viernes, 18 de marzo de 2016

Estambul III

Estambul III. Cisterna de la Basílica y Mezquita Azul.

 En Sultanahmet Meydani visitamos otros lugares fascinantes, empezando por la Cisterna de la Basílica, la Yerebatan Sarnici cercana a Santa Sofía. Es toda una experiencia pasear por este lugar bellamente iluminado 


y en el que la música y el sonido del agua se mezclan para producir un efecto casi irreal, mientras te vas desplazando por las pasarelas situadas entre los cientos de columnas que son muestras de la reutilización de materiales, que encontraron y en abundancia, los constructores cuando, hacia el año 532, Justiniano ordenó su edificación para abastecer al cercano Gran Palacio y al resto de la ciudad en caso de que un asedio impidiera la traída del agua a través del acueducto de Valente, construido por este emperador en el siglo IV. 


 La obra revistió tales características que pronto fue conocida también como Yerebatan Sarayi, Palacio Sumergido.
  Las enormes dimensiones del recinto (143x65 metros) no hacen sino acrecentar la impresión de armonía y equilibrio que le dan sus bóvedas

Imagen tomada de Internet
realizadas con ladrillos y hormigón, y sostenidas por doce filas de veintiocho columnas, cuyos capiteles son un muestrario de material de acarreo procedente de todo los lugares del Imperio, como también lo son las propias columnas, entre las que no faltan algunas con un labrado en sus fustes especialmente singular. También, y esta es una de las atracciones del monumento, son de gran interés las dos cabezas de Medusa que actúan de basa en dos de estas columnas, colocadas boca abajo desde luego, para que no puedan ejercer sobre los visitantes sus poderes y nadie quede petrificado en esta sinfonía de arquitectura y agua.



 Pero lo que más me impresionó de la Cisterna es el hecho de que un edificio realizado con un fin eminentemente utilitario (proveer a la ciudad de agua, sobre todo en caso de necesidad, ya que puede albergar alrededor de cien mil metros cúbicos) y con una técnica constructiva tan desarrollada (está rodeada por un muro de más de cuatro metros de espesor realizado con ladrillos y cubiertos con mortero impermeable) sea tan hermoso, proporcionado y elegante.

 Y sin abandonar las inmediaciones de  Sultanahmet,


frente al Hipódromo y en las cercanías de la mezquita Azul, de cuyo complejo formaban parte, se ubica una serie de edificios que son en la actualidad museos, como el de alfombras, llamado Vakiflar y el de Mosaicos y sobre todo uno de gran interés dedicado a las Artes Turcas e Islámicas. No tuvimos oportunidad de visitar ninguno de ellos.
 Sin embargo si pudimos acceder a los  Baños de Roxelana,




que en la actualidad albergan la tienda de alfombras más hermosas que pueda imaginarse, tanto por la belleza de las piezas expuestas como por el propio edificio obra de Sinán, el arquitecto preferido de Solimán, el más poderoso y el más conocido de los sultanes otomanos, que no pudo resistirse a los encantos de una cristiana, Roxelana, al parecer de origen eslavo que fue raptada y llevada al harén real, donde, gracias a su belleza e inteligencia, se convirtió en su verdadero amor y en su esposa favorita. La Haseki Hürrem, pues así era conocida, demostró coraje y habilidades políticas pues consiguió una enorme influencia sobre su marido y, eliminando todos los obstáculos, que uno de sus hijos, Selim, heredara el trono a la muerte de su padre. Y teniendo en cuenta las intrigas dentro y fuera del harén, hay que pensar que fue una mujer que no se detenía ante nada para conseguir sus objetivos.

Obra de Tiziano fechada en 1550

 El edificio diseñado por Sinan, fue construido en una bella combinación de ladrillo y piedra. Es perfectamente simétrico pues las entradas respectivas para hombres y mujeres están situadas en los extremos.


