viernes, 9 de diciembre de 2016

Viaje en Navidad

Viaje en Navidad.

Ha pasado algún tiempo desde la publicación de la última entrada sobre Estambul. He tenido un trabajo que me ha mantenido muy ocupada y que ha estado relacionado con la figura de Miguel de Cervantes (1547-1616) en el cuatrocientos aniversario de su muerte. A todos mis lectores (a los que ciertamente agradezco que sigan este blog) que no estén demasiado familiarizados con su figura y con su obra, les recomiendo encarecidamente que se acerquen a ambas, pues, además de ser uno de los mejores escritores de todos los tiempos, tuvo una extraordinaria y apasionante vida que merece la pena ser conocida por todos los hablantes de lengua castellana y por todos los que  la comprenden, como demuestra el hecho de leer estas notas mías sin traducción automática.    

Nunca viajamos en Navidad. Demasiados niños, demasiada familia y amigos con los que nos gusta compartir estos días, que, a pesar de todo lo que se dice por ahí, tienen un encanto especial.



No obstante un año hicimos una excepción. Decidimos pasar el Año Nuevo en Alsacia, en Huttenheim, el pequeño pueblo cercano a Estrasburgo donde vive una de mis primas francesas. Hay que tener en cuenta que en España las Navidades (y las vacaciones) se prolongan hasta el 6 de enero con la llegada de los Reyes Magos y me atrevo a decir que la víspera, con pequeñas y grandes cabalgatas desfilando por todos los pueblos y ciudades, y el mismo día 6 con la felicidad reflejada en la cara de nuestros niños, constituyen la más pura esencia de estas fiestas en nuestro país.   

La decisión fue poco meditada, más bien un impulso que nos llevó a tomar un avión desde Sevilla a las 13:00 horas del día 31 de diciembre de 2002.
Nuestro destino era Basilea, o Friburgo, o Mulhouse,

Imagen tomada de Internet
pues a las tres ciudades, y a los tres países (Suiza, Alemania y Francia), presta servicio este aeropuerto verdaderamente internacional donde los haya. foto
Volamos en la compañía Swissair, que volaba desde Sevilla (en lo que debieron ser sus últimas operaciones antes de su desaparición), en dirección a Ginebra. El avión era cómodo y agradable ¡y lo dice alguien como yo! Ya he puesto de manifiesto en otras ocasiones mi  fobia a volar.  
En fin… El día era claro y soleado y disfrutamos de hermosas panorámicas sobre los Pirineos

Imágenes tomadas de Internet
y los Alpes

cubiertos de nieve. Sobrevolar Ginebra y el lago Lemans fue también un maravilloso espectáculo. La extensa ciudad entre bosques, los jardines, las magníficas y lujosas villas situadas en las orillas del lago parecían estar al alcance de la mano.

Imagen tomada de Internet
El aeropuerto de Ginebra me pareció el culmen del glamour.

Imagen tomada de Internet
Apenas había viajeros y lo peor fue que durante las tres horas que tuvimos que esperar no pudimos disfrutar de la vista (imposible de la compra por razones obvias) de los maravillosos artículos exhibidos en las  tiendas de las más prestigiosas e inaccesibles marcas del mercado del lujo.
Casi de noche, no más de seis pasajeros embarcamos con destino a Basilea  en uno de los aviones más pequeños que he visto. Al pasar el arco de seguridad saltó la alarma. Una correcta y educada agente que hablaba un perfecto castellano, se me acercó y yo me despojé de todo lo que pudiera provocar el desagradable pitido. Aún así, éste persistía a mi paso. Me miró y me dijo que podían ser los zapatos, que me descalzara. A mi comentario de que en Sevilla había pasado sin problemas me contesto muy circunspecta: “Es que esto es Suiza”. Efectivamente, era Suiza, como comprobamos más tarde en el corto vuelo, que duró lo mismo que la estupenda chocolatina acompañada de una esponjosa, suave y perfumada servilleta de papel, con las que nos obsequiaron. Y este ha sido hasta el día de hoy mi única incursión el país helvético.

Recorrimos la distancia entre Mulhouse e Huttenheim por una autopista casi vacía rodeados de una oscuridad que me privó de la emoción que siempre me produce el viaje por la Plaine d´Alsace. 
En casa de mi prima nos esperaban unos agradables amigos y una estupenda cena. A las doce de la noche dimos la bienvenida al nuevo año sin uvas, con cohetes y con un intensísimo frío bajo un cielo despejado que para mi disgusto no auguraba nieve.

