domingo, 12 de marzo de 2017

1 De Francia a Italia

Impresiones italianas.
Segunda parte. Julio de 2016.

1 De Francia a Italia.
 Habían sido tantas las cosas  que habíamos dejado atrás en nuestro viaje de la primavera de 2014, que decidimos volver al norte de Italia el pasado verano. En esta ocasión, el camino por carretera lo hicimos vía Francia, atravesando el siempre hermoso paisaje del Languedoc-Rosellón, con sus bacines, que se extienden paralelos a la carretera, el Mediterráneo que se adivina tras ellos, y la Provenza.  
 Hicimos la primera parada en Orange, y en esta nueva visita, tampoco dejé de sorprenderme ante el magnífico espectáculo que ofrece el teatro romano del siglo I


(tendré que empezar ya a contar las impresiones francesas) que por conocido, nunca deja de maravillarme, al igual que el espléndido arco de triunfo de la misma época.


  A partir de aquí una ruta nueva que atravesando un precioso paisaje de viñedos y campos de lavanda y que pronto empezó a discurrir paralela al río Eygues, 




entre montañas arboladas teñidas del amarillo de las retamas que la flanquean, con la visión en la lejanía de los Alpes, nos llevó hasta Gap.






 Apenas un paseo al atardecer por el centro histórico me dejo una agradable impresión de esta pequeña ciudad de provincias. Es la capital departamental de Francia situada a mayor altura, posee un pequeño y cuidado centro histórico y una catedral del siglo XIX neorrománica.


 Y una particularidad: las calles aparecen nombradas en francés y en provenzal, la antigua y dulce  lengua d´oc con la que los trovadores cantaban el amor a sus damas allá en la Edad Media. 




Desde Gap, el camino nos llevaría a Moggio el pequeño pueblo de la provincia de Lecco, en la Lombardia, que constituía nuestro destino. Mientras tanto, el viaje fue un maravilloso recorrido en el que los Alpes estuvieron siempre presentes.
 A poca distancia de Gap, se encuentra el lago de Serre-Ponçon que


despliega un extraordinario paisaje que veríamos repetido, aunque distinto y siempre hermoso, en los lagos alpinos de Italia, principal, aunque no único, objetivo del viaje. Me faltó naturaleza en el anterior.
 La lámina de agua tenía un brillante color turquesa y las orillas eran bosques que se encaramaban por las faldas de las montañas. En medio había una pequeña isla y por doquier barcos, pequeñas cabañas, franceses de vacaciones...Tengo la impresión que son ellos los primeros que saben  disfrutar de la espléndida belleza con la que ha sido dotado su país.

 Hasta Briançon el camino discurría entre los ríos Couleau y Durance, el primero buscando al segundo, y éste al impresionante y majestuoso Ródano. ¡Qué espléndidos son los ríos en Francia! Siempre experimento cierta envidia, mayor en esta ocasión, pues apenas un día antes habíamos recorrido las desérticas tierras del Levante español.        
 Desde la carretera pudimos ver las fortificaciones construidas por Vauban a principios del XVIII para defender Briançon, el pueblo más alto de Europa, uno de los más importantes pasos a Italia, que se encuentra en la ruta del Col de Montgénevre, en la N94. De esta carretera (no autovía, aclaro) tengo que decir que me causó algo más que impresión.

Imagen tomada de Internet
 Sube y baja en curvas imposibles entre desfiladeros, bosque, pequeños valles, cursos de agua… de una belleza que no dejé de contemplar a pesar del miedo: mi mano no se despegó del asidero del asiento del coche y así era difícil tomar una sola fotografía. 
 De este modo, mezclando pavor y admiración casi a partes iguales, llegamos a la frontera, abandonando Francia por el pequeño pueblo de Montgènevre, entrando en Italia por Cesana Torinese,  y siempre con las altas cumbres de los Alpes como protagonistas


 En tierras italianas el camino discurre por una autopista, de ese modo las montañas están horadadas por túneles que hacen el recorrido más cómodo, pero desde luego menos bonito y "emocionante", aunque cuando se sale de algunos de ellos se comprueba que las cumbres son, si cabe, más altas que en el lado francés.
 Luego la Llanura Padana en dirección a Turín y Milán, y después de comprobar la cantidad desmesurada de coches que una autopista puede contener en las primeras horas de la tarde, nos alejamos de ella, buscando otra vez las montañas, camino a Moggio.  



 La vista que desde la casa se desplegó ante nosotros era maravillosa. Quedé fascinada. Hay que considerar que 


nuestro entorno habitual, el Valle del Guadalquivir, es llano y seco la mayor parte del año, y aunque no se puede negar su belleza, sobre todo en la temprana y corta primavera, antes de que los calores de mayo comiencen a teñirlo del color pajizo de las plantas agostadas y del pardo de la tierra desnuda tras la recogida de las cosechas, yo prefiero la frescura del verde, la impresión del bosque y de las altas montañas que estaban en ese momento, casi al alcance de la mano desde la ventana y que cada día se manifestaban cambiantes y distintas según la hora. Constituían una visión que necesariamente tenía que producirme una intensa emoción.




 Moggio es un pueblo turístico y de vacaciones para los milaneses que en temporada baja tiene unos 500 habitantes. Hicimos algunas excursiones a pie por los alrededores, disfrutando de sus espectaculares, frescos y relajantes paisajes. Las montañas están cubiertas de vegetación y a pesar de la altura no presentan la visión dramática de la roca desnuda.




 Sería Moggio el lugar desde donde nos desplazaríamos para conocer nuevos paisajes y algunas ciudades que quedaron pendientes en el viaje anterior.  

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