 El cuerpo central está precedido de un elegante pórtico cuyas columnas sostienen estilizados arcos ligeramente apuntados. He de confesar que ante la belleza de las alfombras expuestas en los diferentes espacios, no presté demasiada atención a los interiores. Ahora me arrepiento pues no tuvimos ocasión de entrar en otro hamam.

 Y frente a Santa Sofia, cerrando este prodigioso espacio urbano, eleva sus seis alminares la Sultanahmet Camii, la famosa mezquita Azul. 



 Fue construida a principios del XVII (cuando comenzaba la decadencia otomana, a modo de canto del cisne a mi parecer, pues fue la última de las mezquitas imperiales) por el arquitecto Mehmet Aga, ayudante y discípulo de Sinan, según el encargo del sultán Ahmet I. Ubicada en el lugar que ocupara el Gran Palacio cuando la ciudad era la Constantinopla imperial,

Jean Baptiste van Mour. Obra de finales del siglo XVII
resulta una buena combinación de elementos bizantinos (no en vano está situada frente a Santa Sofía) que se integran con total naturalidad en la arquitectura islámica otomana. Son realmente impresionantes su tamaño, así como la riqueza de los materiales constructivos (piedra y mármoles), pero sobre todo la gran cúpula de 43 metros de altura y más de 23 metros de diámetro apoyada en cuatro enormes pilares a modo de torres que le proporcionan la necesaria estabilidad, 


y sostenida por cuatro grandes semicúpulas que desciende en una cascada de cúpulas menores y que le dan su bellísimo aspecto exterior, sobre todo vista desde el gran patio.



 Posee éste las mismas dimensiones que la sala de oración,
camí, lo que aporta equilibrio al conjunto. Está dicho patio, avlu, circundado por una galería que se abre en elegantes arcos y en cuya cubierta se suceden  treinta pequeñas cúpulas que completan el conjunto.


 En el centro una preciosa, aunque algo diminuta, fuente de abluciones, el
sardivan, que en la actualidad tiene sólo una función ornamental, ya que para el ritual del lavado de pies, se usan fuentes situadas en el exterior.


 La salida desde el patio al
Hipódromo se realiza por una puerta monumental  con  una preciosista decoración de estalactitas en la semicúpula y dos hermosos paneles con motivos caligráficos. 



 En el interior una suntuosa y espectacular decoración de azulejos de Iznik (la antigua Nicea bizantina) que por la superficie de la cúpula y la parte superior de los muros son de un vivo color azul, de ahí el nombre del edificio.


 No obstante desde el punto de vista artístico, son más interesantes los que recubren la parte inferior de los muros y las tribunas, donde preciosos motivos florales (no falta por supuesto el tulipán), cipreses y otros árboles, combinan  el azul con otros delicados colores de entre los que sobresale el verde.



 La luz penetra a raudales  por las 260 ventanas (las vidrieras no son las originales) llenando la sala de un halo místico. Todo es espacio y luz. La vista se recrea en estos elementos porque no hay figuraciones ni representaciones que atraigan la atención.



Eso fue para mí la principal sensación en ésta y en las diversas mezquitas que visitamos. Y me gustó.

               
  La jornada que estoy contando cayó en domingo y en la sala de oración rezaban algunos fieles, pero las calles y plazas de los alrededores estaban llenas de gentes que paseaban en familia mientras jugaban los niños.


 Fue un día perfecto que acabó con un trayecto en el moderno tranvía  hasta el  Puente Gálata, desde el que pudimos contemplar una puesta de sol sobre el Cuerno de Oro de una increíble belleza.



 Y cerca de Eminönü, la cena había de ser forzosamente un estupendo pescado servido con toda la amabilidad de la que los estambulitas son capaces.
 
