martes, 31 de marzo de 2020

I El camino a Verona. Arlés. Bordighera. Cremona.

Verona. Vista desde el Catello de San Pietro
 Hace apenas un año estaba preparando un viaje a Italia con una larga estancia en Verona.
 En este mes de marzo de 2020, mi Europa, la Europa de mis impresiones, y el mundo entero viven la convulsión de la epidemia del Covid19. ¡Cómo ha cambiado la vida! Sólo conocíamos situaciones parecidas por la Historia, por la literatura y por el cine, por películas casi siempre de calidad discutible. Pero ahora es presente y es real. Estamos viviendo sumidos en la tristeza, en la confusión, en la incertidumbre. 
 El día a día está poniendo de manifiesto lo mejor y lo peor de nuestra sociedad. Tengo mi atención puesta sobre todo en los dos países a los que amo por encima de los demás: el mío, España, tan diversa, tan extrema, tan generosa, tan desgraciada también, e Italia, casi mía igualmente por la afinidad con sus gentes que han sido capaces de dar al mundo las más hermosas manifestaciones de la creatividad humana, por su peculiar forma de encarar la vida, tan alocada, tan encantadora. Y sobre todo por el afecto que siento por los muchos amigos y conocidos que hemos ido haciendo a lo largo del tiempo.

Arlés
 Cruzamos la frontera italiana después de unos días en Arlés. Nunca encuentro palabras para describir las sensaciones que me produce la contemplación de restos romanos y en esta ciudad provenzal salen al paso por todas partes. En la calle te sorprenden los edificios orgullosamente en pie y aún en uso, aunque no con la misma actividad felizmente.

Anfiteatro
 Y en el Museo Departamental del Antiguo Arlés, moderno edificio de Henri Ciriani, que desde 1995 contiene una extraordinaria colección de piezas arqueológicas.


 Guarda también la ciudad una joya del románico del siglo XII, la iglesia de San Trófimo con una portada extraordinaria que bien justifica su consideración como Patrimonio de la Humanidad.


Además tiene Arlés una ubicación  privilegiada a las orillas del majestuoso Ródano que discurre por ella curvando su  cauce camino al mar


y guardando en sus profundidades tesoros ocultos de naufragios pasados, alguno de los cuales te sorprenden  expuestos en el Museo.

Nave Claudicarie 
 ¿Y cómo no rememorar a Van Gogh? Su huella quedó impresa en la ciudad dónde vivió y trabajó en los momentos más difíciles de su complicada vida.                                                                                           

Café la Nuit
Café la Nuit 1888
Bordighera
 Llegué a Bordighera buscando la luz y el color que enamoró a Monet y los encontré. Mis entusiasmadas impresiones ya quedaron expresadas en una entrada anterior. Claude Monet

Cremona
 Después de dos inolvidables días pasados en Bordighera, reemprendimos el viaje camino a Cremona. Dijimos adiós al azul del Mediterráneo desde las maravillosas vistas de los Alpes Marítimos y en las cercanías de Génova nos adentramos por Piamonte en dirección a  Lombardia.  
 Viajar por autopista es rápido, cómodo y seguro, no cabe duda, es más no hay otra forma de recorrer largas distancias. Pero, añoro los viajes por carreteras que atravesaban pueblos y ciudades, aquellos en los que no hacía falta un GPS, en los que bastaba con  un mapa para llegar a tu destino después de infinitas y fáciles paradas en cualquier lugar que se presentaba interesante. Eran otros tiempos. Ahora el paisaje, las ciudades (a las que sólo se puede acceder a través de laberínticas circunvalaciones) y el intenso tráfico discurren a gran velocidad a través de las ventanillas del coche.
 Pienso con tristeza en los lugares que trataba de entrever desde la autopista: Novi Ligure, Tortona, Voghera, Casatisma (donde hicimos una parada en un área de servicio) o Piacenza, en estos tiempos difíciles. Estarán vacíos y silenciosos como todo lo que nos rodea.
Casatisma Lombardia
  Siempre, siempre quedo fascinada al pisar una ciudad italiana. No importa que ya la conozca, aunque no era el caso en esta ocasión.

