martes, 21 de julio de 2015

Padua

 5 Padova, Veneto. El Giotto, otras pinturas al fresco y el Gatamelatta.

 El viaje entre Bolonia y Padua transcurre por la llanura veneto-padana, por los cauces de los ríos Adigio y Po de Bolano. Habituados como llevábamos varios días al paisaje sin alturas, quedé sorprendida cuando de forma abrupta aparecieron las Colinas Eugeneas, antiguos volcanes ahora cubiertos de vegetación que desde tiempos romanos han constituido, por sus manantiales de agua caliente, una zona balnearia que continua en la actualidad. Desde el tren sólo se divisan algunas de ellas, pero todo el conjunto alcanza una hermosa y extensa área de veinte kilómetros de longitud por diez de anchura.

  
  Y con esta novedad llegamos a nuestro destino. Padua es una bellísima ciudad unida a Venecia por el Canal del Brenta y por la tradición artística y cultural. Sede de una antigua universidad (1222) donde Galileo, entre otros grandes sabios, impartió sus saberes, los estudiantes siguen dando ambiente y color a sus calles y plazas flanqueadas de magníficos palacios y animadas por mercados de variopintas especialidades.
 El tránsito de la gran y ruidosa estación al Parque de la Arena, te va preparando mentalmente para las maravillosas experiencias estéticas que te aguardan. El hermoso puente que atraviesa el Canal de Brenta 



te sitúa en el propio parque, antiguo anfiteatro, que ocupa  sus orillas,


donde los fragantes magnolios


comparten espacio con el Museo Cívico Eremitani, que posee completas colecciones de pintura y escultura renacentista, de piezas arqueológicas romanas de gran interés, y de numismática. Visitamos este interesante museo después de la preciosa iglesia de los Eremitani, que constituyó para mí una maravillosa experiencia que no esperaba.


 Se trata de una joya gótica de finales del siglo XIII con hermosa portada en la que destaca, junto al ladrillo original, su atrio de mármol blanco abierto a través de cinco elegantes arcos de factura renacentista. En el interior de  nave única, pues era  lugar de predicación de los agustinos,


los muros, en los que las bandas de color que los integran crean una atmósfera muy especial, contienen un extraordinario conjunto de tumbas


y hermosos retablos del primer renacimiento.

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 Pero, como en todos los lugares de Padua, destacan en él los frescos (es la ciudad de Italia que los posee en mayor cantidad). Desgraciadamente sólo quedan algunos del ciclo pintado en el presbiterio en la segunda mitad del siglo XIV por Guariento, el pintor de los ángeles, dedicado a San Felipe y San Agustín;

otros fragmentos aún más deteriorados de Giusto de Menabuoi activo en la ciudad en el siglo XIV  


y la pequeña parte que se ha podido restaurar de los que pintara Andrea Mantegna con su personal estilo, en la Capella Overati, que representaban los martirios de Santiago y de San Cristóbal.



 Este lugar tan especial no logró librarse de los desastres de la guerra y quedó seriamente dañado por los bombardeos de 1944.
 Y plácidamente, pero con un punto de impaciencia por mi parte, fue transcurriendo la espera y llegó la hora tan deseada desde hacía tanto tiempo... El Giotto estuvo en Padua entre 1303 y 1305 y en ese corto periodo de tiempo, pintó uno de los lugares más extraordinarios que pueda imaginarse: la Capilla de los Scrovegni.
 No hace falta señalar todo lo que sobre este artista se ha dicho, resumido en la idea de que puede considerarse el “inventor” de la pintura moderna. Quede eso para un análisis más técnico. Aquí sólo trato de reseñar el impacto visual y emocional que experimenté al entrar en este espacio de una sola nave rematada por un pequeño ábside poligonal, que decoró el artista por encargo de Enrico Scrovegni, que quería con esta capilla ofrecida a la Virgen, lograr la salvación eterna de su padre, el usurero al que Dante colocó en el Infierno. Es casi seguro que por la mano del pintor lo consiguiera.
 El azul domina el espacio. Cubre la bóveda que las estrellas comparten con los tondos donde se encuentran representados santos y apóstoles. En los muros se despliegan treinta y dos maravillosas y vívidas escenas que, llenas de elegancia, expresión y dramatismo describen las vidas de la Virgen y de Cristo (ese es el orden en las que aparecen). en una gama de suaves y delicados colores. En ellas los personajes comparten el espacio con detalladas arquitecturas del primer renacimiento (El Giotto era un hombre de su tiempo) o con bellos e ingenuos paisajes en los que los animales también tienen su protagonismo.
 Sobre el arco de la cabecera Dios Padre, flanqueado de ángeles y santos, ordena al arcángel San Gabriel la Anunciación de la Virgen, imagen que aparece en el nivel inferior dividida por el vano.  A los pies de la capilla el Juicio Final, estructurado tal como lo haría Miguel Ángel más de dos siglos después: Cristo en Majestad rodeado de ángeles y  santos a cuyos pies se despliegan, a la derecha el paraíso de los justos y a la izquierda el infierno de los condenados. En medio Enrico Scrovegni postrado ante la Virgen le hace entrega de la obra para lograr su intercesión.     
 Otra representación de la Virgen en la escultura de Nicola Pisano que ocupa el altar, completa el conjunto que representa como pocos la pura y simple belleza que solo el arte puede ofrecer.
(Nota. La visita está severamente organizada y por supuesto están prohibidas las fotografías. De todos modos, nunca me atrevería a reproducir aquí la obra del admirado artista. Remito a mis posibles lectores a buscar imágenes de mayor calidad de la que yo puedo ofrecer).  

