miércoles, 16 de diciembre de 2015

Berlín (II)

6 Y Berlín (II)
  Creo que existen pocas calles en Europa tan hermosas como este bulevar, Unter den Linden, cuyo nombre ya predispone a un paseo hacia una época (naturalmente idealizada por el paso del tiempo, pero sobre todo, soy plenamente consciente de ello, por mi desbocada imaginación) en la que Berlín se estaba constituyendo como una gran ciudad en la que la ciencia y la cultura tenían una enorme importancia. En sus orígenes era el camino para acceder al coto real de caza que con el tiempo se convertiría en el Tiergarten. Los primeros tilos se plantaron en el siglo XVII y los últimos en 1950. Nunca estos hermosos árboles han dejado de proyectar sus sombras sobre el paseo y sobre los extraordinarios edificios barrocos y neoclásicos que lo flanquean. El siglo XIX fue su mejor momento, Goethe, Schiller y Heine lo inmortalizaron con sus poemas y viejos grabados nos muestran cuál era su aspecto. También en el XX,  Marlene Dietrich, con su personalísima voz, cantó la canción que dedicara al lugar el compositor Walter Kollo
Imagen tomada de Internet
  En el primer tramo de Unter den Linden, el que va desde el Schlossbrüke hasta la Friedrichstrasse, se ubica el impresionante Zeughaus, edificio barroco construido como arsenal a principios del XVIII y hoy Museo de Historia de Alemania, cuya perfección y belleza tiene un adecuado remate en el frontón dedicado a Minerva.
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   A su lado el Neue Wache, neoclásico del XIX, construido para la Guardia Real, pero que al parecer su decoración (representaciones de la diosa de la Victoria en el friso, y de las alegorías de la Batalla, la Victoria, la Huida y la Derrota en el tímpano), parecía presagiar que en el futuro estaría predestinado a otras funciones: primero la de rendir homenaje a los caídos en  la I Guerra; luego en 1960 ser el recordatorio de los asesinados por los fascismos y el militarismo, y por fin, desde 1993 honrar la memoria de todas las víctimas  de las guerras y las dictaduras. Así bajo una lápida iluminada por una llama perpetua se guardan  en comunión las cenizas de un soldado desconocido, un miembro de resistencia y un prisionero de los campos de concentración.

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  Un hermoso edificio de mediados del XVIII alberga la Humbolt Universiät fundada en 1810 por iniciativa de Wilhelm von Humboldt, brillante intelectual y político, cuya estatua, junto a  la de su hermano Alexander, flanquean la entrada que da acceso al patio. Alexander von Humbolt (uno de mis personajes históricos favoritos) fue un viajero, geógrafo y explorador que además cultivó todas las ciencias que permitieron un mayor conocimiento del hombre y la naturaleza, y todo ello envuelto en un halo de romanticismo propio del tiempo que le tocó vivir.
Alexander von Humbolt
 Fue emocionante pensar que por aquel  patio al que me asomaba y que constituye el lugar de paso principal de la universidad, han transitado los científicos e intelectuales que elevaron la cultura alemana y por tanto la europea, a tan altos niveles de desarrollo entre los siglos XIX y XX.  
  Al lado de la Universidad la Staasbibliothek, con su hermosa fachada y la ingente colección de publicaciones comenzada en el siglo XVII. A lo largo del tiempo, la sede de la Biblioteca cambió varias veces de ubicación hasta llegar al edificio actual de principios del XX. Los fondos, unos tres millones de libros, revistas y valiosas partituras, también sufrieron los cambios acarreados por la guerra y sus consecuencias.

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  Y, siempre bajo los tilos, en medio del bulevar se alza la monumental estatua ecuestre de un Federico II que eleva su grandeza hasta los casi seis metros de altura. La obra, erigida en pleno apogeo del nacionalismo alemán (1839-1851), fue fundida por Daniel Rauch. Representa al rey con uniforme y abrigo (reales, por supuesto) sobre un pódium en el que se hallan las estatuas de todos aquellos, políticos, militares, científicos, artistas, que contribuyeron a la grandeza de Alemania. La verdad es que estos insignes personajes, más que vistos fueron vislumbrados, porque durante nuestra visita el monumento se encontraba en plena restauración.

