jueves, 30 de marzo de 2017

3 Los lagos de Lombardía. Garda

3. Los lagos de Lombardía. 
Lago di Garda.
 No es del todo correcto el encabezamiento de esta entrada, pues el lago más grande de los italianos (368 kms cuadrados, 51 kms de longitud y 17 de anchura) se extiende por tres regiones: Véneto al sur y al este; Trentino al norte y Lombardía, que fue desde donde accedimos a él, al oeste.



 Pero volviendo a su tamaño, he de decir que su visión me dejo anonadada. ¡No podía creer que fuera tan inmenso! Sí, ya sé que alguien podría hablarme de los lagos americanos, de los africanos, por no mencionar el Baikal,  es verdad,  pero… a ésos sólo los he visto en los mapas. 
 Sin embargo tengo una referencia que puede servir para comprenderme. Un paisaje muy familiar para mí es el de la costa marroquí desde las playas de Cádiz, y allí mi vista alcanza, cuando el poniente lo permite, todo su trazado.

Vista de Marruecos desde Barbate (Cádiz) 
Eso es imposible cuando diriges la mirada hacia el norte del Garda. Es un mar interior. Un precioso mar interior que aunque recorrimos en una mínima parte ha dejado en mí una inolvidable impresión.

                        

 La primera visión del lago la tuvimos desde el pueblo de Desenzano di Garda, desde allí, viajando junto a la orilla, por el Lido di Lonato contemplamos las playas


y los concurridos centros de vacaciones muy parecidos a los que se pueden encontrar en cualquier playa del Mediterráneo, aunque a decir verdad, villas y hoteles tan elegantes, tan fin de siècle,  no proliferan de ese modo en la mayoría de las costas, salvo algunas muy especiales.



 El almuerzo lo hicimos cerca a Saló, en la terraza de un restaurante al aire libre, que nos permitía una espléndida vista del lago; de las montañas; de los pintorescos pueblos que se despliegan en sus faldas cubiertas por altos cipreses,





y desde luego de la ciudad un poco más alejada. En ese momento no pude por menos que pensar (me vino a la mente la República de Saló) que, a pesar de que yo ingenuamente crea todavía que la belleza y el arte salvan al hombre de la barbarie, tristemente no es cierto. ¡Qué terrible situación vivía este país que tanto amo, cuando tuvo lugar esa perversa proclamación. 



 Después de una sobremesa que podíamos haber prolongado indefinidamente pues costaba un gran esfuerzo abandonar aquel lugar privilegiado,


continuamos hasta Toscalano Maderno. Cerca del embarcadero se levanta la iglesia parroquial del siglo XII dedicada a Sant´Andrea,
                               
                             

joya románica tanto por el edificio como por las esculturas y los frescos.
 La visita fue rápida pues tuvimos que tomar el transbordador que nos llevó a la orilla opuesta.


La travesía que dura veinte minutos,


da una idea del tamaño del lago, teniendo en cuenta además que no discurre por la zona de mayor anchura.


 Ya en el Veneto, desembarcamos Torri del Benaco, con el castillo Scaligiero, del siglo XIV, aunque hay que buscar sus orígenes en una fortaleza que hubo en este lugar en época romana. Me encantaron las murallas con las características almenas guibelinas llamadas de “cola de golondrina”. Restaurado en el siglo XX, alberga en la actualidad un museo etnográfico.


  Y continuando por esta “ruta de las maravillas” dejando atrás las altas montañas que se abren en el norte, pasamos por Garda y Bardolino antes de llegar a Lazice con un castillo, también llamado Scaligiero, pues hay que tener en cuenta que desde 1260 a 1387 los Scaligieri constituyeron una noble familia que gobernó Verona y sus territorios, de los que la ciudad guarda memoria y conserva unas espléndidas tumbas góticas de las que hablo en una entrada dedicada a esa ciudad. Este castillo data del siglo XIV y se encuentra adosado a las murallas de la ciudad. 

Imagen tomada de Internet

 Conocí en Lazice un hecho que, como no podría ser de otro modo, me interesó sobremanera, pues resulta que fue esta ciudad el primer municipio libre en territorio italiano por privilegio concedido en el siglo X por el emperador Otón II.
 En Peschiera del Garda, cruzamos el río Mincio, emisario del lago y afluente del Po y con pena, pues el lugar es tan especial que necesitaría mucho tiempo para explorarlo siquiera someramente, nos alejamos del Garda, aunque la siguiente etapa del viaje tampoco podía dejarme indiferente ni mucho menos, pues nos dirigimos a Mantua, pero eso será otra entrada cuando finalice el itinerario lacustre y comience el de las ciudades.
No, no visitamos Sirmione, y sí, tengo que volver para hacerlo.           