Portada de la catedral de Cremona
 La sorprendente catedral del siglo XII, en cuya fachada se funden el románico y el gótico con una elegante galería renacentista fue la primera visión de Cremona donde la tarde de nuestra llegada transcurría tranquila y apacible en la Piazza del Comune.


 El Torrazzo, del siglo XIII se levanta dominando orgullosamente, como si pareciera saber que sus 112,27 metros lo convierten en el campanile más alto de Italia.


 Y junto a ambos el Baptisterio del siglo XII, de planta octogonal. Un edificio de ladrillo con su pequeño nartex y varias de sus caras cubierto de mármol

                     
y cuyo interior está cobijado por una bóveda que desde el exterior se aprecia como una cúpula rematada por una linterna por la que penetra la luz precisa para convertirlo en un espacio casi mágico.

 
 La piazza cierra su perímetro con el majestuoso Palazzo del Comune del siglo XIII, actual  Ayuntamiento,   


cuyos patios interiores y las distintas perspectivas de sus fachadas laterales, adquirieron una tono dorado con el caer de la tarde.


 Las iglesias cremonenses, empezando por su catedral, tiene unos interiores verdaderamente suntuosos. Casi todas son de origen románico, pero fueron modificadas en los siglos XVI, XVII  y XVIII y sus paredes y bóvedas, cubiertas de frescos de gran fuerza y expresividad,


sustentan altares de ricos mármoles que decoran todo el perímetro. Cuentan además con espléndidos órganos. Pero debo decir que lo más me impresionó en todas ellas fue su tamaño. Son grandiosas. Creo no haber visto en ningún otro lugar un conjunto de templos tan enormes, y desde luego con unos materiales decorativos tan valiosos.

Ábside de la Catedral de Santa María Assunta


                                                                                                     

 Fuimos descubriendo muchos de ellos, no todos pues la lista es casi interminable, en nuestros tranquilos paseos por las calles de Cremona, donde al parecer el turismo aún no ha llegado en masa  como ocurre en otras ciudades italianas, o en la mía, Sevilla. Es duro imaginar que la tranquilidad de esas calles se haya convertido en vacío y la soledad.
 Visitamos el Oratorio del Loreto, impactante por su arquitectura y riqueza decorativa,



 y San Pedro en Po, realmente fastuosa. Mientras recorríamos las naves en silencio comenzaron a afinar su espectacular órgano que llenó de música el bellísimo espacio.








 Y como olvidar Sant´Agostino, con su fachada modificada en el siglo XVI, que conserva en sus naves laterales sus orígenes medievales 




y que guarda una preciosa pintura de Perugino: La Virgen entronizada entre San Juan Evangelista y San Agustín, que muestra la delicadeza del maestro de Rafael.

 

 Encontramos cerrada iglesia dedicada a los santos Obando y Egisto, así que sólo pudimos contemplar la fachada renacentista de depuradas líneas donde dos nichos, que flanquean la portada, contienen sendas esculturas románicas de los santos titulares.   


 Santa Margarita es más pequeña, pero posee la misma lujosa ornamentación además de unos magníficos frescos en paredes y bóvedas.


  El itinerario que seguíamos en aquella tarde cuya atmósfera era suave y cálida, como de terciopelo, nos llevaba por calles bien trazadas donde se suceden los palacios de soberbias fachadas y elegantes patios donde el ritmo perfecto de sus arcos y columnas, marcaban, y siguen marcando el discurrir de la vida en la ciudad.


Palazzo Trecchi
   Santa Ágata sorprende porque el campanile medieval pone un curioso contrapunto a una fachada neoclásica que preside una bulliciosa plaza donde los coches aparcados junto a la columnata y el pórtico jónico, dan testimonio de que la ciudad está viva, que no es un museo.