Imagen tomada de Intrnet.

  A pesar de ello, sólo contemplando al Gran Federico y todo lo que representa, no resulta extraño conocer que, dada su absoluta incompatibilidad con el régimen de la RDA, el monumento permaneciera en Postdam, durante muchos años.
  Hasta aquí el recorrido transcurría por el lado derecho del bulevar, en dirección a la Puerta de Brandeburgo. En el izquierdo no menos monumental, se encuentra el Kronprinzenpalais de imponente fachada, con varios usos a lo largo del tiempo, aunque lo que me pareció más significativo es el hecho de que el 30 de agosto de 1990, sus paredes fueron testigos de la firma del decreto que abría el camino de la reunificación alemana.

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  Creo que sólo aquellos que crecieron en un mundo dividido por ideologías e intereses tan opuestos e irreconciliables, pueden tener una idea más vivida, menos teórica, de lo que todo esto representaba. Otras ideologías y otros muros han venido después a perpetrar otro tipo de divisiones, pero… esa es otra historia.
  Unter den Linden se ensancha para abrir un espacio, la Bebelplatz, anteriormente llamada Opernplaz, porque entre los magníficos edificios que la rodean se encuentra el de la Staatsoper con su preciosa fachada neoclásica y un escenario por donde han pasado, y siguen haciéndolo, prestigiosos  músicos y cantantes. 

                 

  Fue lo primero que se construyó en este lugar destinado a ser el Forum Frieridicianum, diseñado en el siglo XVIII para emular la grandeza de la antigua Roma. El proyectó no vio la luz pero en la plaza se construyeron los hermosos edificios que hoy la ocupan. Así con su pretendido parecido con el Panteón romano, destaca la impresionante portada dórica y la no menos impresionante cúpula de la St-Hedwigs-Kathedrale, la catedral católica de Berlín que data de mediados del XVIII.

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   Cerca, el  impactante edificio barroco que alberga la AlteBibliothek, apodada el Buró (Kommode) por los berlineses, por su fachada semicircular articulada mediante tres cuerpos sobresalientes en los que destacan las enormes columnas corintias que sostienen el alero rematado por grandes esculturas y escudos heráldicos. 

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  Abierto al bulevar, el Altes Palais, del siglo XIX, residencia del príncipe heredero, el futuro Guillermo II que vivió en él hasta su exilio holandés tras la Gran Guerra. Hoy forma parte de la Universidad. No me costaba trabajo imaginar (me sobra imaginación), a un joven Guillermo imbuido de sobrada autoestima, contemplando desde las ventanas de sus aposentos la figura de Federico el Grande, su ilustre predecesor, soñando con emular sus hazañas y preparando los cambios que acometería a su llegada al poder. .

                     

  En definitiva, planificando su Welltpolitic, que junto a otras iniciativas tomadas por los gobiernos de una Europa que, mientras hermanaba a sus científicos, a sus intelectuales y a sus artistas, sufría las acometidas de unos políticos de estrechas y egoístas miras. No hay que mencionar las consecuencias. Sólo recordar 1914.
  De sobra es conocido que uno de los horrores más grandes sufridos por los europeos en el dramático siglo XX fue la llegada del nazismo. En medio de la  Bebelplatz, entre sus  elegantes y bien restauradas construcciones, un panel translucido insertado en el suelo permite vislumbrar una sala con estanterías vacías.

                        

Imágenes tomadas de Internet
  Junto a ella en una placa las palabras que  Heine escribiera en 1820: “Allí donde arden los libros, acabará por arder el pueblo” Todo ello forma parte del monumento diseñado por Micha Ulman en 1995, que pretende conmemorar y recordar la quema de cerca de 25000 libros que llevaron a cabo las hordas del Tercer Reich por instigación de Goebbels, el 10 de mayo de 1933. Nunca las palabras de un poeta resultaron tan proféticas.
   Un pequeño desvío y aparece ante nosotros la Gendarmenmarkt creada en el siglo XVII como plaza del mercado del nuevo espacio urbanizado de Friedrichstadt. Con posterioridad alojó las caballerizas de un regimiento de coraceros, Gens d´Armes, y de ahí su nombre. En la actualidad es uno de los espacios más atractivos de Berlín, por la belleza y simétrica disposición de sus edificaciones.