 En mis notas de aquel 23 de abril de 2006 apunté que a pesar de las maravillas contempladas, lo más destacable y gratificante fue verlas y compartirlas con los habitantes de Estambul disfrutando del espléndido día de fiesta; que esperaba que el país encontrara el sitio que se merecía y que tuviera la oportunidad de desarrollarse al máximo de sus posibilidades. A día de hoy, y visto los acontecimientos, ratifico con todas mis fuerzas esos deseos, que estoy segura comparto con miles de europeos que como yo, se entristecen y se avergüenzan de la deriva que están tomando los acontecimientos, frutos de unas decisiones políticas y económicas que cada vez nos alejan más del ideal que nuestro continente, al menos en teoría, siempre se ha enorgullecido de representar.     


miércoles, 2 de marzo de 2016

Estambul II

Estambul II. Sultanahmet Meydani y Santa Sofía.
 Estambul es una inmensa ciudad que asciende por las colinas a uno y otro lado del Bósforo y a uno y otro lado del Cuerno de Oro,  de cuya dimensión adquieres cierta  idea sólo cuando la contemplas desde las alturas.


 Sus calles están llenas de vida, cientos de personas y también, casi cientos de vendedores ambulantes; negocios de todo tipo (vimos a alguien ganarse la vida con una báscula de baño en el que por unas monedas, pesaba a los transeúntes); restaurantes y cafés y confiterías (inolvidables las delicias turcas, por no mencionar los pistachos o los dulces albaricoques secos); tiendas de lujo y humildes colmados se ubican por todos los rincones y… todo ello aún sin pisar sus grandes  bazares.
 Desde el hotel hasta Sultanahmet, resultaba un agradable e interesante paseo, por eso a veces caminábamos, y a veces, fundamentalmente al regresos, tomábamos el tranvía.  Uno de los caminos discurría por la Beyazit Meydani,


donde se ubica la Universidad (para entrar las estudiantes que lo llevaran tenían que despojarse del pañuelo, pues están prohibidos en las aulas), un edificio del siglo XIX  con una monumental portada, quizá algo pretenciosa para mi gusto, y la mezquita de Bayaceto, la Beyazit Cami de 1506 



primera de las imperiales, que constituía un complejo en donde además existía una madraza, un hospital y otras dependencias. Su cúpula central rodeada por otras menores, sigue el modelo, como casi todas, de Santa Sofía.                               
 El  barrio de Sultanahmet, es uno de los lugares más singulares de Europa por su ubicación y por el patrimonio histórico y cultural que atesora entre sus calles y plazas. Toma su nombre del sultán Ahmet I que fue el promotor de la construcción de la mezquita Azul.
Junto a la plaza del mismo nombre, la Sultanahmet Meydani,


se encuentra lo que queda del famoso Hipódromo de Septimio Severo, un jardín alargado conocido como At Meydani, circundado por una calle que tiene casi el mismo trazado que la línea de la pista por la que corrían los carros, cuyos fanáticos seguidores, divididos en facciones  protagonizaron terribles enfrentamientos no exentos de motivaciones políticas. El más importante fue la llamada Revuelta de Nika en el 532 que costó la vida a treinta mil personas y colocó a Justiniano


como indiscutido e indiscutible dueño del Imperio, hecho al que en gran medida contribuyeron, el general Belisario con su ejército y la emperatriz Teodora




con su coraje, que al parecer en aquellos momentos superó al de su marido. 
 La antigua spina ha desaparecido y en su lugar se alinean: la Columna de Bronce también llamada de Constantino de fecha desconocida y muy deteriorada; la Columna Serpentina que se trasladó a este lugar procedente de Delfos en el 479 a.C. y que se compone de tres serpientes de bronce enroscadas entre sí, cuyas cabezas se han perdido  a excepción de una que se conserva en el Museo Arqueológico;


el Obelisco Egipcio del 1500 a.C. que llegó a Constantinopla procedente de Luxor y que se asienta en una base del siglo IV en la que aparecen tallados Teodosio I y su familia presenciando el espectáculo en la cara principal y otras escenas en las tres restantes, todos ellos bajorrelieves que tienen el estilo esquemático y algo naif de las esculturas del Bajo Imperio.



 En el lugar donde está la Oficina de Turismo, se elevaba otra columna coronada por cuatro magníficos caballos de bronce que hoy están en San Marcos de Venecia, como resultado del paso de los cruzados por la ciudad en el siglo XIII. El último de los monumentos que se despliega en el Hipódromo, es una fuente monumental que conmemora la visita del káiser Guillermo II a Estambul en 1898.
                   
