2 Los lagos de Lombardía.
Lago di Como.
¡Por
fin los lagos alpinos italianos!
De buena mañana comenzamos
el recorrido por el brazo sureste, del que toma el nombre de la ciudad de Como, llamado por los antiguos romanos lago Lario.
En este punto se conoce también como Lago di Lecco, pues esta ciudad industrial se asienta en
sus orillas. Lecco, cercana a Moggio, era paso obligado en nuestros
desplazamientos hacia el norte. Quizá su principal atractivo, además de ser
la cuna del escritor Alessandro Manzoni,
lo constituyen las maravillosas vistas sobre el lago y las hermosas
mansiones situadas en sus orillas.
El
sol brillaba, aunque había amanecido lloviendo, y siempre con las brillantes
aguas y las impresionantes montañas,
continuamos el camino entre el verde
de los bosques y los colores variopintos de los pueblos que jalonan sus
orillas. Verdaderamente emocionada, como no podía ser menos, en una de las
paradas que hicimos para contemplar el paisaje desplegado ante nuestra vista, no pude resistir la tentación de mojarme los pies. Bien hubiera podido darme un baño (en aquellas horas de la mañana tal vez demasiado refrescante) pues son muchos las playas que los
habitantes del lago aprovechan para tal fin.
La
ruta, por la orilla izquierda y entre las altas montañas, nos llevó hasta Bellagio, que se encuentra situada justo en el punto donde los dos brazos de la vertiente sur del lago se unen y éste adquiere su mayor
anchura. No supuso ningún esfuerzo
para mi imaginación, a pesar de que había más turistas de lo que era deseable (tengo que pedir disculpas por lamentarme siempre por eso, no está bien, pero...) trasladarme al elegante centro de vacaciones que fue a finales del siglo XIX y en el primer tercio del XX.
Todavía conserva ese halo de la Belle Époque en sus hoteles y
restaurantes,
y por lo que pude observar, pese a los visitantes de grupo,
continúa siendo un lujoso centro turístico.
El pueblo se encarama montaña arriba
desde el paseo paralelo a la
orilla. Allí, en un precioso hotel, el
Metropol,
comimos maravillosamente, a
lo que contribuyeron el emplazamiento, el propio lugar y la increíble comida (es inconcebible, por nuestra experiencia, que alguien pueda afirmar que en Italia
sólo se comen pizza y espaguetis).
Luego un paseo contemplando el panorama
natural, las elegantes tiendas, las lujosas villas… hasta llegar al
Gran
Hotel
que conserva todo el esplendor de esas épocas, de grandes
injusticias sociales y de terrible inestabilidad política que desembocaron en dos de las mayores tragedias (no las únicas desgraciadamente), que ha vivido Europa, bien lo sé, pero… a veces necesito
obviar esas circunstancias y soñar con ese tiempo feliz (para los que tuvieron
la suerte de vivirlo así, naturalmente) donde prevalecía la elegancia, el refinamieto y los buenos modales. Por no hablar de la moda, porque, puestos a ser frívolos…
En
el cinematográfico embarcadero (muchas películas se han rodado allí)
tomamos un transbordador que nos llevó a la
orilla opuesta. Veíamos alejarse la hermosa vista de Bellagio
al tiempo que nos acercábamos al embarcadero de
Cadenabbia,
otro precioso lugar donde pudimos disfrutar de un
relajante paseo, contemplando un panorama que no me cansaría de admirar en todo
el viaje, siempre con las aguas y las impresionantes montañas alpinas de fondo.
El
recorrido siempre hacia el norte por la SS340, dejando atrás los bellos pueblos
que desde las orillas suben por las faldas de las montañas, nos llevó hacia el
río Mera, que en el pequeño pueblo
de Sorico une los lagos Como y Mezzola.
¡Cuánta agua y qué belleza! Esos pensamientos me acompañaban cuando iniciamos el camino hacia el sur atravesando
el río Adda, el gran afluente del Po, y nos alejamos del lago buscando Moggio.