Imagen tomada de Internet
  El centro lo ocupa el magnífico Konzerthaus conocido hasta hace poco como el Schauspielhaus. Esta sala de concierto es una de las obras más importante de Karl Friedrich Schinkel,  un interesante artista, arquitecto, pintor, diseñador, que dejó muestras de su trabajo por toda la ciudad en la primera mitad del siglo XIX, cuando los Hohenzollern transformaban Berlín en la gran capital de Prusia. El Konzerhaus puede considerarse su mejor obra. Proyectó un edificio neoclásico para sustituir al antiguo teatro que fue arrasado por un incendio. De él conservó las columnas jónicas del pórtico coronado por un impresionante frontón que precede a otro situado en un plano posterior rematado por una escultura de Apolo que conduce un carro tirado por grifos. La fachada del edificio, al que se asciende por una magnífica escalera, resulta impresionante. Esculturas y relieves alegóricos a la música se distribuyen por el exterior y el interior del teatro.


                               

  De toda la decoración se encargó este polifacético artista, del que no puede resistir la tentación de apuntar que fue el creador de la famosa Cruz de Hierro, la mejor recompensa para un militar alemán. 
  Frente al edificio, sede en la actualidad de la Orquesta Sinfónica berlinesa, una esplendida estatua en mármol blanco de Friedrich Schiller (tengo que confesar aquí la ingenua satisfacción que me produjo conocer en un viaje posterior, Marbach am Neckar, el pueblo natal del poeta), erigida en 1869 y que ha venido ocupando este lugar de forma discontinua, según soplaran los vientos de la política. Hoy se eleva en medio de la plaza rodeado de alegorias a la poesía, el teatro, la filosofía y la historia, disciplinas a las que dedicó gran parte de los cuarenta y cinco años de su vida. 

Imagen tomada de Internet
  A ambos lados del Konzerhaus se levantan de forma casi simétrica dos edificios de estilo neoclásico al igual que éste, cuyas torres gemelas coronadas por cúpulas y los pórticos de columnas corintias rematados por frontones en dos de sus fachadas, los asemejan bastante, aunque en realidad difieren en el resto del diseño. La Französischer Dom


fue construida por los hugonotes establecidos en Berlín tras la derogación del Edicto de Nantes (1629) y la Deutscher Dom, una vieja iglesia donde luteranos y calvinistas comenzaron a utilizar el alemán para el culto abandonando el latín como imponía el Vaticano.



  En 1785 Carl von Gontard diseñó ambas torres. Ninguna de las dos iglesias cumplen en la actualidad el cometido para la que fueron erigidas. 
 Antes de continuar hacia la Pariserplazt una ojeada a la elegante zona comprendida entre la Friedrichstrasse y la Charlotnstrasse, con sofisticados edificios que albergan tiendas, oficinas, hoteles y apartamentos de lujo. Todo ello responde al propósito de reconstruir un espacio comercial de gran importancia hasta la Segunda Guerra y que, ubicado tras el muro, había sufrido un lastimoso deterioro. Se han llevado a cabo varios proyectos, obras de grandes nombres de la arquitectura moderna, de entre los que sobresalen el llamado Quartier 205, el más amplio y simple en su diseño (me recordaba la arquitectura de la Bahaus), aunque no lo sea en su estructura.