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miércoles, 22 de marzo de 2017

2 Los lagos de Lombardía. Como

2 Los lagos de Lombardía.
Lago di Como.
¡Por fin los lagos alpinos italianos!


De buena mañana comenzamos el recorrido por el brazo sureste, del que toma el nombre de la ciudad de Como, llamado por los antiguos romanos lago Lario.



 En este punto se conoce también como Lago di Lecco, pues esta ciudad industrial se asienta en sus orillas. Lecco, cercana a Moggio, era paso obligado en nuestros desplazamientos hacia el norte. Quizá su principal atractivo, además de ser la cuna del escritor Alessandro Manzoni, lo constituyen las maravillosas vistas sobre el lago y las hermosas mansiones situadas en sus orillas.



 El sol brillaba, aunque había amanecido lloviendo, y siempre con las brillantes aguas y las impresionantes montañas,



continuamos el camino entre el verde de los bosques y los colores variopintos de los pueblos que jalonan sus orillas. Verdaderamente emocionada, como no podía ser menos, en una de las paradas que hicimos para contemplar el paisaje desplegado ante nuestra vista, no pude resistir la tentación de mojarme los pies. Bien hubiera podido darme un baño (en aquellas horas de la mañana tal vez demasiado refrescante) pues son muchos las playas que los habitantes del lago aprovechan para tal fin.



 La ruta, por la orilla izquierda y entre las altas montañas, nos llevó hasta Bellagio, que se encuentra situada justo en el punto donde los dos brazos de la vertiente sur del lago se unen y éste adquiere su mayor anchura. No supuso ningún esfuerzo para mi imaginación, a pesar de que había más turistas de lo que era deseable (tengo que pedir disculpas por lamentarme siempre por eso, no está bien, pero...) trasladarme al elegante centro de vacaciones que fue a finales del siglo XIX y en el primer tercio del XX. Todavía conserva ese halo de la Belle Époque en sus hoteles y restaurantes,


y por lo que pude observar, pese a los visitantes de grupo, continúa siendo un lujoso centro turístico. El pueblo se encarama montaña arriba


desde el paseo paralelo a la orilla. Allí, en un precioso hotel, el Metropol,



comimos maravillosamente, a lo que contribuyeron el emplazamiento, el propio lugar y la increíble comida (es inconcebible, por nuestra experiencia, que alguien pueda afirmar que en Italia sólo se comen pizza y espaguetis).


Luego un paseo contemplando el panorama natural, las elegantes tiendas, las lujosas villas… hasta llegar al Gran Hotel




que conserva todo el esplendor de esas épocas, de grandes injusticias sociales y de terrible inestabilidad política que desembocaron en dos de las mayores tragedias (no las únicas desgraciadamente), que ha vivido Europa, bien lo sé, pero… a veces necesito obviar esas circunstancias y soñar con ese tiempo feliz (para los que tuvieron la suerte de vivirlo así, naturalmente) donde prevalecía la elegancia, el refinamieto y los buenos modales. Por no hablar de la moda, porque, puestos a ser frívolos…    
En el cinematográfico embarcadero (muchas películas se han rodado allí)


tomamos un transbordador que nos llevó a la orilla opuesta. Veíamos alejarse la hermosa vista de Bellagio



al tiempo que nos acercábamos al embarcadero de Cadenabbia, 


otro precioso lugar donde pudimos disfrutar de un relajante paseo, contemplando un panorama que no me cansaría de admirar en todo el viaje, siempre con las aguas y las impresionantes montañas alpinas de fondo.






 El recorrido siempre hacia el norte por la SS340, dejando atrás los bellos pueblos que desde las orillas suben por las faldas de las montañas, nos llevó hacia el río Mera, que en el pequeño pueblo de Sorico une los lagos Como y Mezzola.

 

¡Cuánta agua y qué belleza! Esos pensamientos me acompañaban cuando iniciamos el camino hacia el sur atravesando el río Adda, el gran afluente del Po,  y nos alejamos del lago buscando Moggio. 

 Otro día (que amaneció espléndido en nuestras montañas), fue necesario para visitar la ciudad de Como,


pues son muchos los kilómetros de orillas que tiene esa curiosa Y invertida (también podía ser una esbelta figura danzante debida a un artista de vanguardia) que constituye la forma del lago.



