lunes, 7 de septiembre de 2015

Friburgo

Cuarto viaje. Enero de 2003.
 Con la intención de pasar el fin de año del 2002 en Alsacia, viajamos en avión, vía Ginebra (maravillosas las vistas sobre el lago en cuyas orillas el bosque sólo se ve interrumpido por lujosas villas con hermosos jardines), con destino a Basilea, o a Mulhouse, o a Friburgo, pues resulta que este aeropuerto es verdaderamente internacional, ya que tres países hacen uso de sus instalaciones. Fue un curioso viaje aquel del 31 de diciembre, porque los aviones que tomamos (Sevilla-Ginebra y Ginebra-Basilea, con salida en el lado francés, en Mullhouse) iban prácticamente sin pasaje y las maravillosas y lujosas y carísimas tiendas de un desierto aeropuerto de Ginebra, estaban cerradas. Puede que sea el único día del año en que se de esa circunstancia. No lo sé… Aún no he vuelto para comprobarlo... y aunque lo hiciera, haría lo mismo que en esta ocasión: ver escaparates.

  En este viaje en el crudo y duro invierno, visitamos Friburgo de Brisgovia que pasa por ser la ciudad alemana con más días de sol al año. Desde luego no era el caso en aquel 2 de enero, en el que la lluvia, la humedad y el frío nos acompañaron desde que cruzamos el Rhin cerca de Estrasburgo. La ciudad es ciertamente maravillosa, animada, viva, y se dan en ella un par de circunstancias que a mi modo de ver la hacen verdaderamente interesante. La primera es que se ha convertido en la actualidad en un referente en el uso de las energías alternativas, siendo el lugar donde se ubican los más importantes organismos de Europa relacionados con este tipo de energías. Además posee el mayor número de instalaciones de energía solar de la Unión... ¡Al sur de Alemania! Y, pienso yo que por muchas horas de sol que disfrute al año, éstas estarán un “poquito lejos” de las que disponemos aquí, en la soleada España, en la que por desgracia, los intereses políticos y económicos (por llamarlo suavemente), son los responsables, no sólo de que no se promocionen estas fuentes alternativas, sino de castigar claramente las iniciativas tomadas al respecto con anterioridad. En fin… no es el momento de seguir por este camino.  Aún me queda por nombrar la segunda circunstancia aludida que me parece de lo más positivo… bueno, pensándolo bien relativamente: en su Universidad, fundada en 1457, se matriculó la primera mujer alemana que accedió a estudios superiores, corría el año 1899. No es que la cosa hubiera ido rápida, no, pero… ya era un avance en una sociedad tan patriarcal y jerarquizada como  la de Alemania en aquella época.
 Friburgo es una ciudad relativamente moderna, fundada en 1120, fue desde sus inicios un importante centro comercial, cuyos laboriosos habitantes compraron su libertad a la nobleza dominante para ponerse bajo la protección de los Habsburgo austríacos en 1368. Salvo un breve periodo en el siglo XVII en el que perteneció a Francia, siempre ha formado parte del Sacro Imperio Romano Germánico y luego, desde 1870, del II Imperio. Esa es probablemente la causa de que tenga el “genuino aire alemán” que se observa en su trazado urbano, en sus edificios y sobre todo en su Münster,


edificada entre los siglos XII y XIII, y que es una bella construcción que se presenta ante el visitante como casi todos los edificios religiosos alemanes, sobre todo las catedrales góticas, con una particularidad que me llama poderosamente la atención. Por un lado muestran un aspecto macizo, sólido, fuerte…  a lo que contribuye quizá, el color oscuro de la piedra, y por otro un deseo de elevarse, de despegarse de la tierra en la que tan firmemente se asienta, a partir de altos muros, de arcos apuntados de prominentes ojivas, que por contraste estrechan sus portadas,


pero sobre todo por sus torres (casi siempre una sola) coronadas por chapiteles imposibles, como esta de Friburgo, que, a modo de torre fachada, eleva su planta cuadrada, coronada por una pirámide octogonal y una esbelta aguja hasta los 116 metros de altura.
 El edificio luce el conjunto de esculturas más interesantes en la portada oeste, dónde una Virgen de aire francés, ocupa el parteluz.


 Tuvimos ocasión de contemplar bien esta portada porque a la salida del templo (planta de salón, con tres naves y deambulatorio, un gran presbiterio con hermosas bóvedas reticuladas y sobre todo unas espléndidas vidrieras medievales), llovió tan prolongádamente que hubimos de permanecer allí durante mucho tiempo. Al final no tuvimos más remedio que, bajo el agua, cruzar la espléndida Münsterplatz, 


rodeadas de preciosas casas de inclinadísimos tejados, para comer en un típico restaurante en el que la madera bruñida de las mesas y de las paredes y la hermosa estufa encendida, además de la contundente y típica comida friburguesa, que por cierto tuvimos que tomar en el orden exacto que consideró oportuno (sin acabar la ensalada no servía la carne) la rotunda camarera ¡cualquiera se atrevía a contradecirla! nos hicieron entrar pronto en calor. 

 Ya reconfortados, aunque todavía algo ateridos, contemplamos la roja Kaufhaus (Casa de los Comerciantes) con una preciosa balconada y un coqueto mirador en la esquina,


y a continuación en la Rathausplatz, los dos Ayuntamientos, cuyos edificios se encuentran juntos. El Viejo, es también de color rojo, con una torre sobre el portal de acceso. A su lado el Nuevo (aunque ambos datan del siglo XVI) tiene un pórtico con tres arcos en el cuerpo central y dos torres laterales. Es de color blanco, siendo en sus orígenes una de las sedes de la Universidad, hasta que a principios del siglo XX fue reconvertido en ayuntamiento. 



Continuamos el paseo por pintorescas calles recorridas por los bächle, pequeños canales por los que fluye el agua desde la Edad Media y que aquel día estaban a punto del desbordamiento. Pasamos junto a la Puerta de San Martín, del siglo XIII, que es una de las tres que aún se conservan.


 Es una torre maciza a la que su remate (un pronunciado tejado a dos aguas coronado por una aguja y rodeado de cuatro pequeñas torrecillas cubiertas por chapiteles cónicos) logra dotar de una ligera elegancia. Pasamos por la sede de la Universidad que ocupa un antiguo centro jesuita y por la casa que ocupara Erasmo cuando se instaló en Friburgo después de que Basilea, la ciudad donde residía y donde volvería con posterioridad, abrazara la Reforma. Fue emocionante recordar a este indomable intelectual que siempre apostó por la libertad de pensamiento.
 Como se puede comprobar, el día, a pesar de la lluvia y el frío fue muy provechoso, aunque…no estaría mal volver en verano.  


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