Imagen tomada de Internet
El
Quartier 206 con su impactante vestíbulo en el que yo diría que se abusa de los motivos art decó te deja algo anonadado


y por último el Quartier 207 ocupado por las Galerías Lafayette que constituye un maravilloso despliegue de vidrio e imaginación hecho realidad por Jean Nouvel que ha diseñado un gigantesco escaparate (no en vano se trata de unos grandes y lujosos almacenes) que se abre al exterior y en el que destacan las líneas curvas de su fachada principal. En el interior la impresión de sus enormes conos enfrentados (uno pendiente del techo y otro ascendiendo del suelo) iluminados por la cambiante luz procedente de la calle que no encuentra obstáculos desde que atraviesa las paredes de vidrios, te deja literalmente sin palabras. También los precios de los artículos a la venta, tengo que añadir.

  Y por fin Brandenburger Tor. ¡De cuántos acontecimientos podría hablarnos esta puerta! Porque como tal fue concebida por Carl Gotthard Langhans y construida durante el reinado de Federico Guillermo II entre 1788 y 1791, para que, sustituyendo otra antigua sirviera de entrada al “Nuevo Berlín”. De grandes dimensiones su autor quería rememorar los Propileos de la Acrópolis ateniense, con cinco zonas de paso entre hermosas columnas dóricas y flanqueada por dos grandes pabellones que dan forma a la Platz des 18 März, nombrada así para conmemorar la Revolución de 1848 dando paso a continuación a la Strasse des 17 Juni (en este caso el nombre rinde homenaje al levantamiento de los obreros del este producido en ese día de 1953).
  La decoración escultórica del friso y de los paramentos  interiores está compuesta por relieves de temas mitológicos de factura clasicista.

                                

  Pero lo más significativo del conjunto lo constituye la impresionante Cuadriga  debida a Johann Gottfried Schadow. En un principio la obra quería simbolizar la Paz, aunque después de la batalla de Jena y de su traslado a París por orden de Napoleón, cuando triunfante (al igual que el ejército prusiano)  regresó a la ciudad en 1814

El regreso de la Cuádriga de Rudolf Eichstaedt (1896)
experimentó la remodelación que le dio su aspecto actual al tiempo que, quizá la convertía en un símbolo (y digo esto con todas las reservas) del desmedido afán de poder de los unos y las desmedida desconfianza de los otros, cuyas tristes consecuencias se han arrastrado en Europa durante dos siglos. La Victoria Alada, que con su mano derecha sostiene la rienda de los caballos, porta con la  izquierda un báculo rematado por una corona de laurel en cuyo interior encontró su lugar la recién creada Cruz de Hierro, y sobre todo ello, el águila prusiana con las alas extendidas.

Imagen tomada de Internet
 Desde su impresionante altura ha contemplado sin inmutarse el paseo de los elegantes berlineses de entre siglos y las manifestaciones de los obreros en los años 20 y 30; el paso de la oca de quince mil nazis de las SA y de las SS portando antorchas para celebrar la llegada de Hitler al poder y la casi destrucción del monumento por las tropas soviéticas; su aislamiento en la zona de nadie tras la división de la ciudad y la caída del muro que la flanqueaba. Hoy debe sentirse complacida: todos consideran el monumento del que forma parte el símbolo de Berlín.
 Nota. Para esta entrada he utilizado casi todas las imágenes bajadas de Internet. El propósito ha sido una mejor ubicación de los monumentos reseñados, objetivo al que no colaboraban mis fotografías.  


sábado, 5 de diciembre de 2015

Berlin (I)