Como, la antigua
Novum Comun de Julio César, donde nacieron en el siglo I Plinio el Viejo y Plinio el Joven y en el XVIII Alessandro Volta,  y que yo tanto deseaba conocer. Tengo que decir que, en un principio, constituyó una no muy positiva impresión. Hacía un tremendo calor (pasaríamos ese y otros días un calor tan enorme que me parecía que lo habíamos llevado con nosotros desde Andalucía), por todos lados grupos de turistas casi imposibilitaban el paso y si a eso unimos las obras que tenían cortado el acceso al embarcadero y que hacían  intransitable el Lungolario, creo que mi desilusión, cuando dejamos el coche cerca de la vieja estación de ferrocarril, estaba más que justificada.  Huyendo del bullicio de la Palza Cavour 




nos adentramos por calles cada vez más solitarias, y, todo cambió cuando de forma inesperada apareció la catedral. La impresión inicial estaba olvidada.
  

El hermoso edificio que contempla el visitante con los mil matices del mármol blanco, comenzó a construirse a finales del siglo XIV y en el exterior, en sus bellas fachadas, combina a la perfección elementos góticos y renacentistas.


En la principal  aparecen representados los dos Plinios y sobre la portada central, un arco de medio punto que encierra en su interior un bellísimo relieve de la Adoración de los Magos. Sobre él una galería de figuras dentro de en un arco ciego, y en el ascenso hacia la cubierta, el gran rosetón. 


 Todo el armonioso conjunto constituye un muestrario renacentista de esculturas y elementos decorativos de una perfecta y elaborada ejecución.
 El interior de naves góticas, es de una deslumbrante belleza, por la proporción de éstas y por los frescos que decoran las bóvedas de crucería,



por no mencionar las pinturas y el majestuoso órgano. Y como colofón una increíble cúpula barroca debida al turinés Juvara, que completó la obra en el XVIII.



Bajo ella se encuentra un elegante ábside que alberga el altar principal. 





 Tengo que confesar que no tenía noticia de esta hermosa catedral (la sorpresa fue doblemente grata) que prueba el poder económico de la ciudad que tenía su principal actividad en la industria de la seda y que mantuvo con la cercana Milán una relación algo ambigua.   
 Adosado al edificio catedralicio se encuentra el Ayuntamiento, el Broletto



adornado con franjas blancas, rosas y grises, con soportales en la planta baja y hermosos vanos triples en la primera, donde no faltan los característicos arquillos del románico lombardo. Formando parte del conjunto, elevándose por encima de él, la torre siempre presente en el palazzo dei comune italiano. Ambas obras son del siglo XIII.



Y cerca, interesante por el contraste, las líneas simples y armoniosas de la fachada pintada de amarillo ocre, que data  siglo XVI, de la iglesia medieval de San Giacomo, a la que no pudimos acceder, como bien puede apreciarse en la imagen.



 Cuando terminamos el recorrido por la Piazza del Duomo y sus alrededores, el panorama había cambiado por completo: el calor se había reducido considerablemente; quedaban pocos grupos de turistas por la calle y vinimos a desembocar, después de atravesar los jardines del lujoso y elegante Palace Hotel,  

Imagen tomada de Internet
a las orillas del lago, desde donde se nos ofreció una preciosa imagen de la ciudad cobijada por las montañas.
 En cada viaje de regreso a Moggio, podíamos comprobar cómo la zona cercana a Lecco, está salpicada de lagos: Pusiano, Annone, Garlate…


que constituyen a pequeña escala, una paisaje tan encantador como el del gran Como. Pasado Lecco, de nuevo las montañas, aunque los largos túneles hacían la vuelta más liviana y sobre todo porque sabía que un siempre cambiante paisaje nos esperaba delante de la ventana.


  

domingo, 12 de marzo de 2017

1 De Francia a Italia

Impresiones italianas.
Segunda parte. Julio de 2016.

1 De Francia a Italia.
 Habían sido tantas las cosas  que habíamos dejado atrás en nuestro viaje de la primavera de 2014, que decidimos volver al norte de Italia el pasado verano. En esta ocasión, el camino por carretera lo hicimos vía Francia, atravesando el siempre hermoso paisaje del Languedoc-Rosellón, con sus bacines, que se extienden paralelos a la carretera, el Mediterráneo que se adivina tras ellos, y la Provenza.  
 Hicimos la primera parada en Orange, y en esta nueva visita, tampoco dejé de sorprenderme ante el magnífico espectáculo que ofrece el teatro romano del siglo I


(tendré que empezar ya a contar las impresiones francesas) que por conocido, nunca deja de maravillarme, al igual que el espléndido arco de triunfo de la misma época.