 Los otomanos recurrieron a los alemanes en el siglo XIX para emprender el proceso de modernización que tanto necesitaban.
 Y llegaba el momento de entrar en Haghia Sophia y no tengo palabras para expresar la emoción que su contemplación me produjo. Es uno de los grandes logros artísticos y técnicos de la humanidad que se levantó como un templo dedicado a la Santa Sabiduría de Dios. Sus autores fueron el matemático Artemio de Tralles, y su sobrino el arquitecto Isidoro de Mileto. Recibieron la orden de Justiniano el Grande de levantar la basílica sobre el solar de otras iglesias anteriores. Los trabajos se realizaron entre los años 532 y 537 y esta circunstancia, cuando se analiza, no hace más que aumentar la admiración por el magno edificio.


 Existe el testimonio de Procopio de Cesarea que describió los pormenores de la construcción: los ricos materiales traídos de todas las tierras del Imperio;


la ingente cantidad de trabajadores y artistas; las discusiones de los autores respecto a la construcción…
 La obra fue inaugurada con toda la pompa que cabe imaginar por Justiniano y Eustaquio,  Patriarca de Constantinopla en presencia de la corte y el pueblo. Desde ese momento fue el lugar donde se llevaron a cabo todas las grandes ceremonias imperiales. Poco tiempo después de su inauguración, los terremotos del 553 y del 557 la dañaron seriamente, sobre todo la cúpula, por lo que Isidoro el Joven, sobrino del de Mileto, recibió del emperador el encargo de su restauración, lo que hizo empleando materiales más ligeros, cambiando algunos elementos estructurales para reforzarla  y elevándola hasta los más de 55 metros de la actualidad.



 La conquista otomana transformó la basílica ortodoxa en mezquita, la Ayasofya Cami, según la orden que diera el conquistador Mehmet II, comenzando entonces un proceso por el que se fueron tapando los mosaicos figurativos del siglo IX que cubrían sus muros y se le fueron agregando alminares, tumbas y fuentes hasta adquirir su fisonomía actual.


 No puedo dejar de consignar que, para su reforzamiento, en el edificio también intervino en el siglo XVI, Mimar Sinan, el más grande de los arquitectos otomanos que dejo su extraordinaria obra en Estambul y en otras ciudades del Imperio. Volveremos a él.  
 Y para completar esta breve reseña histórica, durante el mandato de Atatürk, la mezquita se cerró en 1931 y fue abierta cuatro años después como museo y así continúa en la actualidad.  
 A medida que nos acercábamos a Santa Sofía percibía la simbiosis histórica y cultural que ha dado su peculiaridad a la ciudad.


 Tenía que imaginar la austeridad del edificio tal como fue concebido por sus autores: gruesos muros rosados y descoloridos por el tiempo, sujetos por contrafuertes en los lados largos del rectángulo (pues rectangular, como todas las basílicas paleocristianas es la planta), que le dan su aspecto macizo al tiempo que ayudan a soportar el empuje de la gran cúpula, a lo que contribuyen también las dos semicúpulas y la cascada de ábsides escalonados situados en los lados menores… Y todo este primitivo edificio rodeado por las tumbas reales otomanas, rematadas así mismo por cúpulas, y por los cuatro alminares situados en las esquinas. 