Aunque ya habituada a los interiores lujosamente decorados, no dejó de llamar mi atención también en este lugar la riqueza de los mármoles empleados y la obra bellamente ejecutada.

 
 La "zona nueva" por la que nos adentramos a continuación, fue el lugar donde los potentados de los siglos XVI y XVII construyeron sus residencias. Algunas de ellas son  espléndidos y austeros edificios que contrastan con el barroquismo del interior de los templos, aunque tanto unos como otros atestiguan que la ciudad fue desde la Edad Media una de las más ricas y poderosas del norte de Italia.


 Cuando declinaba el día y la luz iba tiñiendo de oro lo que tocaba, nos acercamos a la iglesia de San Luca, una de las más antiguas de la ciudad, que posee una fachada románica, a la que en el siglo XV adosaron un pórtico sostenido por columnas precedidas por leones y en el XVI un pequeño templo octogonal de estilo renacentista. Me encantó el conjunto que forman  ambos edificios. No pudimos acceder al interior.

 
 Siguiendo nuestro paseo descubrimos rincones escondidos y, siempre que fue posible accedimos a los patios porticados de los palacios, para admirar las elegante  galerías y los espacios ajardinados de sus interiores,



mientras volvíamos a la Piazza del Comune donde me sorprendió, tras rodear el inmenso edificio de la catedral, el tamaño de los brazos del crucero. Como ya apreciamos en el interior, constituyen dos iglesias en si mismos. Verdaderamente impresionantes
Brazo norte del Crucero
Brazo sur del crucero
 El brazo sur lo disfrutamos mientras descansábamos y reponíamos fuerzas con un delicioso capuccino.
 Una de las razones que nos llevó a elegir Cremona como estancias intermedia en el viaje a Verona, fue por el papel que  la ciudad tiene en el mundo de la música. Fue la cuna de Claudio Monteverdi, 

Monumento en la Piazza de Roma
que con su Orfeo, fabola in música de 1607, puede considerarse el padre de la ópera.
 No obstante la ciudad es más conocida en el mundo entero porque desde el siglo XVI existe en ella una prestigiosa escuela de lhutiers que tiene sus más prestigiosos representantes en familias como los Amati, los Stradivari o los Guarnieri, pero que continua en la actualidad.

Recreación de un taller
 Sus artesanos utilizaban, y utilizan aún, maderas y técnicas  singulares que hacen que cada uno de los instrumentos de cuerda frotada (violines, violas, violonchelos y contrabajos) que producen tengan una sonoridad única y maravillosa.

Museo del Violín
  En el Pallazo dell´Arte, edificio que se construyó en los años 40 del siglo pasado siguiendo el diseño de Carlo Cocchia, se ubica una maravillosa colección de instrumentos de cuerda que se fue formando con la aportación de diversos coleccionistas particulares. El museo abrió al público en el año 2013.


 La visita constituye una experiencia única. Bajo una tenue luz (nada propicia para la fotografía debo decir) se despliegan en diez salas los instrumentos cuya autoría corresponde a los grandes maestros del pasado, pero donde no faltan las obras de siglos posteriores incluyendo las de aquellos que en la actualidad, venidos de diversos países, realizan el sueño de ver sus instrumentos ganadores del concurso anual que se convoca. Debe ser maravilloso para un lhutier ver su obra expuesta al lado de aquellos que con su arte extraordinario convirtieron en música la madera.

Giussepe Guarnieri
Antonio Stradivari
  La visita al museo tuvo un colofón maravilloso. En el espléndido auditorio que posee, en un pequeño escenario de forma eliptica, con una sonoridad extraordinaria, 


tuvimos la fortuna de asistir a un breve concierto en el que una violinsta, Aurelia Macovei, interpretó con un  stradivarius de 1669 llamado Clisbee, obras de Bach, Corelli, Locatelli, Strauss y Albeniz. Una impresión única e inolvidable.