La mañana del primer día del año 2003, la dedicamos a pasear por Estrasburgo. Tomamos un tranvía


que nos llevo al centro histórico para contemplar la decoración navideña en torno a la catedral.


Del famoso mercadillo apenas quedaban algunos desangelados puestos, pero había animación en las calles aunque hacía mucho frío. Nuestros inviernos aquí en Sevilla la mayor parte de los años resultan “primaverales” y siempre me sorprendo cuando en los viajes siento bajar la temperatura a esos niveles. Supongo que a un centroeuropeo le pasará lo mismo cuando en verano la sienta elevarse a más de 40º.
De la maravillosa catedral de piedra rosada de Notre-Dame, cuya visión no deja nunca de asombrarme, del hermoso trazado urbano rodeado del río Ill y sus canales, de la Petite France, de las torres vigías del Pont Couverts, del trayecto en barco contemplando los diferentes edificios de las instituciones europeas, hablaré en otras ocasiones, pues ese día el objetivo era el tranquilo recorrido de un relajado día de fiesta. Y para entrar en calor, en casa nos esperaba un contundente choucruette.       
Con ocasión de este viaje también visitamos Friburgo de cuya estancia ya di cuenta en la entrada publicada el 7 de septiembre de 2015, una de las correspondientes a Alemania.

Bien abrigados dedicamos el tiempo a pasear por Huttenhei y Benfeld (hacia demasiado frío para hacer fotos) ante la atónita mirada de sus habitantes, que por la experiencia que tengo de este país, no son, sobre todo en los pueblos, demasiado aficionados a los paseos sin más… ni siquiera en verano. Siempre he visto muy poca gente en las calles.
Una de las mañanas amaneció azul, limpia y heladora, pero nos decidimos a una pequeña excursión. Fuimos a Obernai


que es a mi parecer una ciudad tan bonita, que siempre que la visito me siento dentro de la ilustración de un cuento. Recorrimos las calles cuyas casas entramadas estaban bellamente decoradas  .



y llegamos hasta las inmediaciones de la iglesia neogótica de St-Pierre et St. Paul


Animados porque, aunque la mañana se nublaba, aún nos podíamos permitir algún osadía, subimos al Mont Ste-Odile, atravesando viñedos que en verano lucen todo su esplendor, pero que en esos momentos aparecían con la severa dignidad de ancianos enjutos en espera de la primavera para reverdecer.
Subir los 736 metros del Mont Ste-Odile

Imagen no tomada el día de esta subida.
en la cordillera de los Vosgos, supuso transitar por una carretera de montaña flanqueada por altos abetos, y como el tiempo empeoraba por momento, tengo que decir que la travesía no resultaba demasiado tranquilizadora. En la cumbre se encuentra el monasterio.


Reconstruido en varias ocasiones, tiene su origen, según la tradición, en una fundación del siglo VII, debida a Odilia de Alsacia, hija de los duques merovingios y patrona de la región. La hermosa panorámica que ofrece el lugar, pues la vista alcanza toda la llanura alsaciana hasta la Selva Negra, se veía muy reducida por las condiciones meteorológicas. También el edificio estaba cerrado, pero, a pesar de todo, valió la pena el paseo. A los que vivimos en el sur del sur de Europa, nos resultan estas experiencias nuevas y vigorizantes, sobre todo si al volver a casa espera una buena calefacción y un thé et gâteau.  


Otra experiencia inolvidable fue el almuerzo en el precioso pueblecito de Osthouse, en un restaurante tradicional


decorado con un espectacular árbol de navidad. La comida espléndida y a la vuelta por fin la ansiada nieve. Poco a poco la llanura se fue cubriendo de blanco



y no resistí la tentación de salir a la calle para que los suaves copos me rodearan por un momento. La nieve es tan insólita en Sevilla… La última nevada que se recuerda tuvo lugar el 2 de febrero de 1954.       
A la mañana siguiente un largo paseo por el campo, aunque la nieve no era muy abundante el paisaje se extendía blanco ante nosotros y el frío pareció disminuir su intensidad. 
Y de este modo llegó el 6 de enero, momento de regresar a casa para compartir los regalos con la familia en la tarde del día de Reyes. Antes de viajar al aeropuerto de Basilea desayunamos el tradicional galette de rois.


En España y para la merienda, nos aguardaba el roscón de reyes.



Fue una estupenda experiencia.