lunes, 9 de mayo de 2016

Estambul V

 Estambul V.  Un paseo por el Bósforo.

  La mañana era fría y desapacible y aún empeoraría, aunque, dadas las circunstancias resistiría gustosamente y además, como premio a mi buena disposición de vez en cuando aparecía el sol entre las nubes y en el trayecto de vuelta el cielo lució todo azul... o casi.  
 Desde Eminonü tomamos un transbordador y junto a los viajeros que se desplazaban para realizar sus tareas cotidianas bajando y subiendo al barco en las diferentes escalas, comenzamos a navegar por el Bósforo,  Bogaziçi en turco. 


No es necesario que describa la emoción que este pequeño viaje me producía. Íbamos a recorrer un largo paso marítimo de complicada orografía, turbulenta historia y reminiscencias literarias que, como ya dije en una entrada anterior, separa o une según se mire pues para eso se construyen puentes como el del 




Bósforo, los dos continentes: Rumeli (Europa) y Anadolu  (Asia) en los que comenzó a forjarse nuestra civilización.Y todo ello ante a la impresionante belleza del panorama que se despliega en ambas orillas. 
 Se suceden los palacios,  (hay que volver al más impresionante: Dolmabahçe),


que a lo largo del siglo XIX levantaron las élites del Imperio para disfrutar del paisaje y de la benignidad del clima. En la actualidad la mayoría se han convertido en museos, en edificios oficiales o en lujosos hoteles y casinos como ha ocurrido con el de Çiragan.





  Entre ellos, igualmente como residencias veraniegas, se construyeron también desde finales del siglo XVII, los yalis, casas de recreo, 


que hoy continúan cumpliendo el mismo cometido. Pero hay también mezquitas, como las de Dolmabahçe, cercana al palacio o la de Mecidiye, pequeña joya barroca junto a la orilla.




 Los parques y jardines, aquellos días cubiertos de flores, se encaraman por las laderas de las colinas (como todo  Estambul densamente pobladas) y desde luego los bosques, que se hacen más y más frondosos a medida que nos íbamos alejando de la ciudad.


 En el punto en el que ambas orillas se aproximan, dos fortalezas se contemplan cara a cara: la Rumeli Hisari construida por Mehmet II en 1452 para organizar la toma de Constantinopla,  


(afortunadamente hoy es un museo y lo que se organizan en su interior son actividades culturales) y   la  
Anadolu Hisari cincuenta años más antigua. Fue levantada por Bayaceto I para asegurarse el flanco oriental cuando emprendió el segundo asedio de Constantinopla (se sucedieron seis antes del último y definitivo). El torreón y las derruidas murallas se encuentran entre las casas de maderas del pueblo situado a sus pies. 

Imagen tomada de Internet

 Desde la cubierta del pequeño barco procuraba abarcar con la mirada el hermoso panorama que se abría ante nosotros, aunque a veces me podía el frío viento y tenía que buscar en el interior el calor del té que continuamente ofrecían en sus bandejas los vendedores.


 A los viejos y pequeños pueblos de pescadores de Europa y de Asia (esa circunstancia me tenía fascinada) con sus barcas atracadas en las orillas, va llegando el turismo y se van reconvirtiendo, y junto a las aguas de sus orillas aparecen terrazas y restaurantes que en verano se llenan de visitantes, aunque creo que siguen manteniendo todavía su carácter primitivo y auténtico.


 Y esta ambigüedad es algo que me pareció percibir en todo Estambul: nada es del todo moderno, nada es del todo tradicional; nada es del todo oriental, nada es del todo europeo. O todo lo es todo al mismo tiempo.
 Es incesante el ir y venir de pasajeros y por supuesto de embarcaciones. Los enormes cargueros se cruzan con los pequeños, incluso minúsculos barcos en las revueltas aguas del estrecho imponiendo en algunos momentos, algo más que respeto. Esta sensación no parece que la experimenten los lugareños pues para ellos  forma parte de su cotidianidad. 

   
 Rumeli Kavagi es la última parada en suelo europeo. A partir de ahí el Bósforo se ensancha para dar paso al Mar Negro, el  Pontus Euxinus del mundo antiguo

Mapa de Diogo Homen de 1559
que se ubica entre Europa y el Cáucaso bañando las tierras del norte de la península de Anatolia, de Bulgaria, de Rumanía, de Ucrania, de Rusia. 
 Y no me olvido de Georgia, la Cólquide destino de Jasón en su viaje en busca del Vellocino de Oro.
Crátera roja de Apulia del siglo IV a.C.
 Porque en mis referencias a ese mar, que aquel día hacía honor a su nombre, no quise recordar los conflictos del aciago siglo XX, (ni los del XIX, ni los del apenas iniciado siglo XXI), de los que fue protagonista obligado. Preferí rememorar otros hechos míticos (algo diluida la tragedia por el paso de los siglos), como el regreso de los Diez Mil, mercenarios que desde Mesopotamia y al mando de Jenofonte,




que nos relató la historia en su obra Anábasis,  recorrieron casi cuatro mil kilómetros


antes de llegar a Trebizonda, la Trapezunta griega, la Trabzon turca, y su alegría ¡no eran hombres de tierra adentro! se tradujo en un grito: Thalassa, thalassa (¡el mar, el mar!). Estaban contemplando ese mismo mar que se extendía ante mí.

       
 En Anadolu Kavagi hizo el barco su escala más larga antes de emprender la vuelta, El mayor interés del pequeño y algo desangelado pueblecito


son las ruinas de una impresionante fortaleza que se conoce como Fortaleza Genovesa,


pero cuyo origen es bizantino.


Construida en el siglo XIV es la mayor del Bósforo.


 En realidad quizá lo más gratificante de esta corta visita al pueblo fue la amabilidad que nos mostraron, tanto la tripulación del barco (quisieron hacerse, y se hicieron una foto con nosotros) y desde luego las personas que trabajaban en el sencillo y acogedor restaurante en el que tomamos, no podía ser de otra manera, una deliciosa comida a base de pescado.
 Durante el regreso asomó el sol, aunque el frío viento del estrecho no amainó. Resultó en su conjunto una maravillosa experiencia.