  A partir de aquí una ruta nueva que atravesando un precioso paisaje de viñedos y campos de lavanda y que pronto empezó a discurrir paralela al río Eygues, 




entre montañas arboladas teñidas del amarillo de las retamas que la flanquean, con la visión en la lejanía de los Alpes, nos llevó hasta Gap.






 Apenas un paseo al atardecer por el centro histórico me dejo una agradable impresión de esta pequeña ciudad de provincias. Es la capital departamental de Francia situada a mayor altura, posee un pequeño y cuidado centro histórico y una catedral del siglo XIX neorrománica.


 Y una particularidad: las calles aparecen nombradas en francés y en provenzal, la antigua y dulce  lengua d´oc con la que los trovadores cantaban el amor a sus damas allá en la Edad Media. 




Desde Gap, el camino nos llevaría a Moggio el pequeño pueblo de la provincia de Lecco, en la Lombardia, que constituía nuestro destino. Mientras tanto, el viaje fue un maravilloso recorrido en el que los Alpes estuvieron siempre presentes.
 A poca distancia de Gap, se encuentra el lago de Serre-Ponçon que


despliega un extraordinario paisaje que veríamos repetido, aunque distinto y siempre hermoso, en los lagos alpinos de Italia, principal, aunque no único, objetivo del viaje. Me faltó naturaleza en el anterior.
 La lámina de agua tenía un brillante color turquesa y las orillas eran bosques que se encaramaban por las faldas de las montañas. En medio había una pequeña isla y por doquier barcos, pequeñas cabañas, franceses de vacaciones...Tengo la impresión que son ellos los primeros que saben  disfrutar de la espléndida belleza con la que ha sido dotado su país.

 Hasta Briançon el camino discurría entre los ríos Couleau y Durance, el primero buscando al segundo, y éste al impresionante y majestuoso Ródano. ¡Qué espléndidos son los ríos en Francia! Siempre experimento cierta envidia, mayor en esta ocasión, pues apenas un día antes habíamos recorrido las desérticas tierras del Levante español.        
 Desde la carretera pudimos ver las fortificaciones construidas por Vauban a principios del XVIII para defender Briançon, el pueblo más alto de Europa, uno de los más importantes pasos a Italia, que se encuentra en la ruta del Col de Montgénevre, en la N94. De esta carretera (no autovía, aclaro) tengo que decir que me causó algo más que impresión.

Imagen tomada de Internet
 Sube y baja en curvas imposibles entre desfiladeros, bosque, pequeños valles, cursos de agua… de una belleza que no dejé de contemplar a pesar del miedo: mi mano no se despegó del asidero del asiento del coche y así era difícil tomar una sola fotografía. 
 De este modo, mezclando pavor y admiración casi a partes iguales, llegamos a la frontera, abandonando Francia por el pequeño pueblo de Montgènevre, entrando en Italia por Cesana Torinese,  y siempre con las altas cumbres de los Alpes como protagonistas


 En tierras italianas el camino discurre por una autopista, de ese modo las montañas están horadadas por túneles que hacen el recorrido más cómodo, pero desde luego menos bonito y "emocionante", aunque cuando se sale de algunos de ellos se comprueba que las cumbres son, si cabe, más altas que en el lado francés.
 Luego la Llanura Padana en dirección a Turín y Milán, y después de comprobar la cantidad desmesurada de coches que una autopista puede contener en las primeras horas de la tarde, nos alejamos de ella, buscando otra vez las montañas, camino a Moggio.  



 La vista que desde la casa se desplegó ante nosotros era maravillosa. Quedé fascinada. Hay que considerar que 


nuestro entorno habitual, el Valle del Guadalquivir, es llano y seco la mayor parte del año, y aunque no se puede negar su belleza, sobre todo en la temprana y corta primavera, antes de que los calores de mayo comiencen a teñirlo del color pajizo de las plantas agostadas y del pardo de la tierra desnuda tras la recogida de las cosechas, yo prefiero la frescura del verde, la impresión del bosque y de las altas montañas que estaban en ese momento, casi al alcance de la mano desde la ventana y que cada día se manifestaban cambiantes y distintas según la hora. Constituían una visión que necesariamente tenía que producirme una intensa emoción.




 Moggio es un pueblo turístico y de vacaciones para los milaneses que en temporada baja tiene unos 500 habitantes. Hicimos algunas excursiones a pie por los alrededores, disfrutando de sus espectaculares, frescos y relajantes paisajes. Las montañas están cubiertas de vegetación y a pesar de la altura no presentan la visión dramática de la roca desnuda.




 Sería Moggio el lugar desde donde nos desplazaríamos para conocer nuevos paisajes y algunas ciudades que quedaron pendientes en el viaje anterior.