6 Y   Berlín (I)
  Al empezar las impresiones de este viaje apunté que nos dio la oportunidad de descubrir Berlín… que no es poco. Llegar a conocerlo hubiera requerido un tiempo que en esta ocasión no tuvimos. Además yo tenía unas expectativas demasiado ambiciosas pues quería experimentar todas las sensaciones que de esta joven ciudad (data del siglo XV)  habían ido dejando en mí tantas y tantas lecturas referentes a los acontecimientos convulsos de su dilatada historia; deseaba conocer el lugar donde vivieron y trabajaron los hombres que revolucionaron la filosofía y la ciencia moderna; el espacio mental donde se desarrollaron las andanzas de los personajes de su literatura y de su cine; comprender el ambiente de entreguerras que dio paso a unas manifestaciones artísticas que me atraen y me repelen con la misma intensidad y desde luego descubrir las huellas tangibles de los terribles avatares políticos que marcaron el mundo en el siglo XX. Por no hablar de la transformación que estaba experimentando tras la caída del muro. En fin… demasiado para una breve visita, aunque debo decir que muchas de mis pretensiones se cumplieron como lo demuestra el hecho ¡cuantificado gracias a un podómetro! de los 60,27 kilómetros recorridos a pie en cinco días.
 El viaje de Hamburgo a Berlín supuso atravesar de forma totalmente inadvertida lo que en otro tiempo no muy lejano constituía una frontera impenetrable.
Imagen tomada de Interenet
  La carretera discurre por Baja Sajonia y Sajonia Anhalt, antes de adentrarse en Brandeburgo, región que primero fue sede de un margraviato del que fue nombrado magrave en el siglo XV Federico von Hohenzollern (más tarde convertido en príncipe elector) y que dio origen a una dinastía que detentaría el poder en el territorio durante cinco siglos (desde 1870 hasta 1917 como emperadores del nuevo Imperio Alemán). Brandeburgo fue adquiriendo poder con el paso del tiempo y acabó uniéndose al ducado de Prusia a principios del siglo XVII. En 1701 el hijo y sucesor de Federico Guillermo de Hohenzollern,  el Gran Elector (lo que nos pueda dar idea del poder y la capacidad política de este personaje), llegó a ser coronado rey convirtiéndose en Federico I de Prusia.

El Gran Elector  (1620-1688)

  El prestigio de la dinastía (una intrincada sucesión de Federicos y Guillermos), el poderío del nuevo estado y el engrandecimiento de su capital, Berlín, no cesarían desde entonces.
 La ciudad nació en 1432 con la unificación de dos núcleos urbanos, Berlín y Cölln, situados en ambas orillas del río Spree. Experimentó un importante crecimiento a partir del siglo XVII con la construcción de un canal entre el Spree y el Oder, que la convirtió en un importante centro comercial en cuyos alrededores se crearon nuevas ciudades que serían absorbidas cuando Berlín se convirtió en la capital del poderoso reino prusiano y gracias a las iniciativas de diferentes reyes, sobre todo de Federico II el Grande
Federico el Grande por Antoin Pesne
(músico y amante como ningún déspota ilustrado del arte y de la cultura), fue transformando su fisonomía con un ambicioso proyecto urbanístico: nuevas murallas y plazas como la de Pariser, donde termina el hermoso bulevar de romántico nombre: Unter den Linden, Bajo los Tilos, en medio de la cual se sitúa el símbolo por excelencia de Berlín: la Puerta de Brandeburgo, la Brandenburger Tor. También datan de este siglo diversos y fastuosos palacios barrocos, algunos de los cuales en la actualidad albergan distintos museos o son sedes de instituciones culturales.
  A lo largo del siglo XIX y ya como capital del Imperio Alemán, la ciudad experimentó un desarrollo cultural, científico y tecnológico que permitió a sus habitantes disfrutar de todos los adelantos que facilitaban la vida: una moderna red de alcantarillado, luz eléctrica, teléfonos, el S-Bahn o primer ferrocarril urbano… Además hubo necesidad de construir y mucho, desde casas de vecinos que dieran cabida a la creciente población, hasta suntuosos edificios públicos y jardines. 

