Quinto viaje. Agosto
2005.
Una
serie de circunstancias imprevistas fueron la causa de decidirnos por un apresurado tour por Alemania a finales de
agosto, antes de iniciar el curso. A decir verdad no resultó el tipo de viaje
que nos gusta preparar y disfrutar, no obstante, procuramos sacarle todo
el partido posible, lo que nos permitió
conocer algunas ciudades emblemáticas, realizar una pequeña travesía por el
Rhin y sobre todo descubrir Berlín.
1.
Frankfurt am Maine. Hesse
El
momento de despegar y el momento de aterrizar suponen el culmen de la
intranquilidad (por no decir claramente del pavor) que todo viaje en avión
supone para mí. No me valen las explicaciones científicas y técnicas, que todo
el mundo con la mejor de las intenciones, se apresura a darme, no, no me valen
porque pienso que es más bien cosa de magia que un aparato de tales dimensiones
se levante del suelo y se desplace por el aire… Es un disparate, lo admito, lo
deploro, pero… es lo que siento. Procuro siempre viajar por otros medios, y
cuando no es posible, desde el asiento de pasillo ¡por supuesto!, rara vez
encuentro el valor para mirar por la ventanilla. Sólo en ocasiones
excepcionales. Y no cabe duda que la visión que se tiene al acercarse al
aeropuerto de Frankfurt ha sido una de ellas.
Se suceden sin solución de
continuidad los espacios verdes, los bosques en las afueras y los grandes
parques en el espacio urbano; el río Maine,
que atraviesa la ciudad; los barrios residenciales y los altos rascacielos; el famoso recinto de la Messe, donde se celebran importantes ferias, entre las que destacan el Salón del Automóvil o la Feria Internacional del Libro, la mayor de Europa, que tiene lugar todos los años en el mes de octubre...
Sí, todo lo que una gran ciudad, la sexta en población de Alemania,
puede ofrecer. Por no mencionar además que se ha constituido como capital
económica del país (es la sede del Deutsche Bundesbank y de la Bolsa alemana,
que ocupa un bonito edificio neorrenacentista a cuyas puertas las esculturas de
un toro y de un oso simbolizan las
fluctuaciones de las acciones.
Fotografía de Thomas Richter/user THOMAS |
La historia política de Frankfurt, al igual que la económica, tiene un
gran interés. Ciudad libre del Sacro Imperio desde la Alta Edad Media, era el lugar donde los príncipes electores
elegían al emperador. Con posterioridad, a partir de 1562, también en su
hermosa catedral tenían el privilegio de ser coronados. Cuando el Sacro Imperio
Romano Germánico desapareció en 1815, Frankfurt se convirtió en la sede de la
Confederación Germánica. Y en esta línea política, a mí me interesaba sobre
todo un hecho y fue emocionante estar en el lugar donde éste se produjo: la iglesia de San
Pablo, la famosa Paulskirche, un edificio neoclásico con forma de rotonda
Fotografía de Andreas Praefcke |
de
finales del siglo XVIII, en el que se reunieron en 1848 los representantes de
todos los estados de la Confederación (831 diputados en total) para crear una
Alemania liberal y democrática a partir de una constitución que nunca vería la
luz. La “primavera de los pueblos” el movimiento revolucionario
liberal-democrático que recorrió Europa en toda su extensión, terminó barrida
por el gélido viento del autoritarismo establecido en el poder en casi todos
los países. Se malogró de este modo el intento de una unificación alemana, que
quizá (soy algo aficionada a la historia que podría haber sido y no fue)
pudiera haber evitado la unificación efectiva que vendría de la mano de una
Prusia militarista y que costó tres guerras antes de 1870 y otras dos ya en el
siglo XX, por no hablar de la herida abierta entre Francia y Alemania que sólo
pareció cerrarse con la derrota de esta última (y del mundo al completo si
analizamos los acontecimientos posteriores) tras la Segunda Guerra
Mundial.
Un paseo por el Römenberg, una hermosa plaza presidida por la Fuente de
la Justicia, donde se encuentra el Römer,
conjunto de casas de los siglos XV al XVIII, entre ellas el Altes Rathaus
(ayuntamiento viejo) y frente a él, otro grupo de edificios medievales con
entramados de madera, el Ostzeile, que se han convertido en el símbolo de la
ciudad. Todo ello quedó arrasado por la guerra y lo que hoy contemplamos es una
reconstrucción. También en este mismo espacio se encuentra la preciosa iglesia
de San Nicolás del siglo XIII, de blancos paramentos y decoración en ladrillo
rojo, con su esbelta torre coronada por un elaborado chapitel.
Cerca del Römenberg la catedral imperial, Kaiserdom, junto a un parque
arqueológico de origen carolingio. Comenzó su construcción en el siglo XIII y
guarda una magnífica colección de retablos de madera tallada de finales del
gótico, de gran detallismo y particular estética (yo me atrevería a decir que
existe un cierto “feísmo” en el arte alemán de todos los tiempos y que éste
constituye una de sus características). La torre espléndida se eleva coronada
por un inacabable chapitel cónico rematado por una esbelta cruz.
Y desde la pasarela de hierro que une las dos orillas del Maine,
Y desde la pasarela de hierro que une las dos orillas del Maine,
la visión del río que se aleja para encontrarse con el Rhin; la de la catedral a lo lejos y la de la Leonhardskiche, iglesia del siglo XIII que guarda en su interior una copia de la Última
Cena, obra de Holbein el Viejo y a la que no pudimos acceder por estar en obras y,
como telón de fondo, los magníficos rascacielos construidos para albergar la sedes de numerosas empresas, entre los que destacan, por citar algunos, la Maintower (240 metros); el Commerzbank (252 metros), obra de Norman Foster; la Messeturmo o la Europaturm, (335,7 metros con la antena) que es la torre de comunicaciones y uno de los edificios más altos de Europa. Son construcciones de acero y cristal que se han integrado muy bien en el paisaje urbano. A lo mejor es cosa del Maine que sirve de elemento unificador.
En la Plaza de la Ópera se levanta el edificio de la AlteOper, neorrenacentista, fiel reconstrucción del erigido en el siglo XIX y que, como tantos otros (es una constante en las ciudades alemanas), quedó arrasado por los bombardeos aliados.
Imagen original de est.kmk-pad.org |
No
vimos, con gran consternación por mi parte, la casa de Goethe, que nació
y vivió en Frankfurt hasta que se trasladó a Weimar, otro edificio cuidadosamente reconstruido.
Pero bueno… Si pretendes verlo todo, visitarlo todo, a lo peor te pierdes pequeños
detalles: personas que pasan y niños que juegan, tiendas y escaparates,
parterres y fuentes, puertas y ventanas, paredes y tejados… que manifiestan el
alma de una ciudad viva… Y al viajar también se trata de eso.