lunes, 20 de abril de 2020

II En ruta: Sirmione

 En la ruta de Cremona a Verona
Desenzano di Garda
fue obligada la parada en la orilla meridional del Lago di Garda, una zona que no visitamos en el viaje anterior de julio de 2016. Los lagos de Lombadía. Lago di Garda !Qué emocionante volver a contemplar las azules aguas y las montañas en la lejanía! Tras un corto paseo por Desenzano, siguiendo la carretera que discurre paralela a la orilla del lago llegamos a Sirmione.
 Había muchos visitantes y el coche quedó aparcado lejos del centro, así que entre elegantes casas, multitudes (no tan elegantes debo decir al tiempo que me preguntó por qué parece necesario "vestirse de turista" cuando se va de viaje) y hermosos parterres de flores  


recorrimos el istmo de la pequeña península donde está ubicada. A medida que te vas acercando la silueta del castillo, llamado Roca Scaligera, va mostrando sus fuertes murallas y sus torres almenadas. El edificio es una fortaleza medieval construida entre los siglos XIII y XV que además de protegerla, formaba parte de una red defensiva en torno a Verona contra los enemigos milaneses.  Aún hoy para acceder al centro, hay que atravesar su puente levadizo, pues fortaleza y ciudad comparten la misma puerta. 


   Está rodeada por un magnífico foso cuyas aguas fluyen desde el lago

    
al otro lado del cual discurre un paseo muy concurrido con las tranquilas aguas del Garda como único  horizonte.
 El recorrido por el centro histórico nos proporcionó una agradable experiencia.


 Recorrimos las empedradas calles casi vacías, disfrutando de sus casas de piedra, ante algunas de las cuales no pudimos por menos que sonreir.

 
 No tuvimos tiempo para recorrer el pueblo en su totalidad ni visitar sus monumentos, lo que sin duda fue una lástima. Sin embargo en ese tranquilo deambular, cuando se iba acercando la hora de la comida, nos salió al paso un restaurante y sin ninguna referencia accedimos a él 


para encontrar tras el arco que constituye su entrada un precioso lugar


con unas vistas maravillosas al lago.


Todo en él fue un auténtico deleite. Disfrutamos de una deliciosa y refinada y maravillosamente bien servida comida


en un entorno inigualable con el lago como telón de fondo


y la compañía de una familia de patos a la que debe haber llegado la información (no acierto adivinar cómo) que, de todos los componentes del reino animal, ellos son mis preferidos. No sé por qué en castellano se califica de patoso a la persona poco hábil o algo torpe, cuando ellos se desenvuelven con tanta gracia y viveza en la tierra, en el agua y en el aire. Pero bueno, esa es otra cuestión.
 La tierna troupe, bien dirigida por la madre, se acercó a nosotros y yo encantada les estuve lanzando trocitos de pan, en un sitio tan elegante como La Speranzina, ante la mirada sorprendida del resto de los comensales. Fue muy divertido.


 Después de comer caminamos por la orilla ajardinada opuesta al castillo disfrutando de una soleada tarde y de las hermosas vistas antes de emprender el camino de vuelta al aparcamiento.


 Aunque demasiado corta la visita para conocer más lugares de Sirmione, porque teníamos que llegar a Verona a una hora determinada, me llevé de la ciudad una gratísima impresión. 


   Entramos en Verona cuando caía la tarde y una vez instalados en nuestro alojamiento junto al Adigio, que tantas veces cruzaríamos en los días siguientes por el Puente de la Victoria,  



salimos a dar un paseo para ver ponerse el sol sobre esta mágica ciudad.