 Por la transitada Via VIII Febraio nos dirigimos al centro histórico, hacia la Piazza delle Erbe,

Piazza delle Frutta
que comparte con la della Frutta, el Palazzo della Ragione construido en el siglo XIII como sede del gobierno y de los tribunales de justicia de la ciudad.

Palazzo de la Ragione desde la Piazza delle Erbe
  Su interior (que no visitamos) alberga el Salone, la sala en suspensión más grande del mundo, decorada por El Giotto con frescos que un incendió destruyó en el siglo XV. Al parecer son meritorios los realizados con posterioridad. No cabe duda de la magnificencia del edificio visto desde el exterior, con la doble arcada de su larga fachada, con la techumbre como si de una gran barco invertido se tratara y también con los puestos desplegados en sus alrededores, en las dos bulliciosas plazas que separa o une, según se mire. Es el arte y la vida cotidiana en una simbiosis que los italianos saben manejar mejor que nadie.

       
  La comida y un pequeño descanso en uno de los animados restaurantes ubicados bajo sus arcos, nos permitió recuperar las fuerzas y continuar con el itinerario previsto. La Piazza dei Signori alberga varios hermosos edificios como el Palazzo del Capitanio del siglo XVI  coronado por la Torre dell´Orologio que se abre a la plaza a través de un bello arco de triunfo obra de Giovanni Maria Falconetto.  

       
 A su lado la elegante Loggia della Gran Guardia, sede del Consejo de los Nobles en el siglo XVI y en la actualidad sala de conferencias.


 Y de allí al Duomo, pero... estaba cerrado. Sólo pudimos ver por fuera la obra en cuyo proyecto parece que participó el propio Miguel Ángel. Realizado entre los siglos XVI y XVIII, es hermosa la sencillez de su fachada de ladrillo inacabada.
 Y al lado el Baptisterio dedicado a San Juan Bautista y construido en el siglo XII. Durante el dominio de los Carraresi (siglo XIV) que organizaron una corte donde se protegieron las artes y las letras, le fue encargado a Giusto de Menabuoi (por la intervención de Fina Buzzacarine, esposa de Francesco de Carrara) la decoración interior para lo que pintó la serie de frescos más completa de Italia. Todos los muros, pechinas y cúpula del edificio se hallan cubiertos por escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento, en un abigarrado y maravilloso horror vacui que tuvo en mí un efecto casi mareante. Desistí de tomar fotografías (compré postales que no quiero reproducir), pero aconsejo vivamente la búsqueda de imágenes por Internet. La visión de la cúpula donde en círculos concéntricos se despliega toda la corta celestial en torno a Cristo en Majestad, es espléndida.
 Quedaban muchas cosas y poco tiempo, así que decidimos ¡cómo no! visitar la basílica de San Antonio. Por el camino encontramos hermosas casas

  
y unas curiosas tumbas en la calle, que los estudiantes utilizaban como lugar de descanso y  



que los padovanos decidieron consagrar al mítico fundador de la ciudad, Antenor, héroe de Troya, cuando a finales del siglo XIII apareció un arca que contenía monedas y una espada, objetos que atribuyeron al personaje. Lovo de Lovati, el juez que "autentificó" el hallazgo, tiene su propio sarcófago, aunque menor, a su lado.  

 Y por fin la descomunal basílica dedicada al santo portugués, un hombre humilde que estaría anonadado ante el enorme edificio que, a mayor gloria de la Iglesia, han consagrado en su nombre.




 La obra data del siglo XIII y se construyó sobre el convento franciscano donde fue enterrado el santo. 


 El exterior aúna el románico y el gótico. la galería de arcos apuntados sobre las portadas es a mi parecer lo más armonioso del conjunto. Las ocho cúpulas y las torrecillas de estilo oriental le proporcionan un aire bizantino. A decir verdad me acerqué y entré con cierta prevención a la basílica (el marketing desplegado en los alrededores no contribuía a otra actitud por mi parte) y aunque guarda espléndidas pero mal iluminadas obras: las esculturas de Donatello del Altar Mayor, la Capilla gótica de los Gatamelatta, los frescos de las capillas de Santiago y de las Bendiciones, el altar de la Virgen Mora... de verdad las que me dejaron sin palabras fueron las del Tesoro y sobre todo la de la tumba de San Antonio. Es mejor así, no querría decir nada que pudiera resultar irreverente. No terminamos de visitar el enorme complejo. No nos quedaron ganas.      
 A la salida me sentí mejor gracias a la fuerza y el poder que Donatello supo dar al condotiero Gatamalatta, que  contempla complacido la impresión que su imponente presencia suscita a los que elevan su vista hasta él.

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