Imagen tomada de Internet
  El siglo XX, por el contrario fue un periodo demasiado complicado para Berlín. Tras la derrota de 1917 la ciudad vivió una época convulsa (como el resto de Alemania) con enfrentamientos políticos y crisis económicas que acabarían con la República de Weimar. No obstante y a pesar de ello hacia 1920 se llevaron a cabo reformas urbanas que la ampliaron hasta convertirla en una de las capitales europeas de mayor superficie, pues alcanza más de 892 km2. Por otro lado la inestabilidad no impidió que se desarrollar una animada vida cultural y artística, que protagonizaron grandes figuras de la música, el teatro, el cine, por no mencionar que tres de sus científicos: Albert Einstein, Werner Heisemberg y Karl Bosch fueron acreedores de los Premios Nobel, de física en el caso de los dos primeros y de química en el del último.
  La megalomanía homicida de Hitler (lo llamo así porque no creo que se haya inventado aún el término que pueda definir con propiedad lo que pasaba por su cabeza) quiso convertir Berlín en Germania, la grandiosa capital del Reich de los Mil Años. A partir de un ambicioso proyecto urbanístico diseñado por Albert Speer (para el que tampoco, al igual que para el resto de los seguidores del nazismo, hay término que defina adecuadamente su refinada inhumanidad) en el que intervino activamente el mismo Führer (son bien conocidas sus inclinaciones artísticas ¡lástima que no superara la prueba de admisión de la Academia de Bellas Artes de Viena! Quizá si hubiese poseído algún talento como pintor… ¡Basta de especulaciones!). El hecho cierto es que Berlín quedó arrasada y destruida

y dividida y ocupada tras la derrota alemana en la II Guerra Mundial.


  Desde 1948 y por más de cuarenta años, coexistieron dos sectores (a partir de 1961 separados por un muro casi infranqueable) donde se desarrollaba de forma paralela y a tenor del régimen político imperante, la vida cotidiana de los berlineses. El desmoronamiento del comunismo en la Unión Soviética y en la Europa del Este, hicieron posible que, atónito medio mundo contemplara cómo el 9 de noviembre de 1989 se abrían las puertas, hasta entonces herméticamente cerradas, del muro de la vergüenza y cómo las personas se encaramaban a él y comenzaban a circular libremente de una zona a otra ante la mirada, no menos atónita, y la pasiva actitud de los guardias de la por entonces RDA. Comenzó entonces un proceso que culminaría con una nueva reunificación alemana y con la proclamación de Berlín como su capital indiscutible.
  Es posible que parezca (y lo es) demasiado larga esta introducción para contar mis andanzas de apenas cinco días por Berlín, no obstante puede dar idea de cuáles eran mis intenciones cuando llegamos a la ciudad y desde el autobús miraba en todas direcciones lo que alcanzaba a ver camino del hotel buscando huellas de una historia que por tanto tiempo me había interesado. Éste, el hotel naturalmente, para mi alegría (un poco infantil debo admitir) estaba situado nada menos que en Alexanderplatz, lugar de tantas reminiscencias literarias. Habían remodelado (con un gusto algo más que dudoso) el antiguo edificio utilizado como alojamiento de las élites comunistas de la Europa del Este. Con sus treinta y siete plantas, el Park Inn Hotel Berlín

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domina el cielo de una ciudad que se extiende más que se eleva, lo que desde mi punto de vista le confiere un atractivo especial. Las vistas desde la habitación eran espléndidas 

Park In Hotel Berlín y Fernsehturm desde el Reichtag
y el emplazamiento perfecto porque resultó el punto de partida de un eje (con varios ángulos, eso sí, pero muy efectivo para nuestra visita) que acababa en el palacio de Charlotemburgo, después de atravesar vías tan emblemáticas como la Karl-Liebknech-StrasseUnter den Linden o la Strasse des 17 Juni, todas ellas flanqueadas por lugares llenos de interés.
 Desde el principio Berlín nos sorprendió y nos impactó. Fue estimulante comprobar cómo la ciudad se rehace; cómo sus edificios responden a una gran variedad de estilos arquitectónicos (incluido el comunista-caja-de-zapatos que en algunos casos intentaban paliar con diferente fortuna en los alrededores de Alexanderplatz); cómo los solares de las zonas desmanteladas a ambos lados del derruido muro, se estaban llenando de espléndidas construcciones modernas de hierro, cemento y cristal. Todo Berlín y especialmente sus  habitantes, transmitían energía, actividad, vitalidad. Ignoro si esta actitud será una constante en la vida diaria de los berlineses, pero aquel 27 de agosto, con una temperatura agradable y con la circunstancia de que se celebraba la noche en la que todos los museos permanecían abiertos y funcionaban gratuitamente los transportes públicos para facilitar el acceso, las calles y plazas bullían de gente dispuesta a disfrutar de lo que el momento le ofrecía. Resultó una grata impresión y no supuso ningún esfuerzo integrarnos en aquel agradable ambiente en esta primera jornada de toma de contacto a pie de calle.
 Lo primero que pudimos contemplar (por razones obvias dado su altura y proximidad) fue la Fernsehturn, la Torre de la Televisión, que con sus 365 metros es la construcción más alta de Berlín. Data de 1969 y es conocida como “mondadientes”. Tiene una gigantesca esfera de acero donde se ubica un mirador cuyas maravillosas vistas nos perdimos dada la absoluta y lamentable fobia que me petrifica literalmente ante la idea de llegar en un ascensor hasta semejantes alturas. Tuvimos que conformarnos con un paseo por los alrededores de su base.