 Una vez franqueados el atrio y el nártex, donde contemplas el primer mosaico de un Cristo entronizado ante el que se postra un emperador, fechado entre los siglos IX y X 



accedí impaciente a la basílica propiamente dicha. Tengo que decir que a pesar del enorme y horrible andamio que aún estaba montado cuando la visitamos y que ha permanecido años, la sensación de grandiosidad casi celestial me dejó sin palabras. ¡Qué bien supieron sus autores hacer materia la idea del poder y la gloria de Dios! Porque, la masa del exterior se transforma gracias a la luz que inunda el interior y que penetra por todos los vanos que se distribuyen en la totalidad de los muros de las dos alturas del edificio y en la cúpula.
 En la nave, (en la que los elementos más significativos en la actualidad datan de la época otomana),

Mihrab instalado en el ábside

el espacio terrenal se manifiesta en la planta rectangular, que da paso al celestial a partir de su transformación en círculo, símbolo de la divinidad, materializado en la cúpula. Y hay que decir que es la primera vez en la historia de la arquitectura que se transformaba el espacio (de cuadrado a círculo) gracias a un recurso técnico que idearon los autores, las pechinas, especie de triángulos curvos e invertidos que consiguen el milagro ¡Maravilloso!



Y siempre contemplando sobrecogida la cúpula (con las cuarenta ventanas por las que entra la luz dando la sensación que flota sobre la nave) y admirando las soluciones estructurales que la mantienen en pie: en los lados más largos del rectángulo dos gruesos muros entre fuertes pilares (se prolongan en el exterior por los contrafuertes) se encuentran rematados por dos arcos cegados en los que la luz sigue inundando el interior a través de sus innumerables vanos;


en los lados cortos, los empujes de la cúpula depositados en dos semicúpulas, (una a los pies y otra en la cabecera, constituyendo ésta el ábside cubierto por un inmenso mosaico de la Virgen con el Niño en su regazo)



que a su vez trasladan los empujes a una serie de pequeños ábsides escalonados que los llevan al suelo, en los que a su vez se abren  innumerables ventanas que dejan pasar la luz que de esta forma se convierte en un elemento arquitectónico más. Cuando toda la basílica se encontraba cubierta de mosaicos, los destellos que debían producirse harían sentirse a los fieles en presencia de Dios.



 
 No puedo dejar de mencionar de nuevo la riqueza de los materiales constructivos, su policromía y su disposición para separar los espacios y para elevar sobre el suelo dos amplísimas galerías



apoyadas en preciosas columnas que rematan unos capiteles de dos cuerpos delicadamente labrados, que habrían de copiarse en el futuro y que, lógicamente, se conocen como capiteles bizantinos.


 El dinamismo, la elegancia y la armonía en las proporciones no tienen parangón ¡y teníamos la suerte de contemplarlos con pocas personas alrededor, aunque eso sí, con el andamio…en fin.


 Quedan pocos mosaicos pues los originales sufrieron las consecuencias del periodo iconoclasta que duró más de un siglo (726-843) y durante el cual se prohibió la representación de las imágenes sagrada para no caer en la idolatría. Por esa razón la mayoría de los que encontraron los otomanos tras la conquista, eran posteriores al siglo IX, y como no podía ser de otro modo, cuando se convirtió en mezquita fueron destruidos o, con mejor suerte cubiertos. Hoy quedan algunas espléndidas muestras de los mismos en distintos espacios: además del ya citado del nártex, el del llamado Vestíbulo de los Guerreros


en la fachada meridional, que representa a la Virgen entre Constantino y Justiniano postrados ante ella:




y también en la galería meridional el de la Deesis, muy deteriorado pero con una de las más hermosas representaciones de Cristo  Pantocrátor entre la Virgen y San Juan.



 

 En el último tramo de la galería septentrional se hallan dos mosaicos. En el primero aparece la Virgen con el Niño en su regazo, representación llamada Theotokos (trono de Cristo), flanqueada por el emperador Juan II Comneno y la emperatriz Irene, imbuidos de hierática majestad y ricamente engalanados,

  
y junto a éste,

otro de las mismas características en el que aparece Cristo entre Constantino IX y la  emperatriz Zoé,  vestidos con la misma opulencia que los anteriores.  


       
 Las pechinas contienen con mosaicos que representan serafines de seis alas y de los cuatro grandes pilares  cuelgan tondos negros con motivos caligráficos dorados. 

Imagen tomada de Internet.
  Decir que salí feliz de Santa Sofía es decir poco. Y aún quedaban muchos tesoros por descubrir en Sultanahmet Meydani.