Otro día (que amaneció espléndido en nuestras montañas), fue necesario para visitar la ciudad de Como,
pues son muchos los kilómetros de orillas que tiene esa curiosa Y invertida (también podía ser una esbelta figura danzante debida a un artista de vanguardia) que constituye la forma del lago.
Como, la
antigua Novum Comun de Julio
César, donde nacieron en el siglo I Plinio
el Viejo y Plinio el Joven y en
el XVIII Alessandro Volta, y que yo tanto deseaba conocer. Tengo que decir
que, en un principio, constituyó una no muy positiva impresión. Hacía un
tremendo calor (pasaríamos ese y otros días un calor tan enorme que me parecía que lo habíamos llevado con nosotros desde Andalucía), por todos lados grupos de turistas casi imposibilitaban el paso
y si a eso unimos las obras que tenían cortado el acceso al embarcadero y que
hacían intransitable el Lungolario, creo que mi desilusión,
cuando dejamos el coche cerca de la vieja estación de ferrocarril, estaba más
que justificada. Huyendo del bullicio de la Palza Cavour
nos adentramos por calles cada vez más solitarias, y, todo cambió cuando de forma inesperada apareció la catedral. La
impresión inicial estaba olvidada.
El
hermoso edificio que contempla el visitante con los mil matices del
mármol blanco, comenzó a construirse a finales del siglo XIV y en el exterior, en sus bellas fachadas, combina
a la perfección elementos góticos y renacentistas.
En la principal aparecen representados los dos Plinios y sobre la portada central, un arco de medio punto que encierra en su interior un bellísimo relieve
de la Adoración de los Magos. Sobre él una galería de figuras dentro de en un arco ciego, y en el ascenso hacia la cubierta, el gran rosetón.
Todo el armonioso conjunto constituye un muestrario renacentista de esculturas y elementos decorativos de una perfecta
y elaborada ejecución.
El
interior de naves góticas, es de una deslumbrante belleza, por la proporción de
éstas y por los frescos que decoran las bóvedas de crucería,
por no mencionar
las pinturas y el majestuoso órgano. Y como colofón una increíble cúpula
barroca debida al turinés Juvara, que
completó la obra en el XVIII.
Bajo ella se encuentra un elegante ábside que alberga el altar principal.
Tengo
que confesar que no tenía noticia de esta hermosa catedral (la
sorpresa fue doblemente grata) que prueba el poder económico de la ciudad que
tenía su principal actividad en la industria de la seda y que mantuvo con la cercana Milán una relación algo ambigua.
Adosado al edificio catedralicio se encuentra el Ayuntamiento, el Broletto
adornado con
franjas blancas, rosas y grises, con soportales en la planta baja y hermosos
vanos triples en la primera, donde no faltan los característicos arquillos del románico lombardo. Formando parte del conjunto, elevándose por encima de él, la torre siempre presente en el palazzo dei comune italiano. Ambas
obras son del siglo XIII.
Y cerca, interesante por el contraste, las
líneas simples y armoniosas de la fachada pintada de amarillo ocre, que data siglo XVI, de la iglesia medieval de San Giacomo, a la que no pudimos acceder, como bien puede apreciarse en la imagen.
Cuando
terminamos el recorrido por la Piazza del Duomo y sus alrededores, el panorama había
cambiado por completo: el calor se había reducido considerablemente; quedaban
pocos grupos de turistas por la calle y vinimos a desembocar, después de
atravesar los jardines del lujoso y elegante Palace Hotel,
|
Imagen tomada de Internet |
a las orillas del lago, desde donde se nos ofreció una preciosa imagen de la ciudad cobijada por las montañas.
En
cada viaje de regreso a Moggio, podíamos comprobar cómo la zona cercana a Lecco,
está salpicada de lagos: Pusiano,
Annone, Garlate…
que constituyen a pequeña escala, una paisaje tan
encantador como el del gran Como. Pasado
Lecco, de nuevo las montañas, aunque
los largos túneles hacían la vuelta más liviana y sobre todo porque sabía que un
siempre cambiante paisaje nos esperaba delante de la ventana.