Notarios junto al Comunale, donde se rinde perpetuo homenaje a los caídos por la Patria,

Palacios de los Notarios y Comunale
Palazzo Comunale.


o el de Banchi, obra maestra de Vignola, del que parte uno de los muchos soportales de Bolonia, el llamado il Pavaglione, que une la Piazza Magiore al  Palazzo dell´Archigimnasio, primera sede de la universidad.



Palazzo Banchi
 Y cercano a la Piazza, el precioso edificio gótico de la Loggia dei Mercanti





 Entre estas impresionantes obras dedicadas hoy a todo tipo de actividades ciudadanas, los boloñeses conmemoran además sus acontecimientos cívicos y militares. De este modo tuvimos la suerte de presenciar la celebración del LXVIII aniversario de la proclamación de la República el día 2 de junio, junto a una multitud de ciudadanos que participaban del desfile, como espectadores privilegiados desde la escalinata de San Petronio.



 El aire del mismo “tan italiano” (no faltaban los guapos
carabinieri, ni los cascos emplumados de los alpini)

no pudo por menos que hacernos sonreír rememorando los tópicos más extendidos sobre la idiosincrasia de este pueblo por el que siento una simpatía especial. Siempre me he encontrado en Italia como en casa. 


 En esta línea de acontecimientos también pudimos asistir la tarde anterior al desfile, al traslado de la patrona de Bolonia, la Madonna di San Luca. Se trata de un icono (que la leyenda atribuye a San Lucas, el evangelista pintor de la Virgen) que cada cierto tiempo llevan al Duomo desde su santuario. Se encuentra éste situado en un promontorio en las afueras, el Colle della Guardia, y está unido a la ciudad por el que debe ser uno de los soportales más largos que puedan existir, por sus casi cuatro kilómetros y 666 arcos. Fue construido entre los siglos XVII y XVIII por iniciativa popular, dado el gran número de peregrinos que accedían al templo. 
 La procesión que precede a la imagen,



que había recibido durante su estancia en la catedral la devota e ininterrumpida visita de los fieles, estaba formada por una representación de las distintas cofradías y asociaciones de caridad,



un nutrido grupo de frailes, monjas y sacerdotes de todas las parroquias,







y para que no faltara nada, una exótica representación de católicos polacos (con sus trajes típicos) e indios (sí, de La India) rezando fervorosamente el rosario. La naturaleza del desfile, que constituía la síntesis del totum revolutum,







era tal, que evocaba las inolvidables imágenes del cine neorrealista, que también como un tópico, tenemos en la cabeza cuando pensamos en Italia. 




 Lo mejor de ambas experiencias fue compartirlas con las personas que nos rodeaban, entre las que afortunadamente escaseaban los turistas al uso, sintiéndonos integrados con total naturalidad. En Italia el idioma no constituye ningún problema, y las ganas de hablar por parte de todos son manifiestas.

 Además de la vitalidad y simpatía de los boloñeses me fascinó, como no podría ser de otro modo la riqueza monumental que posee Bolonia. Todas las calles del centro histórico están flanqueadas de grandes edificios




que abren sus puertas a las galerías porticadas, una constante en toda la ciudad. Es posible recorrerla en su totalidad sin dejar de estar protegido por sus bóvedas, de arcos apuntados las más antiguas,





 o renacentistas y barrocas,



las que datan de los siglos de su apogeo, sin olvidar que aún los edificios contemporáneos no prescinden de su construcción. Los elegantes portales y tiendas tienen en estas galerías su mejor espacio de presentación.

 Las dos torres medievales más conocidas, Garisenda y Asinelli, son de las pocas que se conservan de las que se construyeron en la ciudad durante los siglos XII Y XIII, 



y las de mayor altura, junto con el Campanile de la catedral de San Pedro (que nada tiene en común con el magnífico edificio barroco que sustituyó al primitivo medieval),


 Las torres eran un elemento de las antiguas residencias de los comerciantes que han llegado hasta la actualidad, formando parte de tiendas o restaurantes y totalmente integradas en la estructura de los edificios, pese a las reformas que han experimentado a lo largo del tiempo. (Fue particularmente grato comer al pie de una de ellas, la de la vía Cadutti de Cefalonia, en la Pizzería L´Scalinatela,



siguiendo la acertada recomendación que se nos hizo por un experto e intrépido viajero y que nunca dejaremos de agradecer).

Continuará en una próxima entrada.


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