 Continuamos caminando por la calle que en la antigua zona oriental dedicaron a Karl Liebnechk, el fundador del Partido Comunista alemán, asesinado junto a Rosa Luxemburgo, tras el levantamiento espartaquista de 1919. Hoy lleva su nombre esta populosa avenida que en su primer tramo nos llevó hasta el Marx-Engels-Forum, un hermoso espacio verde que se extiende hasta el río Spree y en el que destaca un monumento de colosales dimensiones con las estatuas de Karl Marx y de Friedrich Hengel (sentado el primero, de pie el segundo), que posee el esquematismo propio del arte totalitario, independientemente de cuál sea la naturaleza del totalitarismo que lo inspira. Data de los años 80 del pasado siglo y muestra en los bajorrelieves de su pedestal, en la parte posterior el “antiguo orden” y en la anterior la “revolución del mundo” que estos personajes preconizaron. A decir verdad, lo que realmente llama la atención (y creo que con eso se quedan la mayor parte de los observadores) es el tamaño descomunal de las figuras.

 
  La siguiente parada de este primer paseo, fue el Ayuntamiento, el Rote Rathaus, construido en el siglo XIX. Es un edificio de ladrillo rojo, de ahí su nombre, inspirado claramente en los palacios cívicos del renacimiento italiano, aunque su torre se asemeja a la de una catedral gótica francesa, que no alemana. En su friso podemos encontrar una crónica en piedra de los principales acontecimientos históricos de la ciudad.Tras la unificación se convirtió de nuevo en el ayuntamiento de todos los berlineses, pues después de la división, el correspondiente a la zona occidental se instaló el Rathaus Schöneberg, lugar en el que Kennedy en 1963 y solidarizándose con la población de aquel pequeño enclave aislado y rodeado por la RDA pronunció su famosa frase “Ich bin ein berliner” (yo soy berlinés), aunque algunos mal intencionados andaban diciendo que lo que verdaderamente había dicho era “yo soy una rosquilla”, pues berlineres es el nombre de un pequeño y típico bollo que se consume mucho en la ciudad. Desde luego los berlineses occidentales que defendían su derecho a la libertad, lo interpretaron correctamente y eso fue lo importante para ellos.

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 Pero volvamos Rote Rathaus, edificio verdaderamente hermoso y a sus  inmediaciones, dónde fue mucho lo que pudimos encontrar pues no olvidemos que esta  zona, la Nikolaivierte, es la más antigua de Berlín. Frente al Ayuntamiento la Neptunbrunnen, también del siglo XIX, y también como éste deudora del arte italiano, aunque en esta ocasión del más puro estilo berniniano, con un espectacular Neptuno, todo fuerza y dinamismo, rodeado por los cuatro grandes ríos alemanes: Rhin, Vístula, Oder y Elba.


 Y como contraste la preciosa Marienkirche gótica de la segunda mitad del siglo XIII, en la que contrasta la sobria y blanca estructura de su interior (realzada por los altos ventanales carentes de vidrieras decoradas) y otros elementos de la misma época (un fresco en el pórtico que representa la Danza de la Muerte, la pila bautismal que soportan sobre sus dorsos tres temibles dragones...), con un elegante Altar Mayor, barroco del XVIII, realizado por Andreas Krüger compuesto por tres pinturas, coronada la central por una escultura, lo más barroquizante del conjunto, que representa el triunfo de Cristo sobre la Muerte.
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  El órgano sobre la nave central, con sus filigranas de madera dorada, resulta un bellísimo contraste con la blancura de su entorno. Sin embargo el elemento más impactante es el púlpito de alabastro, obra de Andreas Schlüter, que compone una pieza en la que es difícil determinar sus partes, ya que el todo resultante es de una enorme complejidad, dada la profusión de columnas, figuras, relieves, pétreas nubes, rayos dorados…

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  Debo decir que encontré el interior de esta iglesia muy diferente por su decoración, al resto de los templos protestantes que había visto en otros lugares. Luego comprobé que este hecho se repetía en otras iglesias berlinesas. Del exterior destacar los altos muros de piedra y ladrillo, la inclinada cubierta a dos aguas y la torre fachada del siglo XV que se vio coronada por un interesante remate de dos cuerpos decorado con elementos neogóticos y barrocos, debido al diseño de Karl Gottard Langhans, que lo construyó en 1790, al mismo tiempo que trabajaba en su obra más importante: la Puerta de Brandeburgo.
  Nikolaivierteles es un lugar lleno de encanto a lo que contribuye en gran manera la cercanía del río Speer.

                                          

 Pero a pesar de lo agradable del ambiente o… precisamente por eso, no podía dejar de pensar que esa zona, el corazón del viejo Berlín, el lugar dónde habían residido tantos artistas, no era más que una cuidadosa reconstrucción (que la RDA decidió llevar a cabo en los años 80) en una zona que la guerra había convertido en un erial. El motivo: la celebración del 750 aniversario de la ciudad. No haré otro comentario al respecto, de sobra he expuesto con anterioridad la rabia y la frustración que me produce la insensatez de los hombres, que obedeciendo a no sé qué tipo de horrible monstruo que anida en el interior de muchos, esgrimiendo todo tipo de razones y justificando siempre sus perversas acciones, no dudan en destruir todo lo que de bueno y hermoso, empezando naturalmente por la vida de sus semejantes, nos ha sido legado por la Historia. No quería hacer comentario pero… está claro que lo he hecho.
 Continuo. En el paseo por las estrechas calles del barrio, muy turístico por cierto, pudimos apreciar que  alberga cinco museos, en varios de los palacios que se construyeron en este lugar a lo largo del siglo XVIII, como el Knoblauchhaus, que escapó de los bombardeos o el Ephraim-Palais, que no tuvo la misma suerte. Pero sin duda el edificio más interesante es la Nikolaikirche,


que fue el templo más antiguo de Berlín, pues comenzó su construcción en 1230. De esta primera edificación aún se conserva (y no es extraño vista su solidez) la sobria y austera base de su fachada occidental de piedra y ladrillo, en la que no hay lugar para ningún elemento ornamental, como no sean sus dos espléndidas torres gemelas en cuyos muros se abren vanos de estilizados arcos apuntados y cuyos remates son esbeltos chapiteles rematados por sendas agujas. Al igual que otras iglesias alemanas, en el exterior, el ábside, muy desarrollado, parece una prolongación de la las naves. En la actualidad alberga el museo de la ciudad que no pudimos visitar.
 Cerca de Nikolaikirche, y como despedida del barrio, contemplamos la estatua de un valiente San Jorge que, en difícil equilibrio sobre su caballo, da muerte al dragón.




  El paseo continuó hasta las orillas del Speer, llegando hasta la llamada Museuminsel, pasando por delante de la impresionante catedral y del complejo de edificios que atesoran las maravillas del arte antiguo que ansiaba contemplar, aunque tendría que esperar al día siguiente. Cuando recorrimos Unter den Linden y atravesamos en la Pariserplatz la Puerta de Brandeburgo camino del Reichstag, la noche había caído y los berlineses se preparaban para disfrutar de sus museos. Desgraciadamente no pudimos